Edgardo Malaver Lárez
Escena
de Sophia Loren en Roma, de
1964
“Cuando a Roma
fueres, haz como vieres” (Quijote II, 54), decía el Caballero de la
Triste Figura, imitando a mi abuela. Parece una recomendación más bien sabia,
si pensamos que en tiempos antiguos —en los
actuales quizá sí— no había manera de saber nada de otro lugar que no fuera
presentarse en ese lugar y vivir un tiempo en él. No digo que me sienta
inclinado a adoptar formas de decir las cosas que he encontrado en Perú, pero
sí me veo a veces asombrado, sorprendido, agradado por algunas de ellas.
Algunas personas aquí
responden las gracias diciendo, por ejemplo, “Qué ocurrencia”. Puede ser
también: “¿Cómo se le ocurre?”. Me imaginaba al principio que eran personas
mayores quienes dirían así (porque en Venezuela esas expresiones sonarían como
típicas de los abuelos), pero ya hace tiempo que concluí que la edad no es el
factor determinante. Una de las primeras personas a las que oí responder así
fue la directora de la escuela en la que mi hija iba a estudiar primer grado.
En aquel momento quedé totalmente confundido, pero de camino a casa pensé que
quizá había querido decir: “Qué ocurrencia la de usted, agradecerme por tan
poca cosa”. Me colgué de esa interpretación y me gustó la expresión como señal
de humildad.
Discursivamente, es más
poético, no hay duda, que el simple de nada del español general, que de
todas maneras es también bastante humilde. Cuando respondemos “De nada” o “Por
nada” a las gracias que nos da alguien, le estamos diciendo: “Me estás
agradeciendo por nada, no estoy haciendo nada en realidad”. Pero esta forma que
usan los peruanos impresiona al mismo tiempo por su cortesía y una resonancia
proveniente de la retórica de otros tiempos.
Hace unos días un hombre
bastante joven que me atendió en una tienda, en la que solamente había entrado
para preguntar un precio, respondió mi “Muchas gracias” con un “Imagínese”. Fue
como que me respondiera: “Imagínese las pequeñeces por las que usted da las
gracias”. Ojalá que nadie me desmienta esta interpretación porque me gusta el
sonido de estas palabras, que le inyectan placer a la situación.
¡Ah...! El placer. Un día,
siendo yo aún un muchacho, oí a una persona muy elegante y educada responder
las gracias con un “Fue un placer”, y desde entonces lo uso. Quizá voy a sonar
pretencioso, pero me atrae también esta fórmula porque implica que soy yo quien
tendría que agradecer porque en realidad soy yo quien sale ganando debido al gusto
que me da hacer... lo que sea que usted me está agradeciendo.
Qué de metáforas. Y qué de
descubrimientos. No se puede uno parar a reflexionar sobre las expresiones más
conocidas, cotidianas y recurrentes, porque se tropieza con secretos, misterios
y recompensas. No creo que llegue al punto de adoptar todas estas fórmulas y metáforas,
pero sí disfruto su poesía y su poder comunicativo. Y llegados a este punto,
apenas me resta darles a ustedes las gracias por su lectura y su paciencia...
Vamos a ver qué me responden.
Año XII / N° CDLXVIII / 8 de julio del 2024