sábado, 30 de septiembre de 2023

Un encargo de traducción [CDXXXIII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

Jerónimo y Agustín diferían sobre la traducción
de la Biblia. 
San Jerónimo penitente (1525),
de Pietro Torrigiano. Foto: D. Gray

 

 

 

Mi estimadísimo Agustín:

         Bendito sea Dios en el cielo y benditas las manos que hoy depositen esta carta en las tuyas, y bendita también la luz que te permita leerla.

         Confíote que su Santidad me ha llamado hoy para hacerme un encargo. Ser su secretario ya era para mí el más alto honor que he recibido estando al servicio de la Santa Iglesia de Nuestro Señor, pero ahora el Papa me pide que traduzca el Antiguo y el Nuevo Testamentos a la lengua de Roma y de todo el mundo civilizado. Me temblaban las manos al oírlo decir que yo era la oveja mejor dotada de todo su rebaño para semejante empresa, que nadie tenía la agudeza sino yo, este insensato esclavo de Cristo Jesús, Salvador de los Hombres, para ser mensajero y repetidor de la profecía de la antigüedad hebrea y de la plenitud cristiana de su verbo en el Tiempo Nuevo de Dios hecho carne.

         Nuestro Señor, sólo nuestro Señor, sabe bien cuán inmensamente se equivoca la infalible cabeza visible de toda la Cristiandad. Nuestro Señor solo conoce en su infinita sabiduría ante qué obstáculo tan descomunalmente gigantesco me pone el ínclito Dámaso. Sólo Nuestro Señor es capaz de imaginar cuánta faena y estrago habrá de costarme expresar con precisión y con justicia, con verdad y con amor, las palabras que durante los siglos el Señor ha dictado a los hombres santos —y también a multitud incontable de mujeres sabias e intachables— para trazarnos caminos a los que creemos y hemos aceptado sus preceptos.

         Te ruego, pues, hermano de las aventuras de la juventud, hermano en la fe y hermano de apostolado y servicio a la causa de Jesús de Nazaret, que dobles tus rodillas ante el Santo Sacramento, juntes tus manos sobre el pecho y acopies las aguas de tu santidad, para rogar a nuestro Señor por la cordura de este siervo indigno del Evangelio, pues habré de pasar el resto de mis días atado a la pluma y al papel, a la meditación y al palpitar de las palabras, traduciendo los dichos de Dios y los hechos de los hombres. A partir de esta memorable fecha, no habré de dormir noche entera, ni habré de poder holgar en una caminata por la ciudad ni por el campo, pues la palabra de Dios me perseguirá como un ave que ha escapado del Edén para rescatar a Adán e invitar a Eva a volver al redil de la prístina creación de Eterno Autor de lo visible y lo invisible, de lo vivo y de lo perenne.

         Ora, hermano mío, vuelvo a suplicarte, por este pecador incorregible, que aun al escribir esta carta comete el desatino de creerse, vanamente, un elegido cuando no es más que imperfecta herramienta en las manos de aquel que nos amó antes del primer asomo de nuestra existencia.

         Te saludo, caro Agustín, y te bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Tu hermano Jerónimo

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXXIII / 30 de septiembre del 2023

DÍA DEL TRADUCTOR

 

viernes, 29 de septiembre de 2023

Despedida de Ana y Miguel [CDXXXII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

Ana y Cervantes se conocieron en la taberna del esposo de ella.
Óleo de Manuel Rodríguez de Guzmán para Rinconete y Cortadillo

 

 

 

         —Hombre, señor poeta, que hubierais podido defenderme de ese gañán que quiso cogerme las posaderas.

         —¡Que estaba armado, mujer!

         —¡¿Y vos no?! ¡¿No estáis vos armado también?! ¡¿No fue vuestra merced soldado en Lepanto y en África?

         —¿Pero queréis que haiga derramamiento de sangre en la taberna?

         —¡¿Y no es para tal menester que estáis prestos los hombres de armas?!

         —Yo he dejado la carrera de las armas.

         —Sí, ahora sois comediante...

         —¡Actor!

         —Ahora escribís comedias y sainetes que nadie quiere atender...

         —¡Que no son sainetes!

         —Pues son todos Arlequines y Colombinas lo que os rodean en el teatrino aquel donde simuláis trabajar.

         —No es un teatrino, Ana, y los que escribimos dramas somos dramaturgos, ¿no podéis nunca tener presente esta…?

         —¡No! ¡No quiero recordar ese venablo!

         —¡Vocablo, mujer...!

         —¡A fe mía que es más un venablo, un demonio, un maleficio que una palabra! ¿Acaso creéis vuestra merced, amigo mío, en la inocencia de las voces y vocablos que empleáis los poetas?

         —Voto a Dios que si tuvierais que discutir con Lope de Vega, correrían ríos de sangre por todo Madrid. Qué lengua tan afilada tenéis, ¡parece una espada sarracena!

         —Ah, otra vez la sangre. Que por ella es que os he pedido que con presteza os apersonarais en mi aposento.

         —¿Qué? ¿Queréis que os corra la sangre por las venas tan temprano? La taberna todavía está llena de hombres sedientos.

         —Está llena de mangarrianes como vuestra merce...

         —¿Insistís en que no trabajo, mi seño...?

         —¿Recitar todo el día versos y odas es, señor mío, trabajar?

         —Bah... La verdad... Apegándome a la pura verdad de Dios, no tengo yo talento ni maestría ninguna para las palabras ni los versos, contimenos existiendo Lope, que es un monstruo de la naturaleza.

         —El matarife que habéis mentado no ha nada.

         —¿Matarife?

         —Las gentes dicen que anda por las calles, callejones y callejuelas desafiando a los soldados, caballeros y hombres principales a duelos y pendencias sin número.

         —Sin haber ido a la guerra, es más aguerrido que un súbdito del Gran Moro. Pero basta de hablar de hombres sin conciencia ni comedimiento. Habéis dicho que me habíais llamado a vuestra alcoba por una razón.

         —Os decía, mi esclarecido señor don Miguel, que...

         —¡Don Miguel...!

         —Escuchadme. Os decía que ha aparecido un entuerto que debemos solventar prontamente.

         —Desveládmelo, os lo ruego.

         —Mi marido ha enviado carta, y ha de volver muy pronto a Madrid, y no ha de encontrarnos juntos, a menos que estemos puestos en el ánimo de darle a correr tu sangre o la sangre de...

         —¿Qué otra sangre debe correr más que la mía?

         —La mía... o la de entrambos...

         —No, yo no habré de permitir que te toque si nos...

         —Vos no debéis enfrentaros a Alonso. Hay riesgo sobre algo más que la vida de vuestra merced y la mía, pues en mi vientre crece una vida que debemos amparar y guardar de él y de todos.

         —¡¿Estáis esperando una criatura mía, mi amada Ana?!

         —¡Callad, mi señor, que pueden oíros los sirvientes de las mesas! Y no podré soportar que todo se descubra antes del plazo que he maquinado para salir airosa de este trance.

         —Pero es ahora menester que yo vele por vos y por la criatura.

         —¡No, vos debéis huir!

         —¡Jamás...! Mi honor me impide huir. ¡Yo no soy un cobarde! Enfrentaré a vuestro marido, si es preciso, y te llevaré lejos de aquí, a Italia, a Lisboa, donde haga falta para...

         —Callad, mi amado, callad. No podemos arriesgarnos a poner a la práctica semejante plan... Alonso nos alcanzaría do fuéramos, do nos escondiéramos.

         —Huyamos ahora, entonces, hoy mismo.

         —No. Huid vos solo, salvaros, preservaros para que un día...

         —¿Y vos? ¿Qué será de vos... de vosotros?

         —Yo he de convencer a mi marido de que este hijo es suyo, y vos estaréis a salvo y él y yo, también.

         —¿Adónde puedo ir yo, ahora que de esta guisa el destino me arranca de vuestro lado y separa a nuestro hijo de mí?

         —Huid al campo, id a Arganda del Rey, a Esquivias, a algún lugar de la Mancha. Que crean que os habéis ido lejos, estando cerca. Ocultaros una temporada. Partid ahora mismo, don Miguel.

         —Tan prestamente me desprendéis de vuestro seno...

         —Erráis, amado mío, me duele como si murierais.

         —Y vos, doña Ana de mi vergel, ¿permaneceréis con el que antaño fue mi amigo?

         —De él seré oíslo, de vos seré musa, luminosa y risueña...

         —Vos seréis mi viento fresco...

         —De él soy Galatea, de vos seré la dulzura de los besos, y vuestra memoria no cesará de palpitar en la pupila de mis ojos... Adiós, mi caballero andante, volved un amanecer y despertadme con la miel de vuestra voz.

         —Abur, mi soberana y alta señora.

         —Abur...

 

emalaver@gmail.com 

 

 


Año XI / N° CDXXXII / 29 de septiembre del 2023

ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE CERVANTES

 



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lunes, 4 de septiembre de 2023

El Hombre de la RAE y Otrova Gomas [CDXXXI]

Edgardo Malaver

 

 

Los gemelos Malvin (izq.) e Ivan Albright pintan a Dorian Gray 

para una película de 1945. Fuente: Britannica


 

 

 

         Hace casi una semana me he reído un cuarto de hora seguido con un video de José Mota protagonizado por un nuevo personaje de este comediante español: el Hombre de la RAE. No tenía noticias de él desde los tiempos en que hacía con Juan Muñoz el programa Punto y raya, donde muchas veces la lengua era puesta en el centro de la escena para producir situaciones jocosas y, como corresponde a los buenos humoristas, propicias al pensamiento.

         En realidad El Hombre de la RAE no es nuevo, es del 2018, pero yo lo descubrí esta semana. Es una especie de superhéroe, de abogado, de centinela de la lengua española, arropado en una capa negra a lo Conde de Montecristo y con un sombrero, también negro, que parece herencia de Abraham Lincoln. Como todo héroe solitario, lleva consigo a un amigo inseparable, un escudo insustituible, que le sirve de arma, arrojadiza a veces, más poderosa las más de ellas que las armas blancas y las de fuego, forrado en tapa dura negra y título en letras plateadas: el archiconocido Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, de Joan Corominas y José Antonio Pascual, o sea, el Corominas.

         Normalmente entra el personaje en escena cuando alguna persona (que habla por teléfono, que está rompiendo con su cónyuge, que está a punto de morir, que está siendo torturado por unos terroristas) dice una palabra o construye una oración con un error, un ataque, una ignominia contra la gramática de la lengua española. El Hombre de la RAE interrumpe cualquier conversación y ante la protesta de los demás personajes, él se limita a seguir corrigiendo las fallas que van apareciendo. Después todo termina con una coreografía en que, para resumir, el superhéroe se compara, en la defensa de la lengua, ¡con el Cid Campeador!

         No logro dejar de reír al acordarme de esta, para mí, nueva idea de Mota. Y no puedo dejar de conectarla con aquel ingenioso cuento del inmortal Otrova Gomas, que se titulaba “Los fiscales del idioma” (Historias de la noche, 1989) (puede leerlo más adelante en los comentarios). En él, un ministerio de cultura crea un cuerpo de policía específico para identificar, perseguir, atrapar y castigar a los infractores de la ortografía, la sintaxis y hasta la prosopopeya del español en el territorio venezolano. La historia se desarrolla de una manera tal que, después de un tiempo, sobreviene el desastre menos esperado.

         La aproximación humorística a este asunto es quizá la única que produce algún resultado provechoso. Todos los esfuerzos que ha hecho el hombre por eliminar las “imperfecciones” de la lengua que habla (que paradójicamente se ha construido sobre los “errores” lingüísticos de sus antepasados) han estado siempre condenados al fracaso y en él han sido enterrados tarde o temprano. La vida cotidiana se opone, la “ignorancia” de las reglas se opone, la creatividad de los hablantes (especialmente la de los más jóvenes) se opone, las telecomunicaciones se oponen, la influencia de otros idiomas se opone. Y se opone, ¡qué esperanza!, la lengua misma, respaldada por su evolución. El punto en que se han ubicado Gomas y Mota para presentar el “fenómeno” nos permite por lo menos identificar las fallas de otros tratamientos. Nada más comenzamos a reflexionar, nos damos cuenta de que la lengua, todas las lenguas, se conducen cual niños antojadizos y, por ende, no vale sino esperar que crezcan e ir aprendiendo con ellos. No se les puede colgar con un clavo en la pared, como un retrato, y pretender que no sean hoy de una forma y mañana de otra. ¡Ni Dorian Gray logró eso!

         El cuento de nuestro Gomas, como bien podría suceder en los videos de Mota si fueran una historia unitaria, desemboca en el silencio, que es la negación de las bondades de la lengua (aunque también la confirmación de sus riesgos). Pero sabemos que la lengua corta mejor con su filo romo que con el otro, que es el de cortar carne. Como dice la sabiduría popular, se atrapan más moscas con miel que con vinagre. Ambos textos nos llevan a la misma conclusión: que el sinsentido, el absurdo, el reproche a la andadura natural de la lengua, en una palabra, la aplicación insensata y forzosa de las normas, aumenta la proximidad de su fin, exageran la gravedad del mal que se desea evitar y, por si eso fuera poco, envilece la belleza del tesoro que se desea proteger. Mejor es reír.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXXI / 4 de septiembre del 2023

 



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