Edgardo Malaver
Flores que, conformes, se sienten dichosas de dar sus perfumes a las mariposas |
Hablando
de cómo lee un mal lector, el escritor británico C.S. Lewis —siempre tengo que
detenerme a aclarar que sí, que me refiero al autor de Las crónicas de Narnia—,
dice que por lo general a la gente que habitualmente oye música no le interesa
la música: “lo único que quieren es tararear la tonada”. Es verdad, a los mortales
nos pasa exactamente eso: no entendemos nada de música y, en consecuencia, no
nos detenemos a identificar las innumerables sutilezas sonoras de una pieza concebidas
para elevar el espíritu mediante la “contemplación de lo bello”, como afirma Edgar
Allan Poe —sí, el de “El gato negro”.
Pues
es lo que nos pasaba a todos con aquel verso de la gaita “Amigo”, escrita por
Manny Delgado y cantada por Betulio Medina —sí, el de Maracaibo 15—:
Y el tañir de las campanas
y el sonar de un cañonazo
me hacen pensar mucho en ti, amigo,
que quiero darte un abrazo.
Durante años y años todos hemos
cantado esta canción sin reflexionar que en realidad el verbo tañir, que
aquí actúa como sustantivo, es un “error”, cuando menos un “descuido”, un “desliz”
de la pluma del autor, o de la voz del cantante. El repique de las campanas, o el
sonido que produce cualquier instrumento de percusión o de cuerda, se llama tañer.
Es un verbo regularísimo que, transitivamente, se conjuga: yo taño, tú
tañes, él taña, etc. La confusión, lapsus, o mondegrín a la inversa, puede provenir del participio pasado del verbo: tañido,
que curiosamente también puede ser sustantivo. A cualquiera le sucede, al
escribir una canción, que, por sonoridad, toma una palabra de forma muy expresiva,
como tañir, en lugar de otra, con mucha menos energía, como tañer,
aunque esta sea la pronunciación “correcta”.
A
veces sucede por razones de métrica, con consecuencias sobre la sintaxis, como
en el caso de “Llorarás”, compuesta por Oscar D’León —sí, el de “Cuando florezcan
las amapolas”—:
Llorarás y llorarás
sin nadie que te consuele,
y así te darás de cuenta
que si te engañan duele.
En el tercer verso, de no incluir la
preposición de, faltaría una sílaba y, para decirlo en términos breves,
la canción no se podría cantar; pero, además, sucede que el verso perdería toda
su fuerza.
A
Luis Mariano Rivera —sí, sí, el autor de “Cerecita, cerecita”— le pasa lo
contrario cuando dice, en “Canchunchú florido”:
Cuando invierno empieza
tierra a humedecer,
Canchunchú es un canto
al amanecer.
Bien podría decir: “Cuando el invierno
empieza...” porque la sinalefa entre las dos primeras palabras dejaría invariable
el número de sílabas, pero en el verso siguiente otra vez sucede que el poeta necesita,
ahora sí inevitablemente, elidir el artículo de tierra, y con eso logra que
la estrofa en su conjunto sea muy perceptible, que llame mucho la atención.
Todos
estos casos entran en el territorio de lo que siempre se ha llamado licencia
poética, es decir, esa libertad que pueden permitirse los autores de versos,
especialmente en la poesía oral, de añadir, elidir, modificar, crear, repetir,
trasponer, fundir sílabas, palabras e incluso versos enteros, según lo requiera
el ritmo, la rima o el acento del texto.
Es
entonces una licencia poética lo que se toman Delgado y Medina cuando cantan “el
tañir de las campanas”. No puede hablarse de error en este caso ni en ninguno
de los otros. Es tan válida esta creación léxica (y poética) que se han
permitido los autores que cuando han intentado “corregirla”, casi logran el efecto
contrario al deseado: los oyentes, los amantes de sus canciones, el público que
los respeta —que en los tres casos es todo el pueblo venezolano—, si es que se
percatan del cambio, sencillamente lo ignoran o lo rechazan. Siempre terminan
prefiriendo la versión original que, artísticamente, ha sido más creativa,
aunque en rigor sea menos cuidadosa con la gramática.
Hace
unos días vi un reciente video en que Betulio Medina canta varios fragmentos de sus canciones en un popurrí
hermosísimo. Cuando llega a las campanas de “Amigo”, el experimentado gaitero
cambia la letra y canta: “el tañer de las campanas”, y, a pesar de la belleza
del video y de la música, ahora sí parece un error que lo pronuncie así. También
Oscar D’León ha cantado alguna vez —y quizá ha grabado— “Llorarás” sustituyendo
el verso del “error” por “y así te darás tú cuenta”, y no siento yo que le haga
ningún favor a la canción. Gracias a Dios, a Gualberto Ibarreto —sí, el de “María
Antonia”— no se le ha ocurrido modificar de esa manera la canción de Luis
Mariano Rivera.
Debo,
sin embargo, comentar que la teoría de la literatura oral indica que una de las
características más importantes de esta manifestación artística es precisamente
la variabilidad. Es decir, así como no existe una interpretación de un mismo texto
oral que sea idéntica a otra, tampoco hay nada que impida al intérprete
introducir modificaciones cada vez que lo emite. Se entiende más bien que ellas
enriquecen el texto. Los mitos, leyendas y fábulas, desde Homero hasta hoy, se
conservan gracias a esa posibilidad de cambio constante y creativo. Un ejemplo
contundente —e intensamente aplaudido— de esta peculiaridad en Venezuela es la
modificación que introdujo Yordano—sí, el de “Madera fina”— en un concierto al
cantar su popularísima canción “Por estas calles” para protestar en contra de
un gobierno que deja a su propio pueblo en manos de la delincuencia. En lugar
del cuarto verso de la quinta estrofa, de por sí contundente, que dice: “...y
hay algunos que hasta se lanzan pa presidente”, en aquella ocasión cantó:
Y los que andan de cuello blanco son los peores
porque además de quemarte se hacen llamar señores.
Tienen amigos en altos cargos, muy influyentes,
y hay algunos que hasta llegaron a presidente.
En
suma, el texto oral, aunque artístico, puede variar, pero, como confirma Lewis,
lo que queda en la mente del oyente, los sonidos que se encadenaron en sus
labios, es lo que irá de boca en boca; el mensaje escrito no va a sonarle si
eso no coincide con el que se aprendió desde el principio. Es decir, a menos
que el mundo vuelva a empezar por el final y marche hacia atrás, siempre cantaremos
“y el tañir de las campanas...”, al final del año y en el resto de él... porque
así es la poesía popular y así es la lengua.
En el fondo está la lengua. Como habrán imaginado, elegí este verso de la música popular venezolana para despedir el año 2021 conversando con ustedes sobre la lengua. Yo también creo es “extraño que se vaya tan ligero”, sus días “transcurrieron en tropel”, hasta “me parece que fue ayer” cuando publicamos aquel número 338. Tal como me pasa siempre, a pesar de todo, me estaba acostumbrando a él. Me provoca cantarle, con Maracaibo 15:
Cuando suenen las doce campanadas
y todo se convierta en alegría,
levantaré mi copa a tu salud,
deseando que regreses algún día.
emalaver@gmail.com
Año IX / N° CCCLXXIV / 31 de diciembre del 2021
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