lunes, 30 de diciembre de 2019

Vivo con mi mamá, cocino sabroso y escribo bonito [CCLXXXV]

Laura Jaramillo


 
Jeroglíficos en el templo de Ramsés III (siglo XII antes
de Cristo), Egipto (foto: J.D. Dallet)


         No es que esté buscando marido y me esté autopromocionando, lo que pasa es que recordé a Charly Mata, personaje de los años 50 o 60, con un afro, bigotes al estilo Oscar D’León en sus inicios y zapatos de plataforma, que siempre salía con su go-go dance. Este personaje aparecía en un programa de mi época, y sé que de la época de muchos también: Radio Rochela. Este programa, con un excelente e inteligente humor, reflejaba a la sociedad venezolana desde varios puntos de vista: cultural, social, político, económico, etc. Pero no voy a hablar de Charly, quiero hablar de su letra bonita, porque él tenía una máxima: “Vivo con mi mamá, cocino unos espaguetis ricos y tengo la letra bonita”.
         Cuando yo daba clases, peleaba con los estudiantes... bueno, primero con la hoja de examen, y luego con ellos, porque tenían una pésima, horrible, escalofriante letra. Siempre les decía que yo estudié traducción, no paleografía, así que los jeroglíficos no eran lo mío.
         A pesar de haber luchado mucho con estos insignes personajes que decidieron afortunadamente salir del oscurantismo en el que estaban inmersos en sus respectivos liceos al ponerse a estudiar una carrera universitaria, no todos lograron, al menos conmigo, la titánica labor de ‘acomodar la letra’. Básicamente, por dos razones. Unos me decían que se les hacía difícil mejorar lo chueco, por una cuestión de costumbre, lo cual es comprensible. Es como un vicio; sabes que está mal pero lo sigues haciendo, y salir de allí es muy complicado. Otros me decían que no veían la necesidad de mejorar la letra porque vivimos con las manos metidas, no en la masa, sino en el teclado, es decir, la tecnología todo lo resolvía. Quisiera ver a esos estudiantes por un güequito llenando un cheque.
         Recuerdo una vez que un cliente me contactó para que le realizara una corrección. Le dije que sí pero que mi computadora estaba donde el técnico. Afortunadamente al cliente no le importó e imprimió el documento. Mi trabajo lo realicé 100 por ciento a mano. Allí recordé todos los ejercicios de caligrafía que hice en la escuela.
         Pues les cuento que según un estudio de por allá del norte, “cuando los niños escriben a mano se activan tres áreas del cerebro (…) las mismas que se activan cuando los adultos leen y escriben. Lo curioso es que ninguna se activa cuando los menores escriben a través de un teclado. La explicación más inmediata es que el cerebro recibe más estímulos cuando se escribe que cuando se teclea”.
         No puedo negar que la computadora es muy útil, pero no podemos darle el poder de embobarnos, de embrutecernos. ¿Qué hicieron cuando no había luz? Yo jugué dominó. Además, no se debe confiar en el corrector de Word, que no distingue entre ortografía y semántica.
         No tengan miedo de escribir bonito, o sea, de tener la letra bonita, porque la caligrafía es un arte, y como tal debe ser objeto de admiración y no de terror.

laurajaramilloreal@gmail.com



Año VII / N° CCLXXXV / 30 de diciembre del 2019




Otros artículos de Laura Jaramillo

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Toda la Navidad en una sola palabra [CCLXXXIV]

Ariadna Voulgaris




Maia Morgenstein y Jim Caviezel como María y Jesús
en
La pasión de Cristo (2004), de Mel Gibson




         Como recordarán, Jesucristo nació en una familia pobre en un pueblo pequeñito, nunca tuvo, según sus propias palabras, “donde reclinar la cabeza” y murió tan pobre que sus amigos salieron corriendo. Solo su madre lo acompañó de principio a fin y lo hace con tanto silencio que a veces parece más una presencia espiritual... pero ha quedado claro que en esa familia todos eran así.
         Este diciembre, se me metió a mí en el cuerpo el espíritu de la osadía y me sentí ya con la confianza suficiente, después de cinco años viviendo en Grecia, para leer el relato del nacimiento de Jesús en su lengua original. Mi abuelo me contaba esa historia en griego, pero yo nunca la había leído sino en español.
         Sé desde siempre que hay que comenzar con el Evangelio según san Lucas. Paso la prueba del primer capítulo, y en el segundo vuelvo a ver la escena en que María recuesta a Jesús en el pesebre; es allí donde mi imaginación sufre un ataque del espacio exterior. Toda la vida hemos sabido que José y María no encontraban dónde hospedarse en Belén y por eso ella tuvo que parir casi al aire libre, en mitad de la noche, rodeada de animales y contando apenas con la ayuda de un carpintero (su marido, está bien, pero no tenía experiencia en partos nocturnos). Pero esta mi primera lectura me disloca con una palabra en el versículo 7. Allí el hermano Lucas dice:

