Edgardo Malaver Lárez
Este texto debía ser publicado el 20 de noviembre, día
de la inauguración del Mundial de Fútbol del 2022, pero no fue posible
terminarlo a tiempo. Tampoco fue el deseo deliberado del autor hacerlos esperar
tanto.
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Al
fondo, la ciudad de Doha, Catar, en 1904. Foto: H. Burchardt |
Hoy comenzó la Copa Mundial de Fútbol
del 2022, que este año se desarrollará en un pequeño país (11.511 kilómetros
cuadrados) del oeste de Asia, y con más precisión, de la costa oriental de la Península
Arábiga. Ya los oigo preguntando por qué, en lugar de este larguísimo sintagma
nominal, no digo, como hace la gente normal, el nombre de ese país, que es una
sola palabra. La primera razón es que ese nombre es bastante curioso. Y problemático
desde el año 2010, en que la Real Academia Española —o más bien la Asociación
de Academias de la Lengua Española— incluyó entre sus novedades ortográficas la
norma de que el nombre de ese país, que hasta ese día habíamos escrito, sin
dudar nunca, comenzando con q, se escribiera con c.
Los medios de comunicación social (los
convencionales, sus versiones digitales y muchísimas personas que ahora se
consideran comunicadores sociales gracias a Internet) parecían asombrados de
este cambio, que se extendía, con variaciones, a otros nombres de países, como Iraq,
y a palabras tan comunes como quorum. La decisión, que, al principio,
podía lucir un tanto antipática, tenía todo el sentido del mundo: la letra q
no es lo que el sistema ortográfico utiliza con mayor frecuencia para representar
el sonido inicial del nombre de aquel país pérsico. ¿Para qué sirve la cu? En
realidad, para bien poco: para representar en la escritura el sonido /k/
cuando va seguido de la vocal e o la i, como en almanaque
y quizá. Con las demás vocales se usa la ce, como en calendario, halcón
y curioso. Su uso cuando la vocal que le sigue es una a no es,
por ende, compatible con el sistema ortográfico del español. Así que esta
decisión se tomó, para ser claros, décadas y décadas después de lo que era
razonable. Sin embargo, los periódicos estaban asombrados... o querían que sus
lectores se asombraran.
No parece haber sucedido mucho más que
eso. Muchísimos hablantes y hablantes que escriben no dan señales de recordar
con claridad aquel cambio tan sencillo. Hoy que comienza el Mundial de Fútbol
del 2022, que se va a desarrollar en Catar, me sorprenden las cifras que me
muestra una breve investigación que acabo de hacer, hoy, día de la inauguración,
acerca de la frecuencia con que, en español, se usa Qatar en lugar de Catar
en toda Internet.
En primer lugar, escribí “Catar” en Google
y el buscador reportó haber encontrado 279.000.000 de coincidencias, mientras
que con “Qatar”, fueron 2.300.000.000. No es significativo porque el nombre de
este país se escribe “Qatar” en la mayoría de los idiomas. Sin embargo, para curiosear
un poco, conté los resultados en que se escribía “Catar” y “Qatar” en la
primera página de resultados en ambos casos, y encontré que la primera opción
se repetía 35 veces mientras que la segunda, 31. No me apresuré a hacer ninguna
hipótesis en ese momento, pero después pensé que la mayor frecuencia de “Catar”
(que no es inmensamente mayor) puede haberse debido a que mi buscador está
programado para encontrar en primer lugar los resultados en español y luego en inglés,
en francés y en otras lenguas. (Experiencias anteriores me insinúan que si hubiera
buscado ocurrencias de “Catar” en la décima o décima quinta página de
resultados, muy probablemente no habría encontrado ninguna.)
Sin embargo, seguí probando y contando
siempre los resultados que me aparecían en la primera página de resultados. Escribí
después “Mundial Fútbol 2022” y aparecía “Catar” 12 veces y “Qatar” 36 veces (gana
“Qatar” tres a uno). Escribiendo “FIFA” encontré tantas veces “Catar” como “Qatar”:
seis a seis (o, estadísticamente, uno a uno). Con “Mundial”, fueron siete para “Catar”
y 22 para “Qatar” (es decir, poco más de tres a uno para “Qatar”). Escribí “Goles”,
y Google me dio “Catar” una vez, pero “Qatar” 10 veces (¡diez a uno!). Escribí “Fútbol”
e, inesperadamente, conseguí “Catar” nueve veces y “Qatar” siete; pero con “Partidos”,
no hubo ningún “Catar”, ¡y hubo 10 “Qatares”! Con “Estadio”, no hallé tampoco “Catares”,
pero sí cuatro “Qatares”. Menos mal que en el caso de “Copa”, empatan uno a
uno. Y por último, cuando busqué “Catar”, apareció “Qatar” 13 veces, mientras
que apareció “Catar” 15 veces al buscar “Qatar”.
La balanza, a pesar de la informalidad
de la encuesta, está clarísimamente inclinada hacia la fórmula fonética, es
decir, la que en primera instancia se forma al adaptar la palabra árabe a caracteres
latinos. En muy pocos casos hay equilibrio. Y en menos casos aún es más
abundante la opción española.
El mundo de habla española en Internet conoce
poco las normas ortográficas (esta afirmación también hay que demostrarla, será
en otra ocasión). Sin embargo, las faltas ortográficas suelen ser motivo de
escándalo. Lucen numerosos los que desearían que las normas fueran más
sencillas —y en realidad cada vez se las hace más sencillas—, pero cuando la
Academia propone una simplificación, parecen preferir la complejidad. A veces
pasa al contrario, también: que es la Academia quien tiene la actitud tendiente
a la complejización.
Ya es hora de aceptar que esas palabras
que aún escribíamos con q, como se hacía en latín —sí, amigos míos, nuestros
bisabuelos y tatarabuelos escribían, porque era lo correcto según las normas, quasi
y quadrado, quotidiano y quociente, e incluso quota—
deben escribirse con c, que es lo más coherente con el resto de la
ortografía del español. Aquellos a los que les gusta y a los que no nos gusta, todos,
debemos comprender que la presencia de esa q en esas palabras es, a la
vez, un vestigio del pasado del español y una influencia de otras lenguas de la
actualidad que la usan por razones que son armoniosas con sus historias, no con la
nuestra.
Hace el mismo tiempo que se decidió esta
pequeña modificación en la ortografía que la decisión de escoger a Catar como
sede del Mundial de Fútbol de este año. Ya es hora de que nos percatemos. Ya es
hora de salir del asombro y aprovechar estas particularidades nuestras para
tener una voz propia entre las voces incontables del mundo.
Lo que menos hay que hacer con esos
cambios es asombrarse, mucho menos escandalizarse, porque en realidad significan
un acercamiento al ideal, promovido por mentes iluminadas como la de Andrés
Bello, de que escribamos como hablamos y que hablemos como escribimos, es
decir, que una letra represente un solo sonido y que cada sonido tenga una sola
forma gráfica. Ideal dificilísimo de lograr, sí, pero nada impide que hagamos pequeños
avances cada cierto tiempo, sobre todo si son tan pequeños y tan sencillos y si
calzan tanto con la forma peculiar que exhibe tan ampliamente la lengua
española en toda su vastedad.
emalaver@gmail.com
Año
X / N° CDV / 2 de enero del 2023