Edgardo Malaver
No hay dificultad alguna en comprender
que la expresión caíste por inocente
que se usa en Venezuela —en otros lugares de América Latina existen otras— y
las bromas, ligeras, pesadas o muy pesadas, que la acompañan cada año ya cerca
del final de diciembre tienen su raíz más primigenia en la conocida Matanza de
los Inocentes ordenada por el rey Herodes el Grande (¿73?-4 antes de Cristo) aproximadamente
en el año 6 antes de Cristo, para evitar que el Mesías anunciado por los
profetas llegara a la adultez y le arrebatara el poder. Cada 28 de diciembre
por la mañana, cuando usted no se ha percatado aún de la fecha, siempre hay
alguien que le sirve un café con sal, recibe una llamada en que le informan que
han robado en la casa de su madrina, le esconden el zapato derecho de cada par,
y cuando ya usted no puede soportar más la contrariedad, le lanzan entre
chanzas la verdad de todo: “¡Caíste por inocente!”. Los periódicos acostumbran poner
en la primera plana una noticia avasallante y totalmente inesperada desde todo
punto de vista; interesado en el suceso inusual, el lector compra el periódico sólo
para descubrir en las páginas interiores que era una broma típica del 28 de
diciembre. Y él mismo termina diciéndose: “¡Caíste por inocente!”.
¿En qué infame momento de la historia dejaron
los cristianos de recordar este acontecimiento como una tragedia horrenda,
profundamente dolorosa, para comenzar a bromear, a reír e incluso a celebrar
por aquellas muertes tan tristes e injustas? ¿Qué produjo esta actitud tan incongruente?
¿Quién fue el primero que “cayó por inocente”?
Tengo la convicción de que la respuesta
está en el Evangelio de san Mateo, que en apenas 12 versículos del segundo
capítulo narra la visita de los llamados Reyes Magos al recién nacido Jesucristo.
Cuando nació Jesús, cuenta san Mateo, unos magos de Oriente se presentaron en
Jerusalén y preguntaron por el rey de los judíos que acababa de nacer “porque
habían visto su estrella y venían a adorarlo”. Al enterarse, Herodes reunió a
todos los sacerdotes para preguntarles dónde debía nacer el Mesías. “En Belén
de Judea”, le respondieron, “porque está escrito: ‘Y tú, Belén, no eres la
menor entre las ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el
pastor de mi pueblo’”. Herodes entonces envió a los magos a Belén, pidiéndoles
que le informaran del lugar preciso. Ellos partieron y la estrella que habían
visto los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Se llenaron
de alegría y, postrándose, le rindieron homenaje. Y como recibieron en sueños
la advertencia de no regresar con Herodes, volvieron a su tierra por otro
camino.
Ya casi no hay nada más que decir. Los
magos obviamente no necesitaban la información que recopiló Herodes. Fueron a
Jerusalén porque era la capital del reino y ellos buscaban a un rey, pero la
estrella igualmente iba a guiarlos hasta el lugar donde estaba Jesús. Los Reyes
Magos le prometieron a Herodes que volverían para indicarle dónde ir a buscar a
su víctima, y luego lo evadieron. Él les puso una trampa al darles toda la
información que poseía, pero al final fue él quien cayó por inocente.
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Año III / Nº LXXXVIII / 28 de diciembre del 2015