sábado, 31 de diciembre de 2022

Silvestre y Benedicto [CDIV]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

Silvestre, el papa, y Constantino, el emperador

 

 

 

         Esta mañana murió Benedicto XVI. Había nacido en 1927 y había dirigido la Iglesia, muerto Juan Pablo II, desde el 2005 hasta el 2013, cuando dimitió con su ya célebre “non ho le forze”. Es apenas el segundo papa que muere un 31 de diciembre. Silvestre I, el primer pontífice que no tuvo que esconderse de las autoridades romanas para dirigir a la comunidad cristiana, también se despidió del mundo en esta fecha del año 335. Durante sus casi 21 años al timón, reinaron las buenas relaciones con el poder civil, y amainaron los prejuicios contra los cristianos en la ciudad de Roma.

         Son varias las cosas por las que se recuerda a Silvestre: aunque no hay certeza de ello, se dice que bautizó al emperador Constantino, que luego legalizó el cristianismo; logró la construcción o readaptación de templos, con lo cual los cristianos dejaron de orar en escondites, muchos de ellos bajo la tierra; inició los estudios de lo que ahora se conoce como derecho canónico, creó la primera escuela romana de canto. Pero hay un aporte de san Silvestre que nos interesa de manera particular, que es un aporte lingüístico. Puede ser mínimo, pero aún tiene sus reflejos en algunas de las lenguas romances que terminarían apareciendo casi mil años después de aquel 31 de diciembre: los nombres de los días de la semana. Por estas razones y otras, su fiesta se celebra el día de hoy, empañada ahora por la noticia sobre Benedicto.

         Intentando que, en la naciente liturgia, los días de la semana no llevaran nombres de deidades paganas, Silvestre los llamó ferias. El lunes, día dedicado por los romanos a la adoración de la Luna, comenzó a llamarse feria secunda; el martes, día de Marte, dios de la guerra, feria tertia; el miércoles, día de Mercurio (el Hermes griego, el mensajero de los dioses), feria quarta; el jueves, día de Júpiter (es decir, Zeus, padre de todos los dioses), feria quinta, y el viernes, día de Venus, diosa del amor, feria sexta. El sábado, heredado de los hebreos, y el domingo, creación cristiana en latín, quedaron intactos.

         Es atractivo el hecho de que, considerándolo a primera vista, en la actualidad el único idioma que conserva estos nombres es el portugués (¿quizá era el territorio más alejado de la capital del imperio?); el gallego también, aunque no es unánime. El catalán conserva, con la modificación natural de los siglos, la fórmula latina: dies lunae, dilluns; dies martis, dimarts, etc. —en realidad la conserva en todos los nombres de los días—. El francés y el italiano también han heredado el dies, pero en posición final —el francés lo extiende a toda la semana—. El español y el resto de las lenguas derivadas del latín prefirieron quedarse con las raíces de los nombres paganos... o sus transformaciones.

         Hasta el día de hoy, en el calendario litúrgico católico los días diferentes del sábado y el domingo se llaman ferias, es decir, días en los cuales, a pesar de lo que nos sugiera la sonoridad actual de la palabra, no suele haber solemnidades en tiempos ordinarios.

         Aquí entra también en la discusión aquella eterna pregunta que nos hacíamos todos en la edad escolar: ¿cuál es el primer día de la semana? ¿Por qué en el almanaque (no en todos) ponen el domingo antes que el lunes? La respuesta la da san Silvestre: si el lunes es la feria secunda, entonces el domingo ha de ser la primera. Además, antes de la existencia del cristianismo, el judaísmo nos había enseñado que, después de trabajar seis días creando todo lo que existe, Dios se tomó el séptimo día, llamado sábado, para descansar.

         A pesar de esto, culturalmente, contemporáneamente, civilmente, es presumible que después del reconocimiento de los derechos laborales, como muchísima gente descansa el sábado y el domingo, tendemos a considerar el lunes como el primer día de la semana. Civilmente, laboralmente, incluso académicamente. Se puede decir que es otro conteo de los días, que al final también da siete, pero en otro orden.

         La palabra feria, dicho esto, se nos hace muy interesante. Podemos preguntarnos, por ejemplo: ¿por qué día feriado significa ‘día de fiesta’, ‘día no laborable’? Porque originalmente, feria significaba ‘mercado’, un día regular en el que se trabaja, sobre todo en el intercambio comercial. Los ahora llamados fines de semana en rigor son para descansar (porque primero se trabaja y después se descansa, ¿no?). ‘Mercado’ es en la actualidad la primera acepción que da el diccionario.

