Cuando era pequeño, no me cabía la
palabra culata en la cabeza. Es
decir, oía decir, por ejemplo, Al
gobierno le salió el tiro por la culata y no me quedaba claro lo que era la
culata. Se me parecía remotamente a otra palabra que no había que decir, pero
ni siquiera así me insinuaba la musa su significado. Un día, sin embargo,
viendo un capítulo de Rin Tin Tin —puede
haber sido también de El Zorro o de Jim West—, un soldado dispara un arma
larga y la bala le sale por detrás, le roza el hombro y él queda confundido.
Minutos después se descubre que los muchachos buenos han alterado todas las
armas de los malos “para que se disparen por la culata” y poder escapar de
ellos. O sea, ¡la parte del rifle que se pone en el hombro era la culata! ¡Qué
descubrimiento!
La escena se grabó sólo para que yo
entendiera la dichosa expresión —porque no recuerdo ni un segundo más de aquel
capítulo—, pero a mí me molestaba el hecho de que el ahora evidente origen de
la expresión fuera militar. Lastimosamente, en la historia del mundo,
especialmente cuando los países son jóvenes como por este lado del mundo, pululan
los capítulos militares y, de manera natural, estas historias desembocan en la
lengua. La historia particular de Venezuela, como lo demuestra el español que
habla, está salpicada de episodios en que, individual o colectivamente, algunos
tiros ha salido por la culata.
En 1810, cuando los “niñitos de papá”
de Caracas decidieron tomar por el brazo al entonces capitán general de la
colonia, Vicente Emparan, se produjo quizá el primer episodio de la historia de
Venezuela en que un personaje hizo un tiro que le salió por la culata. Emparan,
acorralado por los burgueses, los intelectuales, los comerciantes y demás “influencers”
de la época, en cuestión de minutos vio su territorio reducido a los límites de
su despacho frente a la Plaza Mayor. De repente, debe haber pensado que el balcón
era la salida. Así que se asomó. El padre Madariaga debe haber pensado que se
iba a lanzar al pavimento y lo siguió. Pero el debilitado Emparan pretendía en
realidad apelar al espíritu democrático del pueblo, que nunca le había
importado, para zafarse de aquel atolladero. Vio en la plaza a la gente que
acaba de salir de la misa de Jueves Santo a que los hermanos Salias le habían
impedido asistir, y disparó: “¡¿Ustedes quieren mi mando?!”. Ya sabemos que, a
la señal de Madariaga, la gente contestó con un no que fue como un proyectil que
derribó a Emparan con culata y todo.
En 1957, el dictador Marcos Pérez
Jiménez, comprendiendo que sería imposible ganar las elecciones que la ley lo
obligaba a convocar en diciembre de ese año, decidió cambiar la convocatoria
para un plebiscito. Es decir, la votación sería a favor o en contra de su
continuidad en el poder. En la mañana siguiente a la consulta, hasta llegaron a
publicarse cifras iniciales de conteo de votos que daban como ganadora la
opción del no, pero Pérez Jiménez ordenó invertir los resultados y se proclamó
presidente para un segundo período, hasta 1963. Ese fue el tiro; la culata por
la que salió fueron los militares que no se sintieron contentos con la trampa,
y un mes después, las cosas se le pusieron tan difíciles, que huyó de Venezuela
en mitad de la noche.
Un tercer ejemplo puede ser el de 1998,
en que el tiro lo dio una multitud de votantes fascinados por la lengua de
capataz de un militarcillo que, creyéndose un cruzado de la antigüedad, seis
años antes había intentado llegar al poder a bordo de un tanque de guerra. Con
la falacia de la revolución pacífica pero armada, ganó las elecciones y 20 años
más tarde, hay gente comiendo de la basura. El tiro de aquellos ilusos nos
salió por la culata a todos.
En los últimos días, muchos de
los herederos de aquel personaje han estado disparando palabras que
inmediatamente se les devuelven. Y, obedientes como Rin Tin Tin, no han perdido
la costumbre de disparar además balas de verdad, que, aunque tardan más que las
palabras, como todos los actos humanos, también suelen devolverse.
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Año VI / N° CCXLV
/ 28 de enero del 2019