Edgardo Malaver
La Virgen de la Leche (1491), de Leonardo Da Vinci |
El
español de Perú me saltó a los ojos unos 15 minutos después de aterrizar la
primera vez que lo visité en el 2017. El primer letrero que vi aquel día fue “Recojo
de equipaje”. Quince minutos más tarde, el carro salía de la playa de estacionamiento
para coger la pista y llevarnos a casa. Era lo que había que
esperar: pueblo nuevo, lengua nueva... aunque sea la misma.
Desde
entonces casi a diario me tropiezo —no, ya no es tropezar, ya va siendo caerme
en las manos— palabras conocidas con usos inusitados para mí, expresiones
nuevas para conceptos viejos y, lo más atractivo, expresiones que a oídos recién
llegados parecen graciosas o ingeniosas y que se refieren a cosas que, una vez
atravesada esta experiencia, me hacen ver cuán graciosas o ingeniosas son las
palabras de mi propio pueblo. Nada como estar lejos para ver de cerca lo que
dejamos en casa.
No es poco
frecuente en Perú utilizar una perífrasis donde en otros lugares se recurriría
a un verbo sencillo. Por ejemplo, un peruano no alcanza a otro mientras
camina, sino que le da el alcance. En la escuela los niños normalmente no
leen los textos o el material didáctico preparado por el docente: le
dan lectura. Y muchas veces las cosas no comienzan ni empiezan
sino que la mayoría de las veces se les da inicio. Y hay mil ejemplos
más que ahora no me vienen a la mente.
Lo que
sí es infalible es el desayuno, pero no porque nunca falte en la mesa sino por
su perífrasis: nadie desayuna, sino que toma el desayuno. Invariablemente.
Es en este caso particular en que me pongo a pensar en lo que hacemos en el
español de Venezuela: existe, por ejemplo, comer casquillo, expresión
que no sé traducir con precisión a lenguaje formal porque me parece que intrigar
se excede e incordiar no es jocoso (debería bajar la santamaría,
¿no es cierto?).
También
me quedé pensando mucho cuando escuché por primera vez que alguien le sacaba
la vuelta a su esposa, que terminó significando que le era infiel. Ahora
que lo oigo con naturalidad, pienso que los peruanos seguramente se confunden
cuando nosotros decimos que aquel marido lo que hacía en realidad era montarle
cachos a su mujer (aunque no tenemos esa sola forma de decirlo).
El
asunto moral me dirige a un par de perífrasis que oigo usar aquí unánimemente y
que intuyo que se usan porque la opción de usar un verbo sencillo, una sola
palabra, puede ser percibido como chocante, poco delicado, casi vulgar. Aquí
las mujeres embarazadas siempre dan a luz, ninguna llega al punto de parir,
que es lo que suelen hacer las que traen a sus hijos al mundo en Venezuela. (Sí,
es verdad, parir es más atribuible las hembras de las especies animales,
pero en Venezuela está instalado para las humanas, y a nadie le extraña ni le
asombra.) En Perú a nadie le extraña ni le asombra que la madre que acaba de
dar a luz siempre, siempre dé de lactar a su bebé, pero sí se siente la
incomodidad cuando uno dice que está amamantando. (En realidad quien
lacta, el lactante, es el bebé, pero en español peruano, como la madre
le da el pecho, ella también lo es.). En conclusión, nadie (o casi nadie) usa
los, a mi parecer, hermosos verbos parir y amamantar, sino perífrasis
de ellos.
Cualquier
analista del discurso diría sin ambages que esa elección léxica evidencia una forma
de evadir referencias incómodas (¡corríjanme, por favor!); a simple vista son
como las diferencias en las formas de las uñas o en la estatura de la gente, es
decir, diversidad y riqueza. No me imagino qué se puede encontrar si uno entra
en ese laberinto. (¡Ah!, tampoco se entra nunca en ninguna parte, ni
siquiera en las páginas web, sino que se ingresa, o, algunas veces, se
hace ingreso. Curiosamente, nadie que haya ingresado en un lugar egresa
de él más tarde: todos terminan saliendo, aunque no sea coherente ni
uniforme.)
Digo que
dicen así en Perú y en realidad debería decir Lima, o más bien el pequeñísimo
territorio de Lima donde he oído a la gente hablar. ¿Qué habrá sido lo que
inclinó a los limeños, si es que son todos, a seguir por años y años
prefiriendo las perífrasis, es decir, el camino largo para llegar al
significado? ¿Qué habrá lanzado esas chispas de formalidad sobre el habla popular?
¿Cómo es que se mantiene?
Para mí,
que estoy tan lejos de mi pueblo, estos sonidos que oigo, estas palabras conocidas
que se enlazan de formas inusuales para mi oído, son aves nuevas que se posan
en un árbol bordado de verdes: la lengua materna siempre abierta de brazos pero
con los pies en la tierra. Yo me acerco al árbol de aquí y hasta toco sus hojas,
huelo sus flores, doy vueltas al alrededor de su tallo y descanso cerca, pero
estoy siempre anhelando volver a la sombra, al olor y a los frutos de mi propio
árbol.
emalaver@gmail.com
Año IX / N° CCCLXVIII / 27 de septiembre del 2021
Otros artículos de Edgardo Malaver