lunes, 8 de enero de 2018

El neoespañol en Venezuela [CLXXXVIII]

Luis Roberts


 
El Chunior, personificado por Emilio Lovera, antecedente
histórico del neoespañol en Venezuela


         Hace algunos años, el gran humorista Emilio Lovera creó un personaje en el desaparecido programa de la televisión Radio Rochela, en la desaparecida, por ahora, RCTV: el Chunior. Pues bien, el Chunior fue el antecesor histórico más cercano e identificable del neoespañol en Venezuela. Lo que entonces parecía solo una disparatada fantasía humorística es ya hoy una avasalladora realidad. Muchos de los ejemplos que aparecieron en mi anterior escrito sobre el neoespañol y que sacuden los cimientos de la lengua en España, les recordarán los disparates lingüísticos del Chunior, pero hoy nos vamos a fijar solamente en los verbos desaparecidos en Venezuela y sustituidos por otros del mismo campo semántico pero con significado distinto.
         Empezaremos con uno que también forma parte de las preocupaciones de ultramar, el verbo oír. Hoy ya nadie oye, todo el mundo escucha. Según el DRAE, oír es percibir con el oído los sonidos; es decir, la función que corresponde al sentido del oído. Escuchar es prestar atención a lo que se oye, también según el DRAE. Escuchar implica un acto de voluntad de oír, a diferencia de oír que es función natural del oído. “¿Me escuchas?” Sí, claro, te escucho con atención; si no, sería un maleducado, pero no te oigo porque la señal es mala. “Esta madrugada escuché tiros en mi calle.” Eres un masoquista, ponte a escuchar el Himno de la alegría, pero no un tiroteo. En todos los idiomas cercanos existe la diferencia: entendre y écouter, listen y hear, sentire y ascoltare, sentir y escoltar, hören y zuhören, ouvir y escutar, y todos siguen haciendo la diferencia, excepto el neoespañol.
         Otro verbo que ha corrido la misma suerte, este en Venezuela, es el “mirar”. Ya nadie mira, todo el mundo ve. Con este verbo cabe la misma explicación que con el anterior: uno es un acto voluntario de la vista, el mirar, y el otro, el ver, es la función del sentido de la vista. “¿Por qué me ves?” Porque no soy ciego. “¿Por qué me miras?”. Porque me gusta mirarte, porque me gustas. Y claro, a fuerza de ver por mirar se ha olvidado el significado de este verbo y ha sido sustituido por otro: visualizar, cuya primera acepción es la de visibilizar, es decir, “hacer visible artificialmente lo que no puede verse a simple vista, como con los rayos X los cuerpos ocultos, o con el microscopio los microbios. Las otras acepciones se alejan aún más de las de ver simplemente. “Le voy a visualizar la cartera por si lleva microbios sospechosos”.
         Otro verbo en trance de desaparecer: abrir. Ya nadie abre, todo el mundo apertura. La “apertura”, que es la acción de abrir, es un participio del verbo abrir, pero participo que el verbo aperturar, probablemente de origen bancario, además de feo, no está admitido, de momento. El otro día oí a mi odontólogo decirme: “Apertúrame bien la boca” (así con el reflexivo cariñoso), y me dieron ganas de “obturacionarle” la suya con el torno.
         Y para terminar, un ejemplo chirriante, de reciente aparición, pero que parece lamentablemente imparable, la sustitución del poner por el colocar. Acudamos de nuevo al DRAE, que nos dice que poner es “colocar en un sitio o lugar a alguien o algo”, y colocar es “poner alguien o algo en su debido lugar”. ¿Pero no es lo mismo? No. La diferencia está en el matiz “debido lugar” del colocar, es decir, colocar implica un orden, preestablecido o no, pero un orden. Hace unos meses vi, miré y fotografié un cartel en una clínica de Caracas que rezaba así: “Se colocan inyecciones en el piso de arriba”. Hace unos días, una alumna, conocedora de mi inquina “colocalista”, en una conversación sobre enfermería, precisamente, titubeó al darse cuenta de que iba a decir ”colocar inyecciones”, y optó por “administrar inyecciones”. Ojalá esto no trascienda. En cualquier caso lo que parece un disparate es la desaparición del “poner”, aparentemente sin razón alguna, aunque en parte la hay, como revelaré a continuación. Hace unos días, y explicando a una alumna el porqué de mi corrección de sus “colocaciones” en un ejercicio, me dijo: “En el colegio me dijeron que no dijera ‘yo pongo’, porque solamente ponen las gallinas y yo no soy una gallina”. Otra alumna que asistía a la conversación corroboró que a ella también le decían eso en el colegio. Misterio resuelto. Algunas maestras, probablemente las mismas que enseñan que las mayúsculas no llevan tilde, son unas de las principales responsables del neoespañol, al menos hasta que no se demuestre que las gallinas colocan huevos.

luisroberts@gmail.com



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