lunes, 27 de mayo de 2019

Antier, antes de Cristo [CCLXII]

Edgardo Malaver



Rod Taylor ensaya como ir al pasado en La máquina del tiempo (1960),
basada en la novela de H.G. Wells



         El día 12 de mayo, Adrianka Arvelo republicó en su muro de Facebook un letrero tomado del de alguno de sus amigos que decía, más o menos: Amo a la gente que dice “antes de ayer” para hablar de todo lo que pasó antes de 1990. (El post ha sido eliminado, no puedo citarlo con precisión.) Yo le comenté a Adrianka: “Pero ‘1990’ es antes de ayer”. Naturalmente, el autor del letrero piensa que 1990 está más allá del Fiat lux; a mí me parece que fue ayer.
         No quería hablar más de esto, pero después de eso, varias personas me han preguntado y algunos parecen no haber entendido la respuesta. Es muy sencillo. Tanto, que a mí no tuvo que explicármelo nadie. Si yo pude, con las solas insinuaciones de las palabras, todos pueden.
         Seguramente en un esfuerzo por ser más papistas que el papa, es decir, queriendo ser más correctos que la corrección, quizá intentando no incurrir en el supuesto barbarismo de antier, muchas personas dicen antes de ayer en lugar de anteayer, pero entonces cometen un error que no es lingüístico sino lógico. (Ah, por esto no nos hace falta que nos expliquen.) Antes de ayer no es anteayer.
         Antes de ayer abarca, como se ve, todo el tiempo que transcurrió antes del día de ayer. Como hoy es 27 de mayo del 2019, ese antes de ayer, dicho hoy, incluye toda la historia anterior al día 26 de mayo de este año.
         Anteayer es otra cosa. Aunque anteayer, lógicamente, también ocurrió antes de ayer, se refiere únicamente a ese período de 24 horas transcurridas antes, inmediatamente antes, del día de ayer, domingo 26... pero sólo el día entero del sábado 25, si uno está ya en “territorio” del lunes 27, claro.
         Antes de ayer fue el nacimiento de Galileo, la multiplicación de los panes, la aparición de los protozoarios e, incluso, aunque cueste imaginar cómo fue, el Big Bang. Anteayer fue sábado 25 de mayo y yo vi Coco por décima cuarta vez con mi hija menor. También fuimos a visitar a su prima Sofía y comimos empanadas. No cabe mucho más en un solo día.
         En todo este asunto, creo yo, lo verdaderamente bello es el adverbio antier, que es por lo que ustedes se pusieron a leer este artículo. Antier es simplemente la forma corta, abreviada, apocopada, reducida, informal, antigua de anteayer. No sé si hay nada más que decir. ¿Que si podemos usar antier? No veo por qué no. Ni siquiera entiendo por qué preguntarse. Cada quien tiene libertad lingüística, lo mismo que libertad política, económica, etc. ¿Que no es apropiado en todos los contextos? Igual que todas —¡todas!— las palabras del mundo.
         Ustedes están pensando que antier también señala un pasado no tan cercano como hace dos días. En La Venezuela de Antier (y en su nombre), uno sabe que se trata de la Venezuela de mucho antes que hace 48 horas. Sí, tenemos claro que hay ahí una metáfora, una hipérbole de ‘pasado’, un pasado que, aunque lo parezca, tampoco es tan lejano. La Venezuela de Antier podría llamarse, sí, “La Venezuela de Anteayer”, pero perdería la gracia de lo popular, ya casi no sería una metáfora. Y además sería una soberana chapuza, como dirían en Madrid, llamar por un nombre tan refinadamente formal un espectáculo tan encantadoramente rural.
         Lo más delicioso es que aunque en el habla popular venezolana antier se refiere denotativamente a hace dos días, puede significar también, connotativamente, ‘antes de Cristo’, ‘hace muchísimo tiempo’, facultad de la que carece anteayer, por más formalidad adverbial que exhiba. No hay manera, aunque no se ponga mucha atención, de confundirla con otro adverbio.
         En suma, siempre que uno retrocede 24 horas en el tiempo, se encuentra con un día que, desde la perspectiva del presente, llamamos ayer. Cuando retrocede 48, nos vemos en un día que llamamos anteayer (Cervantes decía antier, pero mi mamá también lo dice hoy en día).
         Anteayer (y antier) es un día; antes de ayer es la vastedad de un conjunto abierto e incalculable en el cual cabe toda la historia del hombre y del mundo, menos el día de ayer y lo que llevamos de hoy. Si usted tiene dudas acerca de cuándo usar uno u otro, pregúntese si sabe con precisión cuánto tiempo ha pasado desde que sucedió lo que va a contar. Si no es capaz de saberlo aunque sea vagamente, fue antier, ni un minuto más ni uno menos.

