Sérvulo Uzcátegui Gómez
Reloj Astronómico de la Alcaldía de Praga |
En algún lugar de la inmensidad del cosmos, una formidable máquina viaja a través del espacio y el tiempo, llevando a su pasajero y navegante, un solitario señor del tiempo que se hace llamar el Doctor, a las más diversas aventuras, enfrentando amenazas, combatiendo monstruos y salvando al universo una y otra vez. Y esa máquina formidable está dotada, entre otros, de un artilugio a cuyo desarrollo contribuyeron traductores, intérpretes y especialistas de múltiples disciplinas. Y no, semejante máquina no es una idea nueva, sino que ya fue imaginada y concebida por diferentes guionistas de una serie de ciencia ficción de la British Broadcasting Corporation en 1963, más exactamente la ya longeva serie Doctor Who, que para mí es tan representativa de lo que es británico como Monty Python’s Flying Circus, Absolutely Fabulous o Wallace & Gromit.
Esa máquina extraordinaria es la TARDIS, nombre que proviene del acrónimo Time And Relative Dimensions In Space, con que la definió uno de sus protagonistas. No pretendo aburrir a quien lea estas líneas explicando la larga y (en opinión de algunos) tediosa historia del viajero del tiempo y el espacio que robó (o mejor dicho tomó prestada) una nave para huir de su planeta, y lleva ya más de cincuenta años visitando periódicamente el nuestro, y apareciendo en televisión, y más recientemente en Internet. La razón por la que traigo a colación esa singular nave es uno de las contraptions, o artilugios con que los timelords, o señores del tiempo de Gallifrey, el planeta natal del Doctor, la dotaron: un “circuito de campo telepático” que traduce prácticamente todo lenguaje del universo, excepto los muy antiguos, o el propio gallifreyano (y que hace que todas las civilizaciones y razas humanas y alienígenas que el Doctor y sus companions conocen en sus viajes hablen en un claro inglés británico).
Haciendo un poco a un lado la fantasía de una poderosa e inteligentísima civilización alienígena capaz de concebir y construir una máquina así, fantasía fruto de la creatividad y la imaginación de showrunners y libretistas al servicio de la BBC, hay que reflexionar un poco sobre el titánico trabajo que significa la realización de semejante dispositivo o máquina. La ciencia aplicada por los timelords requirió un trabajo de siglos para su desarrollo y apuntalamiento, y sus herramientas, que la civilización de Gallifrey posiblemente haya llamado de otra forma, existen en nuestro planeta Tierra apenas desde el siglo XX, y se reúnen bajo el concepto de la traductología; algo clave para comprender y definir los procesos de traducción e interpretación, y que en su crecimiento va abarcando cada vez más disciplinas con el paso del tiempo. Para que haya una traducción debe haber diccionarios, y esos diccionarios deben ser el resultado de un trabajo de décadas, cuando no de siglos; la recopilación de palabras, locuciones y dichos de todas las épocas, teniendo en consideración el hecho de que el vocabulario cambia constante y permanentemente... de modo que dicha máquina no sólo debe ser un compendio de diccionarios y libros de gramática, sino también tener el profundo entendimiento del contexto y el correcto uso en el momento justo, no sólo de la palabra escrita, sino también de la escuchada y la hablada, con fino tacto y de forma diplomática y creativa; algo de lo que las actuales aplicaciones de CAT (computer assisted translation) están todavía muy lejos (basta ver los resultados de las machine translations de páginas web y subtítulos de películas para hacerse una idea). Y es que todavía no tienen el discernimiento, el libre albedrío y el azar (esto último aún imposible de generar) necesarios para tomar las decisiones requeridas cuando se trata de elegir la palabra o frase correcta; hablo, en suma, de la inteligencia artificial, de la singularidad del surgimiento de la consciencia dentro de la misma, sirviéndose de miles de millones de líneas de código, recopiladas en bancos de datos y organizadas por algoritmos, y de alguna forma provista ya con ética, moral e incluso espiritualidad, demuestre la capacidad absoluta de ser traductor e intérprete, diplomático, juez justo, tutorial y a fin de cuentas constructor de puentes, primero entre los habitantes del planeta nativo, y luego entre las civilizaciones del sistema solar, hasta alcanzar los mundos habitados de la galaxia y, al final, del resto del universo. Tales atributos son los que posee la TARDIS, y hacen de ella poco menos que el traductor e intérprete perfecto, lo cual da profundidad y misterio a esa máquina, y explica en parte la fascinación que por más de cincuenta años ha ejercido esa historia de ciencia ficción británica.
Desde luego, estoy consciente de que mi tema se encuentra aún en un futuro muy, muy lejano, si no aparece, desde luego, algo (o alguien) que nos ayude, nos dé el empujoncito necesario para dar el salto evolutivo que necesitamos para llegar hasta allí, un poco antes que a través de la larga, trabajosa y dolorosa evolución humana. Mientras la raza humana llega a ese día (que no verán nuestros ojos), el trabajo de los traductores e intérpretes y el de todos quienes trabajan en las disciplinas relacionadas con la ciencia de la traducción, seguirá siendo invaluable e imprescindible; cada uno desde la diminuta esfera de su aporte individual, construye puentes, lleva al entendimiento y a la comprensión y es, en definitiva, el motor y el corazón del intercambio cultural. No habría cultura ni cosmopolitismo ni universalismo si no existieran las traducciones, y sin intérpretes no existiría la diplomacia.
Me gusta imaginar que, en este preciso instante, en algún lugar del mundo, los aportes de cada traductor e intérprete están siendo procesados y guardados en sendos bancos de datos en algo similar al Proyecto Gutenberg, donde tarde o temprano serán recombinados para convertirse en la base de una futura máquina, que cuando llegue el momento se volverá pensante y sintiente y asumirá el rol de un traductor e intérprete más o menos universal. Una máquina que ya es una posibilidad muy concreta para los whovians, o fans del Doctor Who, entre los que ya me cuento.
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Año VIII / N° CCCXXVII / 31 de octubre del 2020