Edgardo Malaver
Cómo escribir las onomatopeyas es tan importante como hacia dónde sopla del viento |
Seguramente era para tener, por lo
menos, una palabra que comenzara con ca en un idioma en que no abunda que los
libros de lectura de primer grado incluían la palabra kikirikí. Aparecía siempre —o sigue apareciendo, porque ¿por qué cesaría
esa costumbre?— un gallo sobre una rama y con el pico abierto y el pescuezo
estirado al horizonte, y junto a él, la entretenida palabra. Sin embargo, ¿por
qué habría que escribir esta palabra de otra forma que quiquiriquí?
El diccionario le da la razón a quien piense
que en español se impone el uso de la cu. Y curiosamente, junto a la definición
como onomatopeya, la Academia da ésta: ‘persona que quiere sobresalir y gallear’.
¿Gallear? Me detengo en la tercera acepción, señalada como coloquial: ‘presumir
de hombría, alzar la voz con amenazas y gritos‘. Es la imagen del gallo, en su
equivalente humano. Con la misma carga coloquial, en Venezuela suele llamarse a
personas así gallitos. El diccionario
también los llama, justamente, quiquiriquíes.
Aunque no es precisamente una
quiquiriquí, tengo en casa un pequeño ser humano de cuatro años de edad que
insiste en corregirme cuando intento despertarla en la mañana con la conocida
llamada. Ella, ojos cerrados aún, lanza su agudo grito: “¡Quiriquiquí...!”.
Debe pasar en esta situación lo mismo que con murciégalo, estuata u odontógolo.
Y ha de pasar en otros idiomas, porque,
asombrosamente, los mismos sonidos son oídos de maneras diferentes en las dos
orillas de un mismo río, cuando ese río marca la frontera entre un idioma y
otro. En francés, todos dicen cocorico,
pero al cruzar el canal de la Mancha, tienen que cambiar a cock-a-doodle-doo. Parece que en China el gallo, como si fuera un
reloj, canta: “Kukú”. Como que faltaran sílabas, ¿verdad?
No es cuestión de enquiquirizarse; sólo
pongamos los puntos sobre las íes, aprovechando que quiquiriquí tiene tantas. La forma en que se escriben una
onomatopeya ofrece siempre variedad de oportunidades para estudiar la lengua y,
como habla siempre más de nosotros mismos que del ser o la cosa que produce el
sonido, vale la pena ponerle atención. Entonces, ¿cómo escribe usted las onomatopeyas?
¿Cómo las pronuncia? ¿Y en qué idioma las prefiere? ¿Por qué?
emalaver@gmail.com
Año VI / N° CXCVI / 26 de febrero del 2018
EDICIÓN DEL QUINTO ANIVERSARIO