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXII / 27 de mayo del 2019




lunes, 20 de mayo de 2019

Animales y lengua humana (II) [CCLXI]

Edgardo Malaver


 
Jóvenes Salmonellas typhimurium juegan animadamente
a pocas micras de su... colonia


         Así como, en apariencia pretenciosamente, hemos puesto a muchas partes del cuerpo humano nombres diferentes de los del cuerpo de los animales (ver Ritos CCXLVIII), también hemos asignado nombres más bien particulares a las agrupaciones que naturalmente forman los animales, que casi siempre son familias, para decirlo con una palabra bastante humana.
         ¿Cómo se llaman los grupos de animales, es decir, cuáles son los sustantivos colectivos que se utilizan para llamarlos? Los hay que parecen haber sido creados sólo para nombrarlos, pero otros son harto curiosos porque provienen de otros campos del conocimiento. Por ejemplo, los enjambres de abejas, las jaurías de perros, las recuas de mulas, las piaras de cerdos, las parvadas de cuervos, las manadas de elefantes (o de cualquier otro mamífero) parecen nombres curiosos, sí, porque no son tan frecuentes, pero bastante regulares si pensamos en la idílica idea de que cada cosa merece un nombre exclusivo. Claro que jauría, recua e incluso piara se sienten despectivos, ruidosos y malolientes.
         Lo curioso son los otros, los que provienen de otras áreas. Es sencillo suponer, por ejemplo, que el nombre colectivo bandada de aves proviene del sustantivo banda, que implica, en cualquier otro campo, un contenido plural, como en banda de músicos o de ladrones. Una bandada es más abundante, está claro. Pero pensemos en banco de peces, hato de vacas, colonia de hormigas, camada de gatos: son unos préstamos evidentes y hasta graciosos, si nos detenemos a bien mirarlos. ¿De donde proviene la pluralidad de banco cuando se refiere a los peces? ¿De las monedas que se guardan en las instituciones financieras? ¿No son estas más recientes que las especies marinas? Cardumen resuena como más antiguo, ¿verdad?
         Quizá por esa misma razón hato, que son numerosas ramas unidas por una misma cuerda, señale la pluralidad de hato de ganado. Pero ¿cómo es que camada y colonia son plurales? ¿Derivan, respectivamente, de cama y de Colón?
         La que podríamos escoger como la joya de la corona son los placeres de perlas, que ni de cerca ni de lejos lucen relacionados con los criaderos de estas gemas, formados por ostras, que pertenecen al reino animal. Como la palabra placer también indica numerosos grupos de otros seres del mar, lejanamente se ve una relación con la satisfacción que produce alimentarse. Sin embargo, es una relación remotísima.
         Y los grupos humanos, ¿cómo se llaman? Sin reflexionar mucho deducimos que hay más sinónimos que grupos. Existen, por ejemplo, gente, sociedad, nación, clan, estirpe, casta, familia, hogar, matrimonio, prole, linaje, parentela, equipo, peña, grupete, harén, tropa, pelotón, tripulación, tribu, comunidad, asociación, colectividad, hermandad, cofradía, gremio, círculo, colegio, sindicato, partido, municipio, distrito, raza, etnia, gueto, patota, infancia, juventud, población, ciudadanía.
         Los seres humanos se creen, o se saben, especiales. No han desistido desde antiguo de la actitud de ponerle nombre a todo, actitud que es a la vez clasificadora y creativa. Ah, del mismo ánimo de clasificar y nombrar parecen proceder la ciencia y el arte. Y proceden, lógicamente, también, de la facultad de traducir el mundo material e inmaterial a su posesión más poderosa: la lengua.

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXI / 20 de mayo del 2019




Otros artículos de Edgardo Malaver:

lunes, 13 de mayo de 2019

Yo materno [CCLX]

Sara Cecilia Pacheco


 
Madre y niño (1980), de Baltasar Lobo, en Zamora, 
España (foto: IRM)



         Hay realidades que están representadas por más de una palabra en nuestra lengua MATERNA. Hay para ciertas situaciones muchos sinónimos, muchos eufemismos, y para ciertos fenómenos como los colores hay palabras hasta para los matices; pero hay realidades que se quedaron huérfanas. Algunas veces pasan generaciones de hablantes sin que nadie se dé cuenta de que hay vacíos o faltas en el vocabulario. Desde hace pocos años noto cierta inquietud, por ejemplo, para darle nombre a la madre que pierde un hijo, porque un huérfano es quien se ha quedado sin al menos uno de sus padres y hasta hay una distinción: huérfano de madre y huérfano de padre. Sin embargo, si un padre o una madre o ambos pierden un hijo, sea un bebé, un niño o un adulto, falta en la lengua española una palabra para explicarlo o explicarse. Quizá no la haya porque es poco natural y permanece inexplicable.
         Yo crecí escuchando frases como “Padre es el que cría y no el que engendra”, “Padre puede ser cualquiera, madre hay una sola”. Siempre me quedaron resonando como algo que no estaba bien decir aunque todos lo repitieran mucho. Yo creo que hay en ellas unas huellitas de machismo, no lo tengo claro. Desde hace unos años, al menos diez, cuestiono que el Día de la Madre sea una celebración de bombos y platillos, mientras que el del Padre, al menos en las redes sociales, es un día para reclamar, quejarse, mostrar el resentimiento... y volver a sacar esas frasecitas. De allí que yo empezara a reflexionar sobre si el Día de la Madre es el día de la que engendra o de la que cría. Muy poca gente parece poner en entredicho a las madres, nadie las clasifica entre las que crían y las que engendran. Y es entonces cuando criar empieza a sonarme feo como debe sonarle feo a la gente que escribe sobre maternidad, paternidad y crianza.
         Desde hace unos seis años, que me dedico a leer sobre esos temas, conozco un verbo hermoso: maternar, que como suele suceder con las lenguas, nace ante una necesidad de una comunidad y poco a poco se cuela entre los hablantes. Si tiene éxito y de verdad viene a llenar un vacío, nombra una realidad que existe sin nombre, sin partida de nacimiento, entonces saldrá de su comunidad y llegará a más y más hablantes. A partir de entonces, la Academia habrá de reconocerla, eso si no muere prematuramente.
         Maternar viene a llenar ese vacío que hay entre parir, dar a luz, alumbrar, dar vida (miren cuántos nombres para una realidad) y críar.  Maternar, según lo que he leído, es entregarse. Es ir más allá de alimentar, es consolar, abrazar, escuchar y volver a escuchar, contener, estar, y para muchos incluye jugar. Es también llorar con los maternados. Maternar para mí es convertirse en refugio y en mago. Es reír y reír mucho y fuerte. No es solo como criar, que me parece que solo se refiere a hacer de un bebé un adulto. No. Maternar es para toda la vida e incluso después de la vida para los que creemos. Maternar no excluye a quien no amamantó o no parió o no concibió. Se pueden maternar hermanos, sobrinos, nietos o huérfanos desconocidos.
         La palabra maternar ya nació pero aún la Real Academia de la Lengua no le da la partida de nacimiento, no la reconoce, quién sabe si no la conoce, y no por eso vamos a dejarla huérfana. Maternar vino para llenar un vacío, para darle nombre a aquello que han hecho nuestras madres por nosotros, independientemente de cómo llegaron a ser nuestras madres. Sabemos lo que hay que hacer con esa palabra para que siga viva: maternarla.
         Deseo de todo corazón que todas aquellas que maternan hayan pasado un muy feliz Día de la Madre.

