Una vez me quedé dormido dando una
clase de inglés. No es que me parezca aburrido este idioma, ni que lo fuera mi
alumna, ni siquiera que me aburriera dar clases —que en esa época me aburría de
veras o me ponía de mal humor—, sino que trabajaba demasiadas horas al día y
dormía muy poco en las noches. Mi alumna, que era, gracias a Dios, una pariente
más o menos cercana que estudiaba turismo, me lanzó un cojín a la cara y me
dijo: “Acuéstate en el sofá, y yo avanzo con matemática”.
Lo que sí me aburría, y me aburre aún, son
esos estudiantes de idiomas extranjeros que apenas descubren dos o tres peculiaridades
muy curiosas y llamativas de esa otra lengua, comienzan a menospreciar la suya propia
e incluso se convierten en embajadores de los países donde éstos se hablan por
doquiera que van. Si siguen avanzando, pueden llegar a convencerse de que
aquella lengua es superior a todas las demás, y no existe forma de hacer que se
fijen en las peculiaridades, incluso más impresionantes, de otras lenguas, ni
siquiera la que les es natural.
También existen los hablantes que se consideran,
ya de entrada, tan inferiores, tan mal dotados para el aprendizaje lingüístico,
que ni con hipnosis se creen que sean capaces de aprender nada sobre otra
lengua. Por nada del mundo se atreven a retirar de su camino la vara que, en su
imaginación, sólo en su imaginación, les impide, no digo yo hacer un postgrado
en morfofonología medieval comparada —si es que eso existe— sino apenas echar una
mirada rápida a ese otro mundo sencillamente vecino que es una lengua
cualquiera.
No sé cuál de los dos grupo me desespera
más.
Gracias a Dios, el tedio y la molestia que me despertaba la docencia
se extinguieron de mi espíritu —la docente que habita en mi madre me dijo un
día que se lo conté: “Eso significa que has madurado”, y después de eso he dado
clases con sueño, con fiebre (con chicunguña, para ser más preciso), con
hambre, triste, de luto, y no me ha vuelto a lanzar cojines a la cara; pero no
han dejado de aburrirme, como si leyera el Código Civil con la pereza burócrata
de Zootopía, la gente que cree su
propio idioma inferior a los demás.
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Año VIII /
N° CCCVII / 22 de junio del 2020