Ariadna
Voulgaris
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Maia Morgenstein y Jim Caviezel como María y Jesús en La
pasión de Cristo (2004), de Mel Gibson |
Como recordarán, Jesucristo nació en
una familia pobre en un pueblo pequeñito, nunca tuvo, según sus propias
palabras, “donde reclinar la cabeza” y murió tan pobre que sus amigos salieron
corriendo. Solo su madre lo acompañó de principio a fin y lo hace con tanto
silencio que a veces parece más una presencia espiritual... pero ha quedado
claro que en esa familia todos eran así.
Este diciembre, se me metió a mí en el
cuerpo el espíritu de la osadía y me sentí ya con la confianza suficiente,
después de cinco años viviendo en Grecia, para leer el relato del nacimiento de
Jesús en su lengua original. Mi abuelo me contaba esa historia en griego, pero
yo nunca la había leído sino en español.
Sé desde siempre que hay que comenzar
con el Evangelio según san Lucas. Paso la prueba del primer capítulo, y en el
segundo vuelvo a ver la escena en que María recuesta a Jesús en el pesebre; es allí
donde mi imaginación sufre un ataque del espacio exterior. Toda la vida hemos
sabido que José y María no encontraban dónde hospedarse en Belén y por eso ella
tuvo que parir casi al aire libre, en mitad de la noche, rodeada de animales y
contando apenas con la ayuda de un carpintero (su marido, está bien, pero no tenía
experiencia en partos nocturnos). Pero esta mi primera lectura me disloca con
una palabra en el versículo 7. Allí el hermano Lucas dice:
καὶ ἔτεκεν τὸν υἱὸν αὐτῆς τὸν πρωτότοκον, καὶ ἐσπαργάνωσεν αὐτὸν καὶ ἀνέκλινεν αὐτὸν ἐν φάτνῃ, διότι οὐκ ἦν αὐτοῖς τόπος ἐν τῷ καταλύματι.
¡Katalýmati! ¿Habitación? ¿Cuarto de
huéspedes? ¿Cuál habitación? ¿Cuál cuarto de huéspedes, si los pobres no encontraban
dónde pasar la noche cuando llegaron a Belén? Nadie los recibía. Todo estaba
lleno porque mucha gente estaba llegando a la ciudad para censarse. La
traducción más inofensiva al español dice más o menos así: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió
en pañales, y lo recostó en un pesebre, pues no había lugar para ellos en la
posada”. ¡Posada! Me
imagino que es a partir de esta palabra que hemos entendido a lo largo de la
historia que los tres visitantes de Nazaret andaban por ahí dando tumbos y que
nadie se condolía de ellos. Pero si el original decía καταλύματι, como acabo de descubrir, queda implícito que
estaban hospedados en una casa, solo que no podían estar en el espacio donde habitaba
la gente y, por tanto, tuvieron que irse al lugar donde estaba el pesebre: ¿el
establo? ¿Tenían establo?
Un artículo de Fernando Renau que me
encuentro menciona varios detalles de la cultura hebrea que permiten sacarle
información a este versículo. Uno de esos detalles es que José era de Belén
(razón por la cual tenía que censarse allí), y por eso debía tener parientes en
la ciudad. Es lógico pensar que hubiera podido llegar a casa de un primo, de
una tía abuela, de un hermano menor. Otro dato importantísimo es que se
consideraba que la mujer parturienta quedaba “impura” durante semanas, razón
por la cual habría sido harto extraño e irregular que María pudiera convivir
con los familiares de su marido después del parto e incluso durante el parto.
Leí también un agudo artículo de un
testigo de Jehová (que no pone su nombre) que da una importancia enorme a la
hospitalidad judía de la época y aun de la actualidad. Argumenta que es poco
probable que siendo de Belén, un descendiente de David fuera a ser rechazado si
volvía a casa de sus parientes y vecinos, y muchísimo más si venía con una esposa
a punto de parir.
Estos dos artículos y otros terminan
descartando que Lucas haya querido decir posada
y que se refiera a lo que hoy llamaríamos una instalación turístico-hotelera.
Debe haber pensado en una habitación,
una sala común, una estancia, un cuarto de invitados. De hecho, explican que el propio san Lucas y
además san Marcos, cuando narran el episodio en que Jesús manda preparar la
Última Cena y pide que vayan a preguntar en la ciudad “dónde está la estancia donde ha de celebrar la Pascua
con sus discípulos”, utilizan también la palabra καταλύματι, y en ninguno de los dos casos se ha traducido como
posada.
Aunque no estoy dando todas las
evidencias (porque no soy especialista en este asunto), parece que Jesús nació
en la casa de algún pariente de José (Dios le eligió un buen padre humano a su
hijo), aunque no haya sido en la habitación más cómoda, ni siquiera propiamente
dentro de la casa. Y con respecto a la palabra casa, me deslumbra y me contenta la solución que descubro en la
llamada Biblia Latinoamericana, de 1995: “...pues no había lugar para ellos en
la sala principal de la casa”.
Aparece casa también, en español, en la historia del amigo san Mateo cuando
cuenta la primera visita oficial que recibió Jesús como profeta, sacerdote y
rey: la de los Reyes Magos. Dice: “...y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre...” (Mateo 2, 11). En
griego veo la palabra οἰκίαν, la responsable de nuestra economía.
¿Desde cuándo existe esa confusión, si
es que lo es? Quiero dejar a los profesionales de la lengua dilucidar si es un
error de traducción, de transcripción, de interpretación o simplemente que el
pueblo se lo imaginó todo torcido (porque no sabía leer, porque no conocía la
cultura hebrea, porque todo el fenómeno Jesús le parecía un cuento fantástico,
no soy yo quien lo sabe con certeza). También puede haber sido la traducción al
latín:
et peperit filium
suum primogenitum; et pannis eum involvit et reclinavit eum in praesepio, quia
non erat eis locus in deversorio.
De latín sí
que no sé casi nada, pero el mejor diccionario que encuentro en Internet me
dice que deversorio equivale a hotel.
Si nos ponemos dicotómicos entre
católicos y protestantes, la traducción de Vatican.va dice albergue y la Reina-Valera dice mesón.
Y si nos fijamos solo en los idiomas, la Nouvelle Edition de Genève en francés pone
l’hôtellerie; el traductor de
la Bibbia della Gioia italiana elige locanda del villaggio; la King James Version inglesa
propone inn.
Quién sabe si hay que tomar la actitud
de la Santísima Virgen: “guardar todas estas cosas para meditarlas en nuestro
corazón” (el segundo capítulo de Lucas es particularmente rico, ¿no?). Es que a
Dios en realidad le importa más otra cosa. Y a nosotros puede ser que nos
importen más las palabras que la presencia espiritual que exudan; que nos
importen más las historias como literatura que como vida; la Navidad más como fiesta
que como fe. Y la Navidad no puede depender de una sola palabra. ¿Habrase visto
pobreza más pobre que esa?
ariadnavoulgaris@gmail.com
Año VII / N°
CCLXXXIV / 25 de diciembre del 2019
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