Edgardo Malaver
Barquisimeto,
como lo conoció Magdalena Seijas. Foto cortesía de Luis Alberto Perozo |
La semana pasada, cuando mi
amigo Sérvulo Uzcátegui volvió a las páginas de Ritos de Ilación, como
casi siempre, con reflexiones literarias, se me antojó que yo debía hacer lo
mismo. Y para que hubiera alguna diferenciación entre nosotros, pensé que si él
hablaba de autores hiperconocidos como Teresa de la Parra y Julio Garmendia, yo
iba a escoger alguno de tantos cuyos nombres nadie recuerda. Y fue así como,
escarbando entre mis anotaciones, volví a dar con una mujer del siglo XIX que,
a pesar de los obstáculos, se las arregló para dejarnos silenciosas evidencias impresas
de su existencia.
La escritora Magdalena Seijas,
según Rafael Ángel Rivas y Gladys García Riera, nació en Barquisimeto un día
que no ha quedado anotado, tan poco se sabe de ella. En alguna época, sin embargo,
una calle de la ciudad ha llevado su nombre. Si usted desea ir del Instituto
Universitario Jesús Obrero al restaurant La Flaca Fast Food, que está tres
largas cuadras más allá en la calle 54, puede caminar hacia el este por la carrera
22-A, que antes de llamarse así, se llamó Magdalena Seijas. También existe un
auditorio Magdalena Seijas en el Instituto Pedagógico de Barquisimeto.
Seijas escribió al menos cinco
novelas, según el diccionario de Rivas y García Riera: Aves sin nido
(1903), Amor y fe (1904), Raquel (1905), Un rayo de sol (1907)
y Flor de martirio (1920). En 1919, un año antes de su muerte, publicó también
una obra epistolar titulada Aventuras de dos muñecas, título que insinúa
al mismo tiempo narración y poesía. Como ensayista, publicó en 1902 Responsabilidad
de las madres.
No parece haber —debo
seguir investigando— libros de cuentos de la autora, pero Rafael Fernando Seijas
(1845-1902) incluye un cuento suyo en el célebre Primer libro venezolano de ciencias
y bellas artes, de 1895. El cuento, a la vez breve y contundente, se titula
“Cosas del tiempo”, y su protagonista, Consuelo, que de principio a fin del relato
está sentada frente al espejo, aparece como un retrato la mentalidad que la
época imprimía en las jóvenes y que las hacía incluso verse a sí mismas como
meras imágenes superficialmente bellas, pero totalmente inútiles para otros