κα τεκεν τν υἱὸν ατς τν πρωττοκον, κα σπαργνωσεν ατν κα νκλινεν ατν ν φτν, διτι οκ ν ατος τπος ν τ καταλματι.

         ¡Katalýmati! ¿Habitación? ¿Cuarto de huéspedes? ¿Cuál habitación? ¿Cuál cuarto de huéspedes, si los pobres no encontraban dónde pasar la noche cuando llegaron a Belén? Nadie los recibía. Todo estaba lleno porque mucha gente estaba llegando a la ciudad para censarse. La traducción más inofensiva al español dice más o menos así: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo recostó en un pesebre, pues no había lugar para ellos en la posada”. ¡Posada! Me imagino que es a partir de esta palabra que hemos entendido a lo largo de la historia que los tres visitantes de Nazaret andaban por ahí dando tumbos y que nadie se condolía de ellos. Pero si el original decía καταλματι, como acabo de descubrir, queda implícito que estaban hospedados en una casa, solo que no podían estar en el espacio donde habitaba la gente y, por tanto, tuvieron que irse al lugar donde estaba el pesebre: ¿el establo? ¿Tenían establo?
         Un artículo de Fernando Renau que me encuentro menciona varios detalles de la cultura hebrea que permiten sacarle información a este versículo. Uno de esos detalles es que José era de Belén (razón por la cual tenía que censarse allí), y por eso debía tener parientes en la ciudad. Es lógico pensar que hubiera podido llegar a casa de un primo, de una tía abuela, de un hermano menor. Otro dato importantísimo es que se consideraba que la mujer parturienta quedaba “impura” durante semanas, razón por la cual habría sido harto extraño e irregular que María pudiera convivir con los familiares de su marido después del parto e incluso durante el parto.
         Leí también un agudo artículo de un testigo de Jehová (que no pone su nombre) que da una importancia enorme a la hospitalidad judía de la época y aun de la actualidad. Argumenta que es poco probable que siendo de Belén, un descendiente de David fuera a ser rechazado si volvía a casa de sus parientes y vecinos, y muchísimo más si venía con una esposa a punto de parir.
         Estos dos artículos y otros terminan descartando que Lucas haya querido decir posada y que se refiera a lo que hoy llamaríamos una instalación turístico-hotelera. Debe haber pensado en una habitación, una sala común, una estancia, un cuarto de invitados. De hecho, explican que el propio san Lucas y además san Marcos, cuando narran el episodio en que Jesús manda preparar la Última Cena y pide que vayan a preguntar en la ciudad “dónde está la estancia donde ha de celebrar la Pascua con sus discípulos”, utilizan también la palabra καταλματι, y en ninguno de los dos casos se ha traducido como posada.
         Aunque no estoy dando todas las evidencias (porque no soy especialista en este asunto), parece que Jesús nació en la casa de algún pariente de José (Dios le eligió un buen padre humano a su hijo), aunque no haya sido en la habitación más cómoda, ni siquiera propiamente dentro de la casa. Y con respecto a la palabra casa, me deslumbra y me contenta la solución que descubro en la llamada Biblia Latinoamericana, de 1995: “...pues no había lugar para ellos en la sala principal de la casa”.
         Aparece casa también, en español, en la historia del amigo san Mateo cuando cuenta la primera visita oficial que recibió Jesús como profeta, sacerdote y rey: la de los Reyes Magos. Dice: “...y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre...” (Mateo 2, 11). En griego veo la palabra οκίαν, la responsable de nuestra economía.
         ¿Desde cuándo existe esa confusión, si es que lo es? Quiero dejar a los profesionales de la lengua dilucidar si es un error de traducción, de transcripción, de interpretación o simplemente que el pueblo se lo imaginó todo torcido (porque no sabía leer, porque no conocía la cultura hebrea, porque todo el fenómeno Jesús le parecía un cuento fantástico, no soy yo quien lo sabe con certeza). También puede haber sido la traducción al latín:

et peperit filium suum primogenitum; et pannis eum involvit et reclinavit eum in praesepio, quia non erat eis locus in deversorio.

