Edgardo Malaver
¿Trato o treta? Niña bruja (1952), de Oswaldo Vigas |
Por más
que a uno no le termine de convencer la celebración de Halloween, ella ha
invadido el mundo y su nombre se ha instalado en la cultura occidental y me imagino
que también en gran parte de la oriental. Qué difícil es, sin embargo,
encontrar información razonable sobre la naturaleza y significado de esta fecha.
Uno de los pocos datos que saca uno en claro es que la palabra Halloween, inglesa, es una evolución de All Hollow Even, que comúnmente traducen como ‘Víspera de Todos los Santos’. También se le llama ‘Noche de Brujas’, lo cual no se reduce mi resistencia a intentar concebirle un sentido al asunto. Pero lo mío es lo lingüístico. Uno comienza confundiéndose, primero, con ese even, cuyo primera equivalencia, piensa uno, es ‘parejo’, pero luego comprende que es el mismo lexema de eve, expresado originalmente en escocés. Lo que sí hay que observar es que ese hollow equivale a ‘hueco’, ‘vacío’, ‘cavidad’, por lo que bien podría traducirse como espanto en lugar de santo, con lo cual comienzo a comprobar que voy por un camino bastante oscuro. Ya ven que nada me deja convencido en este tema.
Por lo
que encuentro en Google, la fiesta comenzó a celebrarse de manera generalizada unos
pocos años antes del siglo XVIII, y no me atrevo a decir dónde tuvo
su origen, anterior a esa fecha, porque encuentro lugares tan disímiles como
Afganistán e Irlanda. El origen, definitivamente, se encuentra entre Europa y
el más allá, entre Asia y las tinieblas.
Algunas
fuentes mencionan que, en épocas pasadas, en la ahora muy esperada noche de Halloween, en lugar de formar
un jolgorio, fanáticos de todas las latitudes se ocupaban nada menos que de
matar gatos negros y repartir a los niños caramelos envenenados, pero no
existen evidencias de que eso haya sucedido realmente. (¡Caramba, termino olvidando que hablo de las palabras!)
En
español, y adivino que en otras muchas lenguas, el nombre Halloween ha ido
perseverando en su ortografía inglesa (vamos a decir mejor anglosajona), y la
pronunciación es muy similar. Yo, si pensara que tal cosa pudiera producir
algún resultado palpable, propondría que lo escribiéramos Jálogüin. Quién
sabe si más natural sonaría Jalogüín. Quién sabe si, de todas maneras, olvidado
todo lo demás, la lengua española por sí sola termina ganando terreno y, ya que se ha
apropiado de una fiesta culturalmente lejana, le pone un nombre que al menos
fonéticamente parezca nacido en su propio patio.
emalaver@gmail.com
Año X / N° CD /
31 de octubre del 2022