Camila Guette
“El
despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero cuando llega, si llega, no
hay modo de evitarlo; y cuando llega se queda para siempre”, nos decía el
profesor en la película Lugares comunes,
del director argentino Adolfo Aristarain. Así es el despertar de la lucidez
lingüística, una vez que esta llega, lo hace para quedarse. Y con lucidez
lingüística no me refiero a erudición, sino más bien a todo lo contrario:
puesto que somos conscientes de la lengua (cosa que no le pasa a un hablante
común, que no se pregunta a cada instante si la preposición que utiliza es la
correcta) estamos condenados a la eterna duda cartesiana; de lo único que no
dudamos es de que estamos dudando. Así, vamos descendiendo más y más del
primero al noveno círculo del L’inferno
di Dante en la medida en que nuestro arsenal de lenguas es mayor.
Mi gusto por el cine reflexivo y melancólico me condujo hace
tiempo hacia los senderos del cine nórdico, primero al cine sueco con Bergman y
luego al finlandés, donde conocí a Aki
Kaurismäki, un realizador independiente hoy en día muy popular en Europa
gracias a su última película grabada en Francia: Le Havre. Al ver sus películas anteriores grabadas en finés, quedé
fascinada por los soundtracks y empecé
a interesarme tanto por la música finesa, como por su contenido. Me llamó mucho
la atención lo fácil que se pronunciaba el finés, así que comencé a investigar
en Internet sobre esa lengua (ya que cada vez que escucho una lengua que suene
bonito, quiero aprenderla) y no pude evitar caerme de la silla cuando leí que
el finés tenía alrededor de 15 casos: nominativo, partitivo, genitivo,
acusativo, inesivo, elativo, ilativo, adesivo, ablativo, alativo, esivo,
translativo, comitativo, instructivo, abesivo. Y yo que pensé que el latín era difícil.
Aún lucho con el alemán y lo poco que aprendí de griego porque tienen cuatro
casos. Es verdad que lo difícil no debe desmotivarnos, pero es que el genio de
esa lengua o se pasó de listo o fue forjado por los mismísimos vikingos. Y es
que las quince desinencias no solo afectan verbos, sustantivos y adjetivos,
sino que además se declinan los adverbios y algunas preposiciones.
Antes de estudiar idiomas modernos, en la era de mi
inocencia lingüística, hubiese gritado: ¡pero esta gente está demente! Mejor
dicho, no hubiese entendido ni qué es un caso, ni qué es una declinación. Hoy
en día, no diré que están dementes, creo más bien que hay que cambiar el método
de aprendizaje: aprendamos las lenguas como niños, de manera inconsciente,
luego estudiemos la gramática. Recuerden: fabulor
ergo cogito, ergo sum (hablo, luego pienso, luego existo). Ahora, volviendo
al tema de la lucidez, la duda y todos esos monstruos, creo que, de todas
maneras, siempre será mejor dudar cuatro veces que quince.
camila.guette@gmail.com
Año III / Nº LXXV / 28 de septiembre del 2015