De latín sí que no sé casi nada, pero el mejor diccionario que encuentro en Internet me dice que deversorio equivale a hotel.
         Si nos ponemos dicotómicos entre católicos y protestantes, la traducción de Vatican.va dice albergue y la Reina-Valera dice mesón. Y si nos fijamos solo en los idiomas, la Nouvelle Edition de Genève en francés pone l’hôtellerie; el traductor de la Bibbia della Gioia italiana elige locanda del villaggio; la King James Version inglesa propone inn.
         Quién sabe si hay que tomar la actitud de la Santísima Virgen: “guardar todas estas cosas para meditarlas en nuestro corazón” (el segundo capítulo de Lucas es particularmente rico, ¿no?). Es que a Dios en realidad le importa más otra cosa. Y a nosotros puede ser que nos importen más las palabras que la presencia espiritual que exudan; que nos importen más las historias como literatura que como vida; la Navidad más como fiesta que como fe. Y la Navidad no puede depender de una sola palabra. ¿Habrase visto pobreza más pobre que esa?

ariadnavoulgaris@gmail.com



Año VII / N° CCLXXXIV / 25 de diciembre del 2019




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lunes, 23 de diciembre de 2019

Soldada y botín [CCLXXXIII]

Luis Roberts


Corona de Adviento: cada vela, un domingo



         Otra palabra derivada de soldada es soldadesca, que, entre otras cosas, significa ‘tropa indisciplinada’. Y si la soldadesca se indisciplina por la falta o insuficiencia de la soldada, la única forma de calmarla es con el botín. Y no me refiero a la bota de caña corta, sino a sus otras acepciones: 1. despojo que se concedía a los soldados, como premio de conquista, en el campo o plaza enemigas. 3. Beneficio que se obtiene de un robo, atraco o estafa.
         La práctica de repartir el botín con la tropa ya era habitual en Roma, pero en la Edad Media, los reyes y señores feudales cuya única forma de incrementar su riqueza era apoderase de las tierras del vecino, no tenían suficiente tropa y llamaban a filas a sus campesinos con la promesa de disfrutar de un opíparo botín, es decir, lo que sería un bono en nuestros términos salariales actuales. En la historia hay famosos botines producto de famosos saqueos. Recordemos que en la cuarta Cruzada, las naves venecianas se dirigían a liberar Tierra Santa, pero ante las noticias de que el botín que les esperaba era menguado y su soldada escasa, decidieron desviar el rumbo y atacar, invadir y saquear Constantinopla, robando, violando, y pasando a cuchillo a cuanto buen cristiano se les ponía por delante, pero, claro, como eran ortodoxos, es decir, de otro club, había indulgencias. Gran parte de los tesoros artísticos que hoy se contemplan en Venecia son procedentes de ese enorme saqueo.
         El otro saqueo más famoso fue el llamado Saco de Roma en 1527. Las tropas del cristianísimo emperador Carlos I de España y V de Alemania, se amotinaron tras ganar una batalla en el norte de Italia y no recibir su soldada y decidieron bajar hasta Roma, porque allí sí que había de donde agarrar y como el papa Clemente VII era enemigo del Emperador, pues si no indulgencia, sí justificación política, que viene a ser lo mismo. Soldados españoles, alemanes, holandeses y hasta italianos, pasaron a cuchillo a la Guardia Suiza y a todos los defensores de Roma y del Vaticano y el propio papa se escapó por los pelos encerrándose en el castillo de Sant’Angelo. Vaticano, San Pedro, iglesias, excepto las españolas, palacios, todo fue saqueado.
         Según viajeros y periodistas, algunos países de África sumidos en la pobreza y el caos están padeciendo esta peste resucitada del botín, en sus dos acepciones antes apuntadas, como medio de pago a sus fuerzas de orden público, ante la imposibilidad de remunerarles con una soldada decente. Algunos incluso dicen que en algún país de Latinoamérica, con igual pobreza, caos y anomia, sucede lo mismo. ¡Válgame Dios! Robos de celulares en la calle a plena luz del día, extorsiones mafiosas a comerciantes, pago de “peajes” en alcabalas de calles y carreteras, requisa de mercancía en autobuses en las carreteras, robo de camiones que transportan alimentos, “incautación” de divisas y de moneda nacional, si la hubiere, directamente de las billeteras, supuestas infracciones de tráfico que han de pagarse en divisas o en una noche en la playa en su defecto, si la infractora lo merece, secuestros, asesinatos por encargo o por “vendetta”, etc., etc.
         Cuando las fuerzas de orden público son la mayor causa de zozobra y miedo de la ciudadanía, no solo la anomia de un país ha llegado a su punto álgido sino que las esperanzas de recuperación social y moral se ven difíciles, complejas y a muy largo plazo. Ojalá no ocurra nunca esto en nuestro país y, puesto que estamos en pleno Adviento: ¡Dios nos coja confesados!