sarace.pacheco@gmail.com



Año VII / N° CCLX / 13 de mayo del 2019




Otros artículos de Sara Cecilia Pacheco:

lunes, 6 de mayo de 2019

¿Quién es la viudita, la hija del rey? (II) [CCLIX]

Edgardo Malaver



La ronda (1967), de Francisco Narváez. 
Plaza Bolívar de Porlamar



[Sigo, sin preámbulo, donde lo dejé la semana pasada]
         Una versión argentina (o más bien el verso final de una variante que se canta en Argentina) parece poner las cosas “en su santo lugar”, es decir, en manos del caballero, cuando cierra diciendo: “Con esta señorita me casaré yo”. Ésta confirma la hipótesis de que la joven no es princesa y mantiene la visión de que, en la sociedad y la época en que ha nacido el texto, el varón escoge mujer y no viceversa. ¿Qué tendría que decir este verso para que, sin alterar ritmo, rima y melodía, esta manifestación de la literatura oral diera señas de unas condiciones diferentes?
         Ya que hablamos del último verso, hablemos también del primero. Un rasgo bien curioso de la canción es el hecho de que comienza con la expresión arroz con leche, e inmediatamente, a mitad de verso, el muchacho cambia al tema que le interesa: su urgencia de casarse. ¿Qué tendrá que ver lo que luce (y casi sabe) como un postre tradicional con semejante situación? En realidad, no es tan difícil de adivinar, pero no queda uno muy satisfecho con la coherencia textual. Al remitir el término arroz con leche al campo de la gastronomía, no cuesta nada pensar que el caballero que busca esposa en la canción, recién salido de la Edad Media como está, también quiere tener en casa una cocinera. Y esto forma una cohesión clarísima con la mesa que la novia ha de saber poner en su santo lugar.
         Estirando un poco el alcance de las metáforas, puede pensarse también en una referencia a la pureza de sangre que, alrededor del siglo XVI, era imperativo conservar en las uniones matrimoniales. En este caso, el mozo caballero, que es blanco, metaforizado en la imagen del arroz, debe casarse con una doncella igualmente blanca, como la leche.
         Existen, a pesar de todo esto, versiones más bien revolucionarias en las cuales la joven, cual Marcela cervantina, lleva las riendas de su vida y aparece con una imagen incluso liberal, o así lo hace parecer el coro. En una de estas variantes, titulada La viudita del conde Laurel, durante el juego la niña que representa a la viudita canta que quiere casarse, a lo que el resto de los niños le responde: “Si quieres casarte y no encuentras con quién, pues escoge a tu gusto que aquí tienes cien”. La respuesta es tan liberal, que suena más contemporánea de lo que debe ser. Por cierto, el personaje masculino no tiene cabida en esta versión, que también es quizá la única que habla de “un beso en tu linda boca”, no está claro de quién.
         Al final de todas estas elucubraciones, descubrimos que, como en la viña del Señor, en este asunto hay para todos los gustos. Al final, la literatura “erudita” también sale favorecida, puesto que la diversidad de versiones orales da lugar a múltiples manifestaciones escritas. Federico García Lorca, tan formal y popular al mismo tiempo, nos dejó entre sus páginas su propia versión del drama de la viudita en su poema “Balada de un día de julio”, de 1919:

(...)
—¿Quién eres, blanca niña?
¿De dónde vienes?

—Vengo de los amores
y de las fuentes.

Esquilones de plata
llevan los bueyes.

—¿Qué llevas en la boca
que se te enciende?

—La estrella de mi amante
que vive y muere.

—¿Qué llevas en el pecho,
tan fino y leve?

—La espada de mi amante
que vive y muere.

—¿Qué llevas en los ojos,
negro y solemne?

—Mi pensamiento triste
que siempre hiere.

—¿Por qué llevas un manto
negro de muerte?

—¡Ay, yo soy la viudita,
triste y sin bienes,
del conde del Laurel
de los Laureles!
(...)

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXIX / 6 de mayo del 2019