lunes, 23 de julio de 2018

Reflexiones sobre un matamoscas [CCXVIII]

Luis Roberts


Los argentinos Ana Clara Carranza y Mariano González
como Clitemnestra y Egisto en
Orestíada (foto: A. Gamboa)



         Hoy fui a comprar un matamoscas, porque el que había en mi casa desde hace años murió a fuerza de usarlo. Caracas está infestada de moscas, toda Venezuela lo está. La basura desperdigada por las calles, objeto del deseo de una creciente masa de gente hambrienta, que se lleva hasta las bolsas porque el plástico escasea y sacan unos dineros por ellas; las aguas negras brotan de las calzadas sin dolientes activos, las autoridades, pero sí pasivos, los que sufrimos las moscas. Y el matamoscas me llevó a recordar mi descubrimiento de Jean Paul Sartre en mi primera juventud, su teatro, concretamente Huis-clos y Les mouches, las moscas. Al filósofo lo descubrí poco después.
         Sartre utiliza un mito griego como metáfora para burlar la censura —objetivo colateral de muchas metáforas— y reflexionar sobre el existencialismo y la situación de la Francia ocupada por los nazis en 1943. El tema es el siguiente: Argos, una ciudad sombría bajo un sol ardiente, está infestada por las moscas, los remordimientos la abruman. Quince años antes, Clitemnestra, la esposa del rey Agamenón, lo asesinó a su regreso de Troya con la complicidad de Egisto. Este tomó el poder e instituyó cultos extraños que mantienen a sus ciudadanos en una abyecta humillación. Orestes, el hijo del rey asesinado, vuelve a su patria; no aspira a vengar a su padre, le horroriza la sangre, pero está harto de su vida en el exilio, quiere recuperar su sitio en su país. Electra misma, su hermana, lo rechaza: el usurpador la ha reducido a la categoría de esclava y disimula su vergüenza en sueños de venganza y de odio. No reconoce al joven Orestes, dubitativo y tímido, dulce como una doncella, como al liberador que ella esperaba. El final lo dejo a la curiosidad de los lectores, no vaya a ser que la censura comprenda la metáfora.
         Sólo diré que Orestes se va llevándose de la ciudad a todas las moscas, pues las moscas eran la Erinias, las Furias romanas, las diosas de la venganza, que seguirán zumbando alrededor de su cabeza. Pero Orestes no se arrepentirá. Las Erinias tenían la insaciable necesidad de vengar todo tipo de injusticias que los dioses y los mortales cometían entre ellos dentro del seno familiar.
         Uno de los análisis más interesantes de esta obra, de estas moscas vengadoras, es el que hace el psicólogo Carl Gustav Jung, considerándola como un arquetipo, en su propio léxico, de “la responsabilidad colectiva”. Y domesticando, o familiarizando, que queda más bonito, la metáfora de Sartre, ¿nos atrevemos a desentrañar sus claves en clave de aquí y ahora? ¿Qué es Argos? ¿Quién es Egisto? ¿Quién o qué colectivo es Electra? ¿Quién o qué grupo puede ser Orestes? Cada cual tendrá su propia respuesta, para mí está clara, al menos eso pienso mientras las moscas me siguen atormentando, pues al primer “matamoscazo” que le he endilgado a una, el arma mosquicida se ha cuarteado cual bombillo chino. Un décimo de un salario mínimo al garete, qué le vamos a hacer: hiperinflación, escasez, colas y ninguna calidad. Y en cuanto a la “responsabilidad colectiva” de Jung, que cada palo aguante su vela , y en lo que a mí respecta, las moscas vengadoras siguen en Argos.

luisroberts@gmail.com



Año VI / N° CCXVIII / 23 de julio del 2018


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