Arepas venezolanas servidas en una mesa inglesa (foto: Y. Díaz) |
Tanto ruido que hacen los venezolanos
con las cosas que son únicamente venezolanas y resulta que, aunque esas cosas
existen, apenas uno llega a Cúcuta, por ejemplo, descubre que no son tantas.
Con las palabras, por lo menos, sucede así.
Uno crece oyendo de los adultos que
las arepas y la palabra arepa sólo
existen porque antes existieron los venezolanos y sólo ellos, que las parieron,
las conocen porque sólo dentro del impoluto territorio lingüístico de Venezuela
se comen arepas y se usa esa palabra. Pero no es así. A uno lo convencen de que
el adjetivo chévere tiene cédula de
identidad venezolana y apenas pone el pie en España, sabe que no. A uno le
parece lógico que la palabra ñapa sea
venezolana, y un día de enero comienza a leer un libro de Isabel Allende y,
¡pun!, se da en la cara con el inesperado regalo.
En el cuento “Dos palabras”, que viene
en el libro Cuentos de Eva Luna (1989),
la protagonista, Belisa Crepusculario, escribe cartas por encargo y sus palabras
terminan siendo mágicas: enamoran, derrotan, ofenden, endulzan, resuelven
problemas, deshacen hechizos, alcanzan justicia. Y regala una “palabra
secreta”, de uso exclusivo del cliente, por cada cincuenta centavos que éste
paga. Un día, un despiadado caudillo rural la contrata para que le escriba un
discurso porque quiere ser candidato presidencial. Cuando el Coronel le
pregunta cuánto le debe, ella le responde que un peso. “Además”, agrega,
“tienes derecho a una ñapa. Te corresponden dos palabras secretas”. Yo estaba
disfrutando la lectura, pero a partir de esta línea en la página 21, seguí
leyendo por la sola ilusión de saber las dos palabras que le habían tocado a
aquel hombre sin sensibilidad alguna.
¿Dónde aprendió Isabel Allende la
palabra ñapa? ¿En la sala de su casa
cuando era niña, en el mercado de adolescente o en Caracas cuando era
periodista de El Nacional?
Puede haber sido en cualquier lugar de
América, en realidad. El diccionario dice que se usa en Argentina, Uruguay,
Ecuador, Colombia, México, las Antillas y Venezuela. No menciona a Chile, pero
el cuento tampoco. Y no hacía falta, porque Belisa procede de un pueblo
lánguido del que huye para no morir de hambre, de modo que el personaje podía
haber nacido en cualquier lugar de la América de habla española. Lo que sí
importa es la palabra misma, su significado, que está extendido (y quien no lo
conozca puede deducirlo de lo que dice Belisa), y su presencia en el habla
cotidiana y en la literatura.
También dice el diccionario que ñapa deriva de la palabra quechua yapa, que es, por cierto, como dicen en
Perú. Me cuesta aceptarlo, algo dentro de mí se resiste, pero no tengo derecho
a contradecir a quienes sí lo han investigado. y entonces encuentro en el Libro raro (1912) de Gonzalo Picón Febres
una insinuación:
En
Venezuela nadie entiende como ñapa
sino lo que los pulperos y bodegoneros dan como gracia o propina a los
sirvientes por las compras que les hacen. En Canarias, yapa es adehala, y le dicen también ñapa. Don Zorobabel Rodríguez y don Rufino José Cuervo suponen a yapa proveniente del quechua yapaña, que significa añadidura.
Aunque
la Academia pareciera confiar en Rodríguez y Cuervo, no deja de latirme en el
oído que también se usa en Canarias. Y yo siento en ñapa un lejano sabor africano. ¿Los canarios aprendieron esa
palabra aquí entre los incas, o la trajeron de Tenerife?
La ñapa que le tocó al Coronel de
Isabel Allende lo desorientó tanto, que sus hombres lo creyeron víctima de un
embrujo. Viendo que ya no era el mismo que antes, su edecán le pide que le diga
las palabras que lo atormentaban, “a ver si perdían su poder”. Y él le contesta:
“No te las diré, son sólo mías”.
Uno puede creer, como el personaje de
Isabel Allende, que las palabras son sólo de uno. Y sí lo son, pero también son
de los demás, que, por esa razón, porque usan las mismas palabras, son los
mismos que nosotros.
emalaver@gmail.com
Año VII / N°
CCLXXXVIII / 27 de enero del 2020
Otros artículos de Edgardo
Malaver: