Varios círculos (1926), de Vassily Kandinsky |
A
mí me pasaba lo mismo: cuando escribía Comienzo
a caminar por la calle de mi casa, la vocecita aquella que tenemos todos en
la mente me gritaba: “¡Empiezo!”. Y al
revés. Me molestó tanto la vocecita de los riñones, que antes de terminar el
bachillerato comencé —sí, comencé— a hacerme el sordo, y ella terminó
cansándose de mí. Yo la recuerdo, pero como nunca me dio ni un solo argumento,
ni siquiera se la menciono nunca a nadie.
Eso
fue hasta la semana pasada, que vino a visitar a mi esposa, que es su prima, el
pintor peruano Juan Pablo Ríos —que también es karateca, con la celebridad que
han cobrado en estos días los karatecas peruanos—. Y entre un comentario y
otro, me mira a mí y me dice: “¿A ti no te pasa cuando escribes que dudas entre
poner comenzar y poner empezar?”. Pues no, ya no me pasa, le
digo, pero parecen simples sinónimos, no debe haber gran diferencia entre ellos.
Pero la pregunta de Juan Pablo, además de halagarme, me persiguió todo el día,
de modo que en la noche me puse a leer sobre el asunto. ¡¿Por qué no lo
investigué antes?!
La
búsqueda más sencilla en el diccionario de la Academia me da que, como verbo
transitivo, comenzar significa ‘empezar’.
¡Ja! Por fortuna dice de inmediato ‘dar principio’. Como intransitivo, en
segunda acepción, también es empezar, pero esta vez, equivalente, entre
paréntesis, a ‘tener principio’. Y en tercera, dice ‘dar comienzo’. Lo que se
llama propiamente un círculo en geometría. Lo que me parece valioso de esta
definición es la escuetísima nota etimológica: “Del latín vulgar cominitiare”. Es fascinante porque resulta
que cominitiare se compone del
prefijo con-, que significa ‘unión’, ‘totalidad’,
y el verbo initiare, que significa,
como se nota, ‘principiar’. Es decir, cuando comenzamos algo, nos estamos
introduciendo en su conjunto total, iniciamos un recorrido que termina en abarcarlo
todo. Por algo se dice que uno debe terminar lo que comienza.
Empezar, por otro lado, significa, como
transitivo, ‘dar principio a algo’ y, en segundo lugar, ‘iniciar el uso o
consumo de algo”; como intransitivo, ‘tener principio en un lugar’ y ‘dar
comienzo en el tiempo’. Me marea tanto círculo, pero me reconforta la
etimología. Aunque parezca mentira, empezar
no proviene del latín sino del propio español: se forma con el prefijo en- y el sustantivo pieza. ¡Madre mía! No es ya iniciar la hechura de algo sino
convertirlo en un solo conjunto, hacerlo una sola pieza. Se me ocurre que, en
el origen, deben haberse concebido así emparejar,
empaquetar, quizá también enamorar y, más, enamorarse. Empezar parece llevarlo a uno a transformar algo en lo
que uno desea.
¿Hay
diferencia, entonces? Puede ser. Juan Pablo y yo coincidimos la semana pasada
en que usábamos empezar en contextos más
familiares e íntimos, y comenzar para
asuntos más sociales y formales. Él agregó que los niños parecían preferir empezar y yo no lo había pensado, pero suena
probable. Ahora mismo estoy pensando que mi niña pequeña dice frases como “Hay
que llegar hasta el empiezo de la línea”.
Debe ser por su juventud que este verbo no ha engendrado aún su sustantivo. Comenzar sí lo tiene y lo hemos conocido
desde el principio.
Comenzar también luce más colectivo que empezar. Quizá por eso empiezo, yo solo, a prever que pronto otras
vocecitas, animadas por la resurrección de ésta, comiencen, en manada, a ilusionarse con el fin de mi prolongada
desatención.
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Año VII / N°
CCLXXI / 19 de agosto del 2019