Dentro
de unas horas se acaba el año 2018. Algunos vamos a poner música navideña en
esas últimas horas del año. Los venezolanos, sobre todo los que vivimos fuera
de Venezuela, vamos a recurrir sin duda a la gaita, esa deliciosa música que
nos ha regalado la tradición alegre y bullera de los zulianos. Gracias. Con el
corazón les doy las gracias. Nadie podrá evitar (ni queriendo) que en algún
momento comience a sonar una pieza de Maracaibo 15 que nos arropa siempre y, a pesar de la
fiesta, nos hace llorar como si le habláramos a un amigo muy querido que no
volveremos a ver. En ese momento sonará: “¿Qué te pasa, viejo año, qué te pasa,
/ que ya tienes las maletas preparadas? / Dime si es que te han botado de la
casa / porque estás viejo, porque no sirves pa nada”.
La
cercanía de la Nochevieja con la Nochebuena hace que todo el que escribe
canciones sobre la una escriba también sobre la otra. Primera instancia en que se
nos levantan las antenas. Nochebuena, la noche del 24; Nochevieja, la del 31.
Ahí está otra. Uno puede decir “24 y 31” el 14 de mayo, el 27 agosto, el 3 de
febrero, y todo el mundo va a pensar en diciembre. Pero digo que el tsunami que
crea la gaita en Venezuela no se ha calmado aún cuando llega el 31 de
diciembre. No ha pasado ni una semana. Los gaiteros no pueden “pelá ese boche”.
Además, las emociones (y el cursilismo, pues, sí, está bien, también el cursilismo)
están aún palpitantes en los que corren el 24 para llegar a ver a su mamá antes
de la medianoche. ¿Cómo no va a ser lo mismo el 31 cuando faltan cinco pa las 12? Conclusión: no será Navidad ya, pero
seguimos en la sintonía sentimental y seguimos parrandeando.
A mí me
gusta esa gaita porque desde el principio el autor se dirige al “viejo año” y
le habla como si fuera un ser humano que de verdad verdad se va de la casa.
Hasta parece sorprenderse: “Dime si es que te han botado de la casa”. Poco le falta
para preguntarle: “¿Te hicieron algo?”. Pero no, él, el bardo gaitero, sabe que no es azar, que es inevitable el final, la
despedida y la partida: “Ya falta poco para que te vayas, porque ya va a sonar
el cañonazo”. Lo que no llegará es el olvido: “Pero no llores, échate un trago,
/ que yo te recordaré”. Y en la misma estrofa, lo más bello que le pueden decir
a uno cuando se va, y si es con un hipérbaton tipo Quevedo, mejor: “por los
ratos que de felicidad en tus días yo pasé”.
Más
tarde, como cualquier maracucho que está tomando y gaiteando el 31, emocionado,
el parrandero brinda docenas de veces por el año que se va. Y entra en escena
la tristeza que se ha estado reservando para los instantes finales de la
canción: la sensación de que ambos están en la misma situación: “Pero yo estoy
tan triste como tú, / porque no tengo quien me dé un abrazo”. Aquí quería
llegar el cantor, no hay duda. Todo lo que ha dicho del año viejo, lo quiere
decir de sí mismo. Quien se siente abandonado, quien ya ha hecho sus maletas,
quien se está despidiendo es él mismo. Porque, como el año, cada año, todos los
años, ya “está viejo”, “no sirve pa nada”. Así se siente mientras consume sus uvas del tiempo.
Por
esa buena razón, como si fuera un trago fondo blanco, finiquita su canción
mientras para los demás “todo se convierte en alegría” manifestándole al casi
extinto amigo un deseo imposible de realizar nunca jamás: “Levantaré mi copa a
tu salud, deseando que regreses algún día”.
Sí,
imposible será que alguna vez regrese este triste año que termina hoy, pero
cada Nochevieja es una oportunidad de volver a ver en la memoria imágenes de lo
bello que nos sucedió en ese año. A menos que uno prefiera concentrarse en las
pesadillas. En mi caso, los lectores de Ritos
estaréis esta noche en mi brindis, deseando que, sobre la misma tierra, vuelvan
los ratos que de felicidad algún día yo pasé.
ariadnavoulgaris@gmail.com
Año VI / N° CCXLI
/ 31 de diciembre del 2018
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