         Sin embargo, el sustantivo feria también significa ‘fiesta’ y nombra a la concentración humana y el ambiente festivo que se forma en un lugar donde se compra y se vende, se come y se bebe, se canta y se baila, se celebra. A estos lugares no se va cuando uno está ocupado. Por eso, los días de fiesta a mitad de semana pueden llamarse, en general, “días feriados”.

         En la antigüedad, el sábado era inviolable para los judíos (aún lo es para los más ortodoxos). Para el mundo cristiano, el día sagrado es el domingo porque Jesús resucitó ese día. Y no debe haberles parecido a los primeros cristianos muy reverente poner el diem Dominicum, el ‘día del Señor’, al final de la semana.

         Son todas estas cosas, algunas, temas que aparecen y reaparecen, que se recuerdan, que se aclaran, como dice el refrán, cada muerte de papa. ¡Ah, los papas...! Esta noche de san Silvestre, dentro de unas pocas horas, estaremos brindando por todo lo que hemos logrado en el 2022 y tratando de que no duela tanto lo que hemos perdido. Ritos levantará la copa también por Silvestre, que, sin adivinarlo, nos dio tema para esta Nochevieja casi 1.700 años después de su muerte. Y también por Benedicto, el papa de la razón, que, obediente, no se apartó de su cáliz hasta el último día.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CDIV / 31 de diciembre del 2022

 

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Antiguo manuscrito revela origen extraterrestre de la palabra ‘arepa’ [CDIII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Locos y locainas de La Vela de Coro, Falcón
Foto: El Carabobeño


 

 

         Tarde o temprano tenía que suceder, tarde o temprano íbamos a encontrar la prueba irrefragable de que la arepa no es venezolana ni colombiana, sino que la trajeron los extraterrestres. Los diarios El Cucuteño, de Colombia, y La Señal de San Antonio, de Venezuela, acaban de publicar simultáneamente, en su edición de ayer, 27 de diciembre, un informe sobre los hallazgos de los investigadores de la Universidad de Londres y la Sociedad Nacional de Arqueología de Estados Unidos en la biblioteca de la antiquísima Misión de los Franciscanos en Santa Clara de la Piedra, que permite llegar a tal conclusión.

         El informe, firmado por los dos responsables de la investigación, Peter O’Connor y Martha C. Lee, comienza afirmando que han reunido información suficiente que podría poner fin a la disputa entre los venezolanos y colombianos acerca de diversos elementos culturales de gran interés en la historia de ambas naciones; sin embargo, la pieza fundamental de los hallazgos es, sin duda alguna, una carta encontrada la semana pasada en la sección de libros raros, dirigida por el abad de la congregación, fray Emiliano González de Zárate, al papa Julio II entre los años 1510 y 1514.

         Según O’Connor y Lee, en la carta fray Emiliano informa al papa que ha llegado al convencimiento de que los indígenas del lugar habían recibido la visita de seres extraterrestres (“res alieni”, “viris ex aliis planetis”) entrenamiento especializado para el cultivo de diversas especies vegetales, además de lo que hoy llamaríamos la “receta” de diversas comidas que se preparan aún en la región. Uno de ellos, expresa el informe, “sería el alimento básico de Colombia y Venezuela, que los ‘viris ex aliis planetis’ llamaban por el nombre de ‘arepe’ o ‘arepa’”. También dan indicaciones precisas de cómo hacer el fuego y la superficie en que debe cocerse la arepa.

         “Infortunadamente, falta al menos una página del valioso documento, que calculamos que originalmente tenía seis o siete”, dicen O’Connor y Lee. “La página faltante, junto con el resto del original, que no está en buenas condiciones, debe estar en la Biblioteca Vaticana, dado que iba dirigida al papa”.

         Con estos hallazgos, opinaron otros expertos consultados por El Cucuteño, quedaría pulverizadas las hipótesis lingüísticas según las cuales el vocablo arepa provendría del idioma hablado por los cumanagotos a la llegada de Cristóbal Colón. Lo que es más, por datos que asoman los arqueólogos británicos y americanos sobre la fecha de la visita de los seres alienígenas y los otros lugares del mundo donde habían aterrizado, puede llegarse a pensar ahora en la posibilidad de que hasta los bisabuelos de Jesucristo hayan comido arepas en la Palestina prerromana.

         Ni en Venezuela ni en Colombia se habían hecho investigaciones de esta naturaleza en la misión de Santa Clara de la Piedra, cuyas ruinas subsisten sobre la margen izquierda del río Táchira. La “vetusta construcción, que data del año 1500”, según el informe, fue abandonada antes del comienzo del siglo XVII (como había deducido un trabajo anterior de O’Connor), y lo único que permanece, casi intacto, es el sótano de la biblioteca, donde apareció el manuscrito.

         Al final de la nota, ambos periódicos indican a sus lectores que si habían leído hasta ese punto, entonces merecían saber que todo el texto ha sido escrito como una broma del Día de los Inocentes.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CDIII / 28 de diciembre del 2022

 

 

 

Otros artículos de Edgardo Malaver

Ochocientas velitas

Mal de amores con tenguerengue

Niño (varón) y niña (hembra)

 

martes, 8 de noviembre de 2022

Los puntos cardinales como singularia tantum [CDII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Aquel círculo, sus lagos y pulpos... Nocturno-luna (1917),
de Armando Reverón

 

 

         En agosto del 2016, durante las Olimpíadas de Río de Janeiro, publiqué en Ritos de Ilación un artículo titulado “Los Juegos Olímpicos como pluralia tantum”. Ya habrán adivinado que trataba de ese numeroso grupo de sustantivos que, en español, aunque se refieran a un solo objeto, permanecen en plural contra viento y marea. Y, extraño como los pulpos que habitan los lagos de la luna, no se me ocurrió nunca hasta hoy escribir sobre su “antónimo” sintáctico, los sustantivos singulares que persisten en ser singulares, nombres de cosas que tercamente insisten en ser una sola en la vida.

         Se dieron cuenta ya también de que este grupo se llama sigularia tantum, es decir, “todos singulares”. También pueden llamarse singulares inherentes, porque son inherentemente singulares, perdonen la obviedad. Miren ustedes los puntos cardinales: nos volveríamos locos si hubiera dos sures —algunos políticos de izquierda perderían la mitad de sus ideales—, no habría barco que no se extraviara en el mar si hubiera dos nortes, las películas de vaqueros quizá ni habrían aparecido en la historia si hubiéramos tenido dos oestes, y el sol no sería tan confiable cada mañana si hubiera dos estes o más.

         En suma, están por los cuatro confines de la tierra, pertenecen a nuestro mundo cotidiano. La sed, la salud, la gravedad, que tenemos tan cerca, pertenecen a los singularia tantum. Durante toda la vida nos movemos en este grupo de sustantivos, si consideramos que infancia (y niñez), adolescenciajuventud no—, adultez y vejez son siempre singulares. La gente muy generosa (miren la palabra caridad), la que siempre deja para mañana lo que puede hacer hoy (pereza), los que siembran (trigo, leña, perejil), los que hacen mucho ejercicio (vigor), e incluso los que estudian la bóveda celeste (cenit, nadir), todos ellos saben de lo que estoy diciendo. El orden en que los presento puede parecer carente de nobleza, pero tiene su importancia.

         Algunas veces, algunos de estos nombres, abstractos o concretos, pueden aparecer en plural, pero siempre está claro que ha habido para ello un cambio de contexto, de concepción del asunto considerado o simplemente de significado. Puede suceder que, pluralizados, estos sustantivos se tornen poéticos, tangibles (o intangibles), prosaicos o inimaginables. Algunos miembros muy mayores de mi familia, por ejemplo, si yo les hablara de estas peculiaridades de las palabras, me contestarían: “¡Déjate de calores, muchacho!”. Y me ofrecerían así un ejemplo de lo que les digo. Gracias.

         En definitiva, cada quien tiene una sola fe, una sola tez, aunque no siempre un solo cariz. Idealmente, nuestra mente tiene control de estas sutilezas, sea uno emisor o receptor del mensaje. De la mayor o menor atención o capacidad de captarlas a la primera —presumo yo— pueden depender la comprensión y los malentendidos... además de una montaña de factores, claro.

         De norte a sur, de este a oeste, del mercado a la academia, el reino de los singularia tantum convive entremezclado con el de los pluralia tantum para construir juntos el edificio del habla cotidiana, cuyos bloques permanecen unidos con argamasa de poesía.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CDII / 7 de noviembre del 2022

  

jueves, 3 de noviembre de 2022

NOVEMBRIS... un año tarde [CDI]

Ariadna Voulgaris

 

 

Fieles y fieles difuntos. Las benditas ánimas
del Purgatorio (1772), atribuido
a Juan Pedro López

 

 

 

         El año pasado me propuse escribir para Ritos de Ilación por lo menos 12 notas, una por mes, para explicar el nombre de cada uno. Los que nos siguen se dieron cuenta de que ya para mayo se me iba acabando el combustible, y fue más bonito hablar de poesía —mi tía Andrea y Juana de Ibarbourou me dieron la excusa—. Para julio, la musa me abandonó y el profesor Malaver tuvo que correr en mi auxilio. Con la energía de la Navidad pude terminar el año, pero quedé con esta deuda.

         Pues bien, la etimología de noviembre es, como la de los últimos cuatro meses del año, aburrida; su relato se limita a anotar que significa ‘noveno mes’ y que antes del calendario juliano precedían... ¡a enero y febrero! ¿Qué otra cosa, más entretenida, se puede decir de noviembre?

         En la mente de muchas personas es un mes así como luctuoso; imagínense que apenas comienza, ya se celebra el triste Día de los Fieles Difuntos; sí, mis estimados, a pesar de eso, de ser triste, en muchos países se celebra. En mi mente es una especie de antónimo de abril y mayo, que tienen fama de meses floridos, llenos de color, música y alegría.

         En el mundo de la sabiduría popular, existen dos expresiones que, por lo que dice el diccionario, se utilizan en España y a mí me parecen de lo más encantadoras. Terminado noviembre, el que no sembró que no siembre, dicen en algún lugar de la Madre Patria. Eso me pasó en el 2021. Se acabó noviembre y tuve que dejarlo para la siembra de este año. Uno piensa que es una simple rima, pero también podemos aprender que cuando deja pasar las oportunidades, no vale la pena intentarlo más tarde. Tiene que ser en el momento preciso, y hay que desarrollar el sentido necesario para reconocer la oportunidad y para reconocer cuándo ya ha pasado. En Venezuela, cualquiera piensa que se trata de una reflexión sobre la holgazanería. Una vez que pasa noviembre, dirán algunos, ya los proyectos no iniciados mejor que se queden para enero, porque ¿qué tiempo vamos a tener en diciembre de crear y trabajar si lo que viene es Navidad?

         La otra expresión es noviembre lluvioso, año copioso. Otra vez la rima, no sé pa qué la nombro, si es lo más típico de los refranes y expresiones populares. Parece augurar que el año siguiente como que va a ser buen año, pero para eso tiene que pasar que en noviembre llueva mucho, y seguro que si es en el día de Todos los Santos o en el de los Fieles Difuntos, mejor. Pero no es sólo la rima. ¿Qué más copioso que la lluvia? ¿Qué piensa uno cuando llueve en la última noche del año? Que el año que comienza esa noche va a ser lluvioso. Y después de eso, es fácil conectar con la abundancia y, por ahí, con la prosperidad... pero desde noviembre mismo.

         Por último, quiero comentar una exconfusión, es decir, una confusión que, leyendo y escribiendo sobre este tema, logré aclarar: que el Día de los Fieles Difuntos no se recuerda a unos difuntos que son o han sido fieles sino a todos los fieles que han muerto. Aquellos de los difuntos que, además de todo, permanecieron fieles a Dios en vida, ahora, además de polvo, son felices. Debe ser por eso que tiene sentido celebrarlos.

         ¡Feliz noviembre!

 

ariadnavoulgaris@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CDI / 3 de noviembre del 2022

 

lunes, 31 de octubre de 2022

Jálogüin [CD]

Edgardo Malaver

 

 

 

¿Trato o treta? Niña bruja (1952), de Oswaldo Vigas


 

 

         Por más que a uno no le termine de convencer la celebración de Halloween, ella ha invadido el mundo y su nombre se ha instalado en la cultura occidental y me imagino que también en gran parte de la oriental. Qué difícil es, sin embargo, encontrar información razonable sobre la naturaleza y significado de esta fecha.

         Uno de los pocos datos que saca uno en claro es que la palabra Halloween, inglesa, es una evolución de All Hollow Even, que comúnmente traducen como ‘Víspera de Todos los Santos’. También se le llama ‘Noche de Brujas’, lo cual no se reduce mi resistencia a intentar concebirle un sentido al asunto. Pero lo mío es lo lingüístico. Uno comienza confundiéndose, primero, con ese even, cuyo primera equivalencia, piensa uno, es parejo, pero luego comprende que es el mismo lexema de eve, expresado originalmente en escocés. Lo que sí hay que observar es que ese hollow equivale a ‘hueco’, ‘vacío’, ‘cavidad’, por lo que bien podría traducirse como espanto en lugar de santo, con lo cual comienzo a comprobar que voy por un camino bastante oscuro. Ya ven que nada me deja convencido en este tema.

         Por lo que encuentro en Google, la fiesta comenzó a celebrarse de manera generalizada unos pocos años antes del siglo XVIII, y no me atrevo a decir dónde tuvo su origen, anterior a esa fecha, porque encuentro lugares tan disímiles como Afganistán e Irlanda. El origen, definitivamente, se encuentra entre Europa y el más allá, entre Asia y las tinieblas.

         Algunas fuentes mencionan que, en épocas pasadas, en la ahora muy esperada noche de Halloween, en lugar de formar un jolgorio, fanáticos de todas las latitudes se ocupaban nada menos que de matar gatos negros y repartir a los niños caramelos envenenados, pero no existen evidencias de que eso haya sucedido realmente. (¡Caramba, termino olvidando que hablo de las palabras!)

         En español, y adivino que en otras muchas lenguas, el nombre Halloween ha ido perseverando en su ortografía inglesa (vamos a decir mejor anglosajona), y la pronunciación es muy similar. Yo, si pensara que tal cosa pudiera producir algún resultado palpable, propondría que lo escribiéramos Jálogüin. Quién sabe si más natural sonaría Jalogüín. Quién sabe si, de todas maneras, olvidado todo lo demás, la lengua española por sí sola termina ganando terreno y, ya que se ha apropiado de una fiesta culturalmente lejana, le pone un nombre que al menos fonéticamente parezca nacido en su propio patio.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CD / 31 de octubre del 2022

 


martes, 25 de octubre de 2022

Dos influencias... tres [CCCXCIX]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Somos tres: Jesucristo, don Quijote y yo. Muerte de Simón
Bolívar (1889), de Antonio Herrera Toro

 

 

         Ya casi me había dado por vencido: esta semana no parió mi mente un tema del cual hablar en Ritos de Ilación. Y en eso me pongo a revisar el foro de mi asignatura en la universidad para responder los comentarios, dudas y preguntas de los estudiantes, y me tropiezo con esto: “La explicación del profesor sobre la literatura, la ficción y el pacto ficcional me hacen reflexionar sobre la influencia que puede tener un texto en la vida de una persona”.

         Como no tengo otra vida en la cual pensar, aunque no parezca muy ingenioso ni sabio, pensé en la influencia de los libros en mi propia vida. El problema era que, no estando frente a frente con los estudiantes, iba a ser bien fastidioso hablarles de semejante tema. Así que respiré profundo y me puse a decirles lo menos que pudiera. Y me salió esto:

 

Estimada Rodríguez:

     La influencia de una obra literaria en la vida de una persona. Tengo que controlarme para no contarles, para no pasarme la noche entera escribiéndoles sobre esto. Me voy a limitar a dos casos, dos obras.

     Cien años de soledad es un libro que ejerce una atracción tal sobre mí que tengo que tenerlo escondido en mi biblioteca porque si está a la vista y yo paso por ahí, siento que el libro me hace lo mismo que le hizo Atenea a Aquiles aquella vez que estaba a punto de desenvainar la espada para matar a Agamenón, que lo cogió por los cabellos y le dijo: “Insúltalo como gustes, pero no lo mates, que por sus ofensas recibirás más tarde espléndidos presentes”. Si dejo que el libro me atrape, es decir, si lo abro, si leo el primer párrafo, estoy perdido, voy a tener que leer 300 páginas antes de seguir en lo que estaba al pasar junto a él.

     La segunda obra es Don Quijote de la Mancha, que es un libro que intenté leer a los 15 años, a los 18, a los 24, a los 25, a los 29, a los 30, y nunca pude... hasta que a los 33, como por un milagro, estaba yo un día leyendo el periódico y leí una palabra, no recuerdo cuál, y levanté la vista y dije: “Llegó la hora”. Y esa misma tarde comencé a leerlo y no me detuve hasta que lo terminé y ya saben ustedes que Don Quijote tiene más de mil páginas. Y después pasé como seis meses atormentando a mi familia y a mis amigos hablándoles todo el tiempo de don Quijote. Casi no hablaba de otra cosa en todo el día. Ahora solamente atormento a los estudiantes, pero en aquellos días, ya la gente adivinaba: “Sí, Edgardo, ya sé, seguro que don Quijote un día hizo algo como esto que está pasando ahora, ¿no?”. Es lo mejor, lo más bello, lo más impresionante que he leído en mi vida. Y los especialistas, que han leído mucho más que yo, dicen que es la mejor novela que se ha escrito en la historia.

     Mientras escribía esto me vinieron a la mente cinco o seis obras más, pero si me pongo hablar de ellas, no solamente pasaré la noche entera aquí sentado, sino que me iré acordando de otras y otras, y luego vendrán las películas y las obras de teatro y los cuentos de mi abuela y los de mis profesores y los que me cuento a mí mismo y los del cielo y de la tierra, y ay, madre mía. Y así ninguno de ustedes leerá nunca más el foro porque el profesor habla demasiado. Y será verdad.

     Hasta luego, María Elena.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCXCIX / 24 de octubre del 2022

 



Otros artículos de Edgardo Malaver

Un inca y una caraqueña

Zimbabwe y Venezuela

Cica y chicunguña

Perú

Ilación (II)


lunes, 17 de octubre de 2022

Agudos y obtusos [CCCXCVIII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Con tres ángulos basta para un teorema.
Pitágoras en
La escuela de Atenas (1511),
de Rafael Sanzio

 

 

         Ahora es martes. Dos de la tarde. Llego al salón de mi niña para recogerla y, mientras espero que recolecte sus cosas, miro por la ventana. Veo en la pared de enfrente un afiche sobre los tipos de ángulos, escrito con la letra de la maestra, y me digo: “Ah, comenzaron con los ángulos”. Y comienzo yo a prepararme mentalmente para hablar de ángulos durante toda la semana y encontrar ángulos por todas partes y contar mis experiencias con los ángulos cuando estaba en primaria. Me digo: “Voy a memorizar el primer tipo, de modo que el segundo se defina por descarte. ‘Ángulo agudo: menos de 90 grados’, dice el afiche. Muy bien, lo teng... Un momento: el agudo se llama así porque es como una punta de lápiz, como un pico de pájaro, como un diente de cocodrilo. ¡Y todas esas cosas son agudas, puntiagudas, o sea, pinchan, porque tienen un vértice de menos de 90 grados! Son ángulos cerrados. Por no haberme dado cuenta de esto era que muchas veces me confundía en primaria.

         En ese momento sale mi niña del salón y me cuenta sobre el tema de la clase. Dice:

         —Los ángulos de más de 90 grados se llaman... ay, se me olvidó.

         —¿Obtusos? —le propongo.

         —¡Sí! ¡Obtusos!

         —Un momento, obtuso significa ‘cerrado’, así que...

         —No, papi, los cerrados son los agudos.

         —Sí, sí, claro que sí, pero fíjate, cuando una persona no entiende ni acepta una opinión diferente a la suya, se dice que es una persona obtusa. ¿Por qué será que los dos nombres de los ángulos significan ‘cerrado’?

         Al llegar a casa buscamos en el diccionario. Y así vengo a descubrir, después de tanto tiempo de terminar la primaria, que obtuso no equivale a cerrado sino a romo, y romo es antónimo de agudo. Obtuso es antónimo de agudo.

         Es decir, cuando una mente obtusa no ve, no comprende, no respeta una visión diferente a la suya, lo que pasa no es que se cierre a ella, sino que no es capaz de hacer distinciones muy detalladas, no se permite a sí misma detenerse a separar filamentos de ideas ni mínimas diferencias entre palabras. Lápiz de punta roma, que sólo puede hacer trazos gruesos, no admite líneas finas.

         —Qué alegría me da —le digo a mi maestra de ocho años— aclararme ese enigma que he tenido tanto tiempo en la mente.

         Pero la alegría de hoy me dura poco, porque, entusiasmada por mi aprendizaje, sigue contándome y pronto llegamos a los ángulos... ¡cóncavos y convexos! Es demasiado para mi pobre mente. Es otra dualidad que no logré desentrañar a partir de sus nombres cuando era un inocente escolar. Y, a simple vista, no veo la respuesta ahora tampoco. Ojalá que la semana que viene, al llegar a la escuela de mi niña hermosa, la luz del conocimiento le haya entregado, para mí, esta otra respuesta tan largamente esperada.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCXCVIII / 17 de octubre del 2022