Siempre
compadezco a los muchachos que estudian bachillerato en China. Tienen que
estudiar lo mismo que tenemos que estudiar los demás, pero con profesores que
les exigen una disciplina mayor —es la reputación de los maestros de aquel lado
del mundo— y, además, con clases de historia nacional que abarcan más de 5.000
años. En Venezuela, es poco lo que hay que estudiar antes de la llegada de
Cristóbal Colón. Y de Colón en adelante, acabamos de pasar los 500 años, de los
cuales los atractivos son los últimos 200. Pan comido para los chinos, cuya
historia en realidad comienza mucho antes del nacimiento del Hombre de Pekín.
Sin
embargo, basta decir la palabra chino
en cualquier otro lugar del mundo para que se abra en todas las imaginaciones un
anchísimo abanico de connotaciones, cuando menos, burlonas, discriminatorias,
peyorativas. ¿Qué han hecho los chinos para merecer semejante fama?
Para
merecerlo, en realidad no han hecho nada, pero como han hecho tantas cosas,
cualquiera se “confunde”. Han estado presentes y activos en tantos campos que
se les atribuye la invención de la tinta, del papel, de los espaguetis
(¡gracias!), de la brújula, del sismógrafo, de la pólvor... ¡Ah!, tan bien que
íbamos. Es entonces cuando nos vienen a la mente los errores y fechorías de la
minoría china que, como en todas partes, siempre se va por el camino fácil.
La
lengua sola nos muestra la foto de lo que pueden haber hecho o dejado de hacer.
La principal acepción despectiva se refiere a la lengua precisamente: hablar en chino significa hablar de modo
incomprensible; un cuento chino, como
dice el diccionario, es un embuste. En Cuba, chino aparece en expresiones que se refieren a cualquiera que se
deja engañar con facilidad, que no entiende lo que dice o lo que está
sucediendo, que preocupa u ofusca a otra persona, que complica mucho las
situaciones o que tiene mala suerte; incluso es sinónimo de varicela. En Ecuador, chino es el habitante de los “barrios
bajos”. En Venezuela, puede significar ‘desnudo’ y la naranja china es la mandarina (también en Puerto Rico). Una
acepción de la que me entero hoy leyendo el diccionario es que en algunos
países el barrio chino es aquel donde abunda la prostitución.
Por
otro lado, algunas acepciones parecen implicar inteligencia (aunque no en
primer plano): las chinas se llama a
ese “juego que consiste en tratar de
adivinar el número total de monedas que esconden los jugadores en el puño”;
cualidades curativas, como el caso de ciertas raíces;
ingenio artesanal, como el colador en forma de embudo o la porcelana. Una labor
muy compleja o que requiere mucha paciencia o es cosa de chinos. Nadie se acuerda de la pasmosa sencillez de los
papagayos.
Últimamente,
acusan a los chinos de haber creado el coronavirus de moda; lo más sano que se
oye es que todo lo hacen de mala calidad, pero cuando se les ocurre crear un
virus que se toma apenas 14 días en matar a su huésped, ese invento sí les sale
bueno y resistente. Y como en Wuhan ya no hay cuarentena, muchos están celosos.
No puede usted creer —¿cómo es posible que haya que repetirlo?— que la
expresión virus chino significa que
los respetables hermanos chinos son culpables de la actual pandemia. Muchos,
sobre todo en las redes sociales, no logran desprender las palabras de sus
prejuicios en contra de sus semejantes. Alguna gente es más saussureana que
otra.
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Año VIII / N°
CCXCVII / 30 de marzo del 2020