luisroberts@gmail.com



Año VII / N° CCLXXXIII / 23 de diciembre del 2019




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lunes, 16 de diciembre de 2019

Soldada [CCLXXXII]

Luis Roberts


Santa María, Isla de Sal, Cabo Verde [Foto: P. Hauser]



         Todas las armas para combatir la injusticia histórica de la discriminación y cosificación de la mujer, son válidas, legítimas y justificadas. Todas menos, entre otras, aplicar criterios de hoy a personajes del pasado, culpabilizar al hombre por el hecho de serlo, y, querer enmendar los yerros históricos cambiando la lengua y su gramática. La lengua cambia sola, la cambiamos, poco a poco y sin descanso, respetemos su tempo y sus reglas.
         Si hay algo ridículo y risible a veces, en este terreno, es el llamado lenguaje inclusivo, la duplicación, utilizado de manera oportunista por los políticos en general. Venezolanos y venezolanas, alcaldes y alcaldesas, diputados y diputadas, etc. Atenta al principio de la economía del lenguaje y entra dentro de lo risible que señalábamos antes.
         Hay que tener en cuenta que el masculino abarcador no es resultado de una sociedad patriarcal. El académico de la RAE Álex Grijelmo, en su libro recién publicado, Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo (Taurus), dice:

En el indoeuropeo, que es la madre de la mayoría de las lenguas de nuestro entorno, había un género para señalar a las personas (lo animado) y otro para señalar lo inanimado. El primero servía para nombrar a personas de cualquier sexo. Pero hace miles de años nació el género femenino por la necesidad de nombrar a las mujeres ante el papel primordial que adquirieron en las familias. Se crean así los géneros y el que valía antes para todos se desdobló como masculino sin perder su función inclusiva original. El problema viene de la Grecia clásica, cuando se empezó a reflexionar sobre el lenguaje y se habló de género masculino, en vez de hablar de un género de lo animado. Si se hubiera hecho así, entenderíamos hoy por qué hay un género que sirve para todas las personas y uno para las mujeres.

         La palabra señora no existía en el castellano hasta bien entrada la Edad Media, existía señor, pero no señora. Hoy, y desde no hace mucho tiempo, ya no sólo nos es familiar, sino que lo hemos incorporado al lenguaje tanto culto como coloquial, la presidenta, la jueza, la ingeniera, la abogada; la policía ya nos crea cierta ambigüedad.
         Esto viene a cuento de que hace poco oí la palabra soldada aplicada a la mujer que forma parte del ejército en su grado más bajo. Ya tenemos digerido, más o menos, generala, coronela, capitana, pero va a costar algo más asumir lo de comandanta, tenienta, alfereza, caba, y lo de soldada va a ser mucho más duro, debido a sus distintas acepciones, no ya verbales, de soldar, sino sustantivas. Soldada es sueldo, salario o estipendio, así como el haber del soldado, la paga. Su origen está en el latín, solidus, que era la moneda de oro que acuñó el emperador Constantino, el sólido.
         En la antigua Roma, la paga del soldado consistía en saquitos de sal, de ahí la palabra salario. Hasta la conquista colonial de África en muchos países de ese continente el instrumento de pago también era la sal, único remedio para combatir la deshidratación en las tórridas sabanas.

luisroberts@gmail.com



Año VII / N° CCLXXXII / 16 de diciembre del 2019



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lunes, 9 de diciembre de 2019

