lunes, 21 de noviembre de 2016

¡Qué molleja de metáfora! [CXXXII]

Laura Jaramillo



“¿Usted ha visto una cucaracha muerta
rodeada de hormigas?”.
Formica prima,
Francesco Redi, 1687


         Hace algunos días, estuve viendo un programa sobre medicina, y alguien le preguntaba al médico si era verdad que a los niños recién nacidos no se les puede cortar el pelo porque se quedan mudos. Luego de arrugar las caras, la mía y la del médico, y reír también, por supuesto que la respuesta fue negativa.
         Sin embargo, lo curioso de la anécdota no fue la absurda pregunta, sino el comentario que hizo el médico, pues él se imaginó que esa creencia, como muchas otras parecidas, era producto de experiencias en las cuales se asocia una cosa con otra. Así es exactamente lo que sucede con el lenguaje metafórico; asociamos dos situaciones, objetos o personas, para crear las “metáforas de la vida cotidiana”[1].
         Nuestra hermosa lengua no escapa de la situación que actualmente vivimos; nosotros, los usuarios de la lengua, asociamos las situaciones de la vida cotidiana con diferentes aspectos. Para muestra, varios botoncitos.
         Cuando llegamos tarde a la repartición de números (ustedes sabrán pa qué), hacemos una asociación hípica, pues llegamos detrás de la ambulancia. Y si se nos ocurre quedarnos dormidos, entonces la cosa es que nos quedamos en el aparato.
         Cuando estamos cansados y queremos retirarnos de alguna situación o lugar, hacemos asociaciones boxísticas, pues tiramos la toalla, y más si el camión imaginario (porque estoy convencida de que es imaginario) nunca llegó.
         Las colas se hacen por turnos, es decir, es una especie de carrera de relevos, porque primero se va el papá, a las pocas horas, se va la mamá para que el señor se vaya a descansar, y así sucesivamente, o sea, se pasan olímpicamente el testigo.
         Esta última asociación que les daré es cortesía de un vecinito de apenas 12 años, que me preguntó si alguna vez he visto una cucaracha muerta rodeada de hormigas. Yo le respondí que sí. Entonces me dijo que los de la cola son las hormigas y el insecto rastrero es el camión. ¿Qué otras tantas cosas se imaginará este aprendiz de lingüista?
         De alguna manera, y sin llegar a ser absurdas, estas asociaciones son el reflejo de nuestras vivencias y son las que nos sirven para expresar bien clarito lo que sentimos y pensamos. Como dirían los hermanos maracuchos: ¡Vergación, qué molleja de metáfora!

laurajaramilloreal@yahoo.com





Año IV / N° CXXXII / 21 de noviembre del 2016





[1] Lakoff, G. y Johnson, M. (1980). Metáforas de la vida cotidiana. Cátedra: Madrid.

lunes, 14 de noviembre de 2016

¡Oh! ¿Qué será? [CXXXI]

Laura Jaramillo


“...con la seriedad de Juan Vicente Gómez...”.
Caricatura de Pedro León Zapata, 24 de julio del 2007



         Hago referencia al título de esa canción, pues he podido darme cuenta de que hay una necesidad de adaptar al español las palabras que vienen de otros idiomas, muy especialmente del inglés, particularidad lingüística que puede observarse en las series de televisión o en las películas, las cuales deben traducirse al español, bien sea por subtítulos o por doblaje.
         El mercado de este tipo de traducciones lo tiene México, al menos una gran parte, por lo que a ellos les debemos que muchas adaptaciones formen parte de nuestra habla, sin que por ello se incurra en error o se corra el riesgo de que nuestro interlocutor no nos entienda, pues ya son de uso común entre los hablantes.
         Ahora, ‘feisbuquiamos’ y ‘tuitiamos’, y nuestras fotos o comentarios publicados tienen cientos de ‘laikeadas’. Pero no solo eso, también tenemos que ‘textear’ o ‘mensajear’, ‘guasapear’ y ‘fotochopear’. En el caso del WhatsApp, terminamos diciendo ‘guasá’, porque a nosotros nos encanta aspirar los sonidos.
         En una película de acción, los policías o los malos de la película están ‘francotirando’. En el canal de ‘vídeos’, hacen un ‘rankeo’, o sea, un conteo de los más pedidos. Y los artistas se la pasan ‘instagramiando’.
         Hace algún tiempo, cuando se nombró tanto la Ley de Amnistía, hubo periodistas que con la seriedad de Juan Vicente Gómez decían sin inmutarse ‘amnistisiado’. La que se inmutaba era yo, que me daba vuelta la cabeza como gallina a medio matar.
         Sin ir muy lejos, ‘bachaqueo’, que denomina esa grotesca actividad comercial, es una palabra que proviene de Bachaquero, una población del estado Zulia. Además de ser una zona petrolífera, es un punto de partida para el contrabando de mercancía de aquí pa allá. Actualmente, se ha desvirtuado un poco su significado, pues no hacemos mercado, sino que vamos a ‘bachaquear’. O a lo mejor es una metáfora que proviene de esa hormiguita culona que se la pasa llevando pedacitos de hoja de un lado a otro. Ustedes dirán.
         Por cierto, los colombianos en este caso dicen que van a ‘mercar’, y, curiosamente, en el caso del Twitter, no dicen ‘tuit’, sino ‘trino’, lo que realmente hace el pajarito, y no silbar como dijeron por ahí hace algunos añitos.
         Por eso, a lo Willie Colón, me pregunto, ¡oh!, ¿qué será?, ¿qué será...? ¿Qué será lo que impulsa a los hablantes a crear giros terminológicos o a hacer adaptaciones al español? ¿Por qué no buscamos un equivalente? ¿Hasta qué punto es válido enriquecer la lengua de este modo? No sé, no sé y no sé. Al final del camino, quizás no sea tan malo, solo queremos expresarnos y hacernos entender, o sea, como el serrucho, pa allá y pa acá.

