Edgardo Malaver Lárez
La vicaria (o Catharanthus roseus) es originaria de Madagascar |
Mis alumnos estaban estudiando esta semana
que acaba de terminar el elusivo concepto de literatura. Uno de mis compañeros de
cátedra les dio una clase sobre esta noción y, naturalmente, en algún momento llegó
al término experiencia vicaria, que definió rápidamente y quedó muy claro.
Sin embargo, dos días después, en el foro que tenemos en una plataforma de aulas
virtuales, una estudiante lo recordó y comentó, acertadamente, que era mediante
el pacto ficcional, la suspensión de la incredulidad del lector, que podíamos
llegar a vivir la experiencia vicaria, sentir lo que sienten los personajes de una
obra literaria, es decir, empatizar con ellos.
Sentí la necesidad de comentar sobre la
palabra vicario y me fui por un camino que me trajo de vuelta a Ritos.
De modo que va a ser aquí donde dé mi respuesta a esta alumna y a todo el grupo.
Lo primero que vino a mi mente fue el título que tiene el papa de “Vicario de Cristo”, es decir, el que lo representa en la tierra; por semejanza, en cada diócesis, el obispo tiene también un vicario, que es el sacerdote que queda en su lugar cuando él está ausente. El diccionario de la Academia dice en primera acepción, que pone como adjetivo, la que más nos interesa: “Que tiene las veces, poder y facultades de otra persona o la sustituye”.
En realidad, esta palabra existía en latín antes de la llegada del cristianismo a Roma. Vicarius significaba ‘suplente’. Un funcionario o un sirviente que sustituía a otro que moría o que era asignado a otras funciones se llamaba vicarius. Deriva de vicis, ‘turno’, ‘opción’, que terminó convirtiéndose en nuestra vez en español. De esta vicis proviene también el prefijo vice-, que aparece en vicepresidente, vizconde, virrey; en todas estas palabras está el significado del sustituto, del que asume la posición de otro. La forma ad vicem , además, se usaba como nosotros usamos ahora en vez de.
La joya escondida de esta genealogía de
palabras es el adverbio viceversa, tan útil y, hasta ahora, tan misterioso.
En latín se escribía como dos palabras y describía la imagen de un movimiento que
sustituía (vice), que invertía el curso (verso), el orden de las cosas.
Cuando alguien ha pasado muchas vices, muchas veces, por cambios de estado
o de circunstancia, se dice que ha tenido vicisitudes, que también es
una palabra que luce disfrazada de otra cosa.
En suma, la experiencia vicaria, en
literatura, consiste en sentir, gracias a la sola significación de las palabras
que leemos u oímos del narrador de una historia, aquello que están sintiendo
los personajes de esa historia. Gracias a las palabras, y gracias a ese tejido de
imágenes y evocaciones que es la literatura, somos capaces de experimentar el dolor
de Werther, la soledad de Aureliano Buendía, la injusta frustración de María Eugenia
Alonso. Nos sentimos, vicariamente, en lugar del personaje y luego, en la llamada
realidad, aunque no nos pase nunca, conocemos la sensación. Es el secreto de la
literatura para hacernos volver a ella una y otra vez. No sabemos con precisión
lo que es, no tiene forma ni color, no sirve para nada, pero no podemos vivir sin
ella.
emalaver@gmail.com
Año IX / N° CCCLXXVIII / 29 de enero del 2022
Otros artículos de Edgardo Malaver