Olivia Hussey en el papel de la Virgen María
en Jesús de Nazaret (1977) |
Razón
tenía Rainer María Rilke cuando escribió que en la infancia está todo, todo lo
valioso que uno tiene. Cuando yo era niño, con frecuencia oía a mi abuela
decir, como para reprocharle a alguien que estuviera haciendo lo mismo de
siempre, sobre todo si era una mala conducta, “¿Cuándo no es Pascua en
diciembre y San Juan el 24?”. Al mismo tiempo, en Semana Santa se hablaba de “la
Pascua del Señor”, y en Navidad se nos deseaban “felices Pascuas”, y así, de
una temporada a otra, quedábamos todos “contentos como unas pascuas”. ¿Qué
tenía esta palabra que parecía adaptarse con tanta facilidad a diferentes
situaciones?
Es tan
adaptable, que en Semana Santa es singular y en Navidad es plural. En una va a
aparejada con la resurrección de Jesucristo y en la otra, con la “prosperidad”
que esperamos para el año siguiente. También parece ser propia para fechas felices,
como las del nacimiento de Jesús, y para las tristes, como las de su pasión y
muerte. Su presencia entre nosotros también es señal de su versatilidad, pues
de la cultura hebrea emigró a la griega y a la latina y a partir del latín se
vertió en el español.
La
palabra pascua quiere decir ‘paso’,
‘pasaje’; hay que tener presente que proviene de la palabra hebrea pesaj, que equivale a ‘pasar por alto’,
en el sentido de conservar, de no desechar alguna parte de un todo cuando se
está renovando algo. El pueblo judío comenzó a celebrar la Pascua después que Moisés
lo guio para escapar de la esclavitud en Egipto. Dios le dio a Moisés
instrucciones precisas para que cada familia matara un cordero y marcara con la
sangre la puerta de su casa la noche en que iban a huir. El espíritu de Dios pasaría esa noche por todo Egipto para
exterminar a los primogénitos de cada familia; pero pasaría por alto las casas que tuvieran la marca de la sangre. Naturalmente,
las familias egipcias, incluyendo la del faraón, perdieron a todos los varones
mayores, contexto que aprovecharon los judíos para huir. Al llegar a la orilla
del mar, perseguidos por los ejércitos egipcios, Moisés dividió las aguas y el
pueblo logró pasar “sobre suelo seco”
hacia la libertad.
En el
Nuevo Testamento, Jesús hace coincidir la Pascua judía con lo que luego, en la
cultura occidental, se llamaría Semana Santa. En esa primera Pascua cristiana,
se pasa de la antigua alianza de Dios
con su pueblo a la nueva alianza en la que el propio Jesús es el nuevo cordero
que se sacrifica por el pueblo, que ya no es únicamente el hebreo. En Navidad, como
es fácil suponer, el paso es de la
era de la oscuridad a la de la salvación. La larguísima espera por el Mesías ha
concluido y el Verbo se ha hecho carne. El hombre deja de ser criatura de Dios
y pasa a ser su hijo.
¿Cómo
llega toda esta historia a la lengua? No se sabe en qué fecha nació Jesús, pero
fue la celebración romana de un dios que vence cada día sobre la luz y la
oscuridad, la fiesta del Sol Invictus, la que le puso fecha a la Navidad, la
fiesta del nacimiento de un hombre que habría de dominar sobre la vida y la
muerte. Tal como se suceden el sol y la noche, como se alternan la luz del
nacimiento y la sombra del sepulcro, llega también la Pascua una vez y otra vez
y otra vez. Y así, la música, la mesa, la atmósfera, hasta las emociones, nos
insinúan que ha llegado diciembre... ¿y cuándo no es Pascua en diciembre?
¡Para todos... feliz
Navidad!
emalaver@gmail.com
Año VI / N° CCXL
/ 24 de diciembre del 2018
Otros artículos de Edgardo
Malaver:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario