Edgardo Malaver Lárez
Jerónimo
y Agustín diferían sobre la traducción de la Biblia. San Jerónimo penitente (1525), de Pietro Torrigiano. Foto: D. Gray |
Mi estimadísimo Agustín:
Bendito sea
Dios en el cielo y benditas las manos que hoy depositen esta carta en las
tuyas, y bendita también la luz que te permita leerla.
Confíote
que su Santidad me ha llamado hoy para hacerme un encargo. Ser su secretario ya
era para mí el más alto honor que he recibido estando al servicio de la Santa
Iglesia de Nuestro Señor, pero ahora el Papa me pide que traduzca el Antiguo y
el Nuevo Testamentos a la lengua de Roma y de todo el mundo civilizado. Me temblaban
las manos al oírlo decir que yo era la oveja mejor dotada de todo su rebaño
para semejante empresa, que nadie tenía la agudeza sino yo, este insensato
esclavo de Cristo Jesús, Salvador de los Hombres, para ser mensajero y repetidor
de la profecía de la antigüedad hebrea y de la plenitud cristiana de su verbo en
el Tiempo Nuevo de Dios hecho carne.
Nuestro
Señor, sólo nuestro Señor, sabe bien cuán inmensamente se equivoca la infalible
cabeza visible de toda la Cristiandad. Nuestro Señor solo conoce en su infinita
sabiduría ante qué obstáculo tan descomunalmente gigantesco me pone el ínclito Dámaso.
Sólo Nuestro Señor es capaz de imaginar cuánta faena y estrago habrá de
costarme expresar con precisión y con justicia, con verdad y con amor, las
palabras que durante los siglos el Señor ha dictado a los hombres santos —y
también a multitud incontable de mujeres sabias e intachables— para trazarnos
caminos a los que creemos y hemos aceptado sus preceptos.
Te ruego, pues,
hermano de las aventuras de la juventud, hermano en la fe y hermano de
apostolado y servicio a la causa de Jesús de Nazaret, que dobles tus rodillas
ante el Santo Sacramento, juntes tus manos sobre el pecho y acopies las aguas
de tu santidad, para rogar a nuestro Señor por la cordura de este siervo indigno
del Evangelio, pues habré de pasar el resto de mis días atado a la pluma y al
papel, a la meditación y al palpitar de las palabras, traduciendo los dichos de
Dios y los hechos de los hombres. A partir de esta memorable fecha, no habré de
dormir noche entera, ni habré de poder holgar en una caminata por la ciudad ni
por el campo, pues la palabra de Dios me perseguirá como un ave que ha escapado
del Edén para rescatar a Adán e invitar a Eva a volver al redil de la prístina
creación de Eterno Autor de lo visible y lo invisible, de lo vivo y de lo perenne.
Ora,
hermano mío, vuelvo a suplicarte, por este pecador incorregible, que aun al
escribir esta carta comete el desatino de creerse, vanamente, un elegido cuando
no es más que imperfecta herramienta en las manos de aquel que nos amó antes del
primer asomo de nuestra existencia.
Te saludo, caro
Agustín, y te bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Tu hermano Jerónimo
emalaver@gmail.com
Año
XI / N° CDXXXIII / 30 de septiembre del 2023
DÍA
DEL TRADUCTOR