laurajaramilloreal@yahoo.com






Año IV / N° CXXXI / 14 de noviembre del 2016

lunes, 7 de noviembre de 2016

Baralt no desapercibido [CXXX]

Sérvulo Uzcátegui Gómez


Baralt en el centro de su plaza en Maracaibo
(foto del autor, 1983)



         Cuando quien escribe estas líneas, por alguna diligencia de mayor o menor importancia, debe dirigirse al centro, el casco histórico de la ciudad de Maracaibo, suele ocurrir que tenga que pasar frente a la estatua de Rafael María Baralt, en la plaza homónima, frente a la capilla que aquí llaman «del convento». Allí está esa estatua, de cuerpo entero de pie en bronce, desde 1888; la pequeña ciudad de entonces, todavía de carácter insular, a toda una vida de distancia del puente que la uniría con el resto del país, se la dedicó a uno de sus más excelsos hombres de letras, quien fuera escritor, periodista, filólogo, crítico y poeta; pareciera que observa a quien pasa frente a ella bajo el inclemente sol, y aún así pasa completamente inadvertida, en medio del deterioro, la basura por todos lados y la procaz rutina del día a día maracaibero.
         Que este humilde servidor ya no diga (como todavía mucha gente en el entorno inmediato sigue haciéndolo hasta el día de hoy) que el Baralt de bronce pasa desapercibido, es algo que le deberá y agradecerá por siempre al Baralt de carne, hueso y pluma ilustre, y a su diccionario de galicismos.
         El Diccionario de galicismos de Rafael María Baralt, publicado originalmente en 1851 y luego muchas otras veces (p. ej. por la Universidad del Zulia en 1963) sigue siendo (por lo que puede extraerse de una indagación en Google y Wikipedia) obra de referencia de primera mano para quien busca cultivar una expresión en español (al menos por escrito) con propiedad, dando a preposiciones, adverbios, verbos y frases un uso castizo, alejado del calco de su uso correspondiente en francés, práctica muy en boga en tiempos de Baralt y que alcanza hasta nuestros días.
         A propósito de desapercibido escribió Baralt:

DESAPERCIBIDO, DA

Pasar desapercibido (una verdad, una persona, un suceso, etc.) es hoy un barbarismo tan generalizado que excuso poner ejemplos de él, pues dondequiera se encuentran a montones.
Con ser muy generalizados los galicismos que hoy se cometen, hallo que ninguno lo es tanto como este disparatadísimo pasar desapercibido: locución que en todo rigor significa en castellano pasar alguno desprevenido, desprovisto de lo necesario para alguna cosa; y no, como quieren los galiparlistas, pasar no visto, no advertido, inadvertido, ignorado, según los casos.
Téngase y considérese, pues, como delito grave contra la lengua; y arguya supina ignorancia en quien lo use (pág. 265, edición de la Universidad del Zulia).

         Por supuesto que un comentario así, más de ciento cincuenta años después de su primera publicación, se presta para polémica, puede reprochársele ser anticuado y demasiado exigente. Pero hay que tener en cuenta que Baralt era un purista, consciente de la función del lenguaje como constructor de la realidad y portador de la cultura nacional, y por lo tanto desconfiado ante la entrada gratuita, excesivamente generosa de expresiones extranjeras en la lengua nativa.
         Es de temer que cualquiera que se exprese en esos términos, más o menos correctamente, cosechará crítica en nuestra época, como la cosechó Baralt en la suya. Pero no pasará inadvertido, como no lo hará Baralt para quien, obligado a caminar bajo el inclemente sol del mediodía por el casco histórico de Maracaibo y a pasar frente a su estatua, es consciente de la función del lenguaje y se siente corresponsable de su integridad y su preservación.
         Y una cosa definitivamente no hará Baralt: ¡pasar desapercibido!

servuzcg@yahoo.es





Año IV / N° CXXX / 7 de noviembre del 2016