Edgardo Malaver
Perseo con la cabeza de Medusa (1554), de Benvenuto Cellini |
Simón Bolívar escribió tanto en su vida que a cualquiera se le ocurre inventar una sentencia de aquellas contundentes y severas, pintarla en una pancarta y firmarla con el ilustre nombre para llevarla a una marcha, y nadie se va a poner a investigar si de veras la frase viene de la pluma del Libertador antes de aprendérsela y repetirla y lanzársela en la cara a quien corresponda —porque a veces parece que sólo para eso sirven las ideas brillantes de Bolívar.
Hace dos semanas, cuando me interné en el Archivo del Libertador para investigar de qué documentos provenían algunas frases célebres que forman parte del habla venezolana, no me imaginé que descubriría que algunas no figuran en ninguno de ellos. Los que hemos ido a marchas y más marchas contra el único gobierno que ha habido en Venezuela desde 1999 hemos leído mil veces, en letras de todos los tamaños, aquella que dice: “Maldito el soldado que vuelve sus armas contra su propio pueblo”. Yo creo recordar haberla oído antes de esa fecha, y quizá por eso me sorprende más no encontrar la frase en ninguna colección confiable de textos firmados por Bolívar, o atribuidos a él, de los cuales debería ser inapelable el Archivo del Libertador.
Siendo así, lo más atractivo de esta afirmación es que ya tiene sonoridad y solidez de sabiduría popular, de proverbio antiguo, infalible. Como en multitud de otras frases de Bolívar, aunque se demostrara un día que no lo es, ésta exhibe, al menos recientemente, un rasgo que no señalé en los dos primeros artículos de esta serie: la contradicción, la paradoja, el sentido circularmente acusatorio de su contenido. Es una afirmación dura que aniquila a cualquier que ejerza el poder y que por ello crea que tiene derecho a ir contra aquellos que le han dado ese poder. Los ciudadanos espetan este reproche al gobierno, que se dice bolivariano de nacimiento y es militar de corazón, cuando los cuerpos de seguridad, e incluso las fuerzas armadas, atacan con armas de fuego a los venezolanos, especialmente a los estudiantes, que se organizan para protestar. Es como devolver a Medusa su mirada petrificante.
Ya no hace falta que la ingeniosa sentencia sea real. Su fuerza cumple con los requisitos que exige la sabiduría popular para ocupar su puesto en la lengua. Tenga en alguna parte la firma de Bolívar o la de un autor anónimo, es cultura venezolana.
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Año VIII / N° CCCXXXVII / 28 de diciembre del 2020