Edgardo Malaver
Cleusa de Williams (1936-2021) |
El 23 de abril tuvimos en la Escuela de
Idiomas Modernos de la Universidad Central de Venezuela un encuentro virtual,
como son ahora, para celebrar el Día del Idioma y homenajear a la amadísima profesora
Cleusa de Williams, que había dejado este mundo el mes anterior. Y como el
coronavirus nos ha puesto a todos los seres humanos a innovar las formas de
hacer lo que siempre hemos hecho, nosotros ese día también hicimos de una forma
nueva algo que hemos hecho toda la vida. Al principio de la reunión, guardamos
un minuto de silencio por nuestra hermana Cleusa y por la enorme herencia que
nos ha dejado en la escuela.
Curioso minuto de silencio en que cada
quien en su casa, en 16 países, se levantó de la silla y permaneció 60 segundos
de pie frente a su computadora sin decir palabra. Tal como lo haría en un
auditorio o en una plaza, pero en casa, solo, frente a una pantalla donde 43
cuadros mostraban a sendas personas haciendo lo mismo: estar callados frente a
la pantalla. Hace menos de un año, ya nos parecía bien curioso —¿irregular?, trastornado?,
¿triste?— que alguien se pasara una hora o dos hablándole a una pantalla, pero
nosotros ese día sólo nos quedamos parados frente ella, en silencio, un minuto.
¿Quién inventó que pasar 60 segundos de
pie con la boca cerrada era forma de homenajear a la gente ya no vive? En 1919,
después del fin de la Primera Guerra Mundial, un soldado australiano llamado Edward
Honey (1885-1922), que había servido en el ejército británico, propuso en el diario
Evening News que se conmemorara el primer aniversario del cese del fuego
con cinco minutos de silencio en todo el país. Nadie le prestó atención, pero, meses
después, la idea llegó a oídos del rey Jorge V (1865-1936), que la acogió, y el
11 de noviembre de 1919, un año después de la primera firma del Tratado de
Versalles, celebró el aniversario recordando de esta forma a todos los que
perdieron la vida en la guerra. Durante los ensayos de la ceremonia, presididos
por Jorge, secundado por Honey, ambos acordaron reducir el tiempo a dos minutos
al percatarse de que cinco eran demasiados.
Unos días antes del aniversario, el rey
había firmado una proclama en la que pedía a sus súbditos en el mundo entero “que
a la hora en que entró en vigencia el armisticio, la undécima hora del undécimo
día del undécimo mes, se observara durante el breve espacio de dos minutos una total
suspensión de todas sus actividades cotidianas [...] de manera que, en perfecta
tranquilidad, los pensamientos de todos se concentraran en la reverente remembranza
de los gloriosos difuntos”.
Desde entonces, durante más de 100 años
ya, ante la inmensidad de la pérdida, ante la intimidad del dolor, ante la
infinidad de méritos del fallecido, es el silencio reverente el que logra
expresar lo que las palabras no podrían. Las palabras en semejantes momentos
parecieran ausentarse, camuflarse, recogerse ellas mismas para sufrir su propio
luto. Y como nunca hay palabras que puedan, ni mínimamente, restañar la mutilación
que nos deja la muerte, el silencio es mejor.
emalaver@gmail.com
Año IX / N° CCCLVII / 24 de mayo del
2021
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