Un Bello colombiano (I) [CCLXXXI]

Edgardo Malaver



Cincuenta y cinco años después, Humboldt aún recordaba
a aquel muchacho enfermizo que vivía para estudiar




         Seguramente por influencia de mi madre, no pasa un 29 de noviembre sin que yo me acuerde de Andrés Bello. Recuerdo con claridad una escena de mi infancia en que, al llamarme ella para almorzar, le contesté que no podía porque estaba leyendo, y después de eso, muchas veces se comentó en la mesa que yo tenía la actitud de Andrés Bello, para quien, según ella, estudiar era más importante que alimentarse; pero no era verdad, porque a mí siempre me gustó mucho comer, aunque sabemos que don Andrés, de joven, sí era más bien frágil y enfermizo, es decir, que se tomaba a pecho que su mente necesitaba más alimento que su estómago.
         Suena a lugar común, y lo es, pero lo cierto es que, según Miguel Amunátegui, discípulo, amigo y biógrafo de Bello, hasta el barón Alejandro de Humboldt lo deja bastante claro cuando, en 1799, le aconseja a la familia del joven poeta moderar el fervor de su trabajo, si querían conservar su salud. Es presumible que Bello estuviera entre los caraqueños que quisieron acompañar al científico alemán a subir al Ávila el 2 de enero de 1800 y que luego se devolvieron a mitad de camino, cansados por una escalada que para él y para Bonpland había sido un simple calentamiento mañanero.
         El punto es, entonces, que el espíritu docente de mi madre me inscribió en la memoria recordar el nacimiento de Bello. Y este año la fecha casi me atrapa viendo la serie Bolívar de Netflix, en la que aparece un Bello bastante curioso para la imagen que tenemos de él, y no sólo en apariencia sino sobre todo en la lengua. Este Bello, interpretado por el actor Nicolás Prieto, es, en primer lugar, alto, musculoso, todo un galán contemporáneo de televisión, de pelo largo y con una barca de cinco días inconcebible para un maestro del siglo XIX; en segundo lugar, pero más impresionante, ¡este Bello habla en español de Colombia! No tenemos derecho a reprochar a los productores que no hayan buscado un actor que fuera tataranieto de Bello y que imitara el acento y las frases que éste usaba cuando era maestro de Simón Bolívar; eso es una necedad. (Me parece ya un logro que los actores que representan a Bolívar adulto, a su madre y a su hermana mayor hayan sido venezolanos y que la actriz de Manuelita Sáenz haya sido ecuatoriana. Lo demás es demasiado pedir.) A mí me llama la atención este Bello de habla colombiana porque, cultural e históricamente, es eso lo que más llama la atención en Andrés Bello: la lengua.
         El párvulo Bolívar, apenas 20 meses más joven que su maestro, era un muchacho presumido, impulsivo e incontrolable, como casi todo niño rico, huérfano y sin idea de lo que desea hacer en la vida. Bello, sin embargo, era un maestro equilibrado, tranquilo, sabio; un maestro —en la serie dicen profesor, que es un título que a Bello no le calza ni con escuadra, como no le calza a Simón Rodríguez— que en 1810 tiene mucho más clara que su predestinado discípulo la situación política europea, el tacto y la cautela que debe tener un diplomático y, por encima de eso, la importancia de la honestidad. Sin embargo, lo importante aquí son las cosas que dice el personaje.
         Cuando Bello le da clases a Bolívar, que lo hace en la academia militar (primera noticia para mí), lo convence de que un líder, un estratega, un hombre culto y de mundo no es nadie si no conoce su lengua y su literatura (y otras) como instrumento para lograr objetivos, para persuadir, para dirigir a su pueblo. Y el personaje Bolívar, capítulos más tarde, da múltiples demostraciones de haber aprendido bien la lección. Siempre que un grupo de soldados quiere, por ejemplo, desertar del ejército para huir del frío de los Andes, que, por orden del Libertador, están atravesando sin camisa y sin zapatos, aparece él, desgranando palabras e ideas como si fuera Demóstenes, Pericles, Cicerón. Y los soldados, el pueblo, hasta los adversarios dudosos siempre terminaban gritando: “¡Cuente con nosotros, general, cuente con nosotros!”. Eso fue obra de Bello.

Seguimos en el próximo capítulo.

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXXXI / 9 de diciembre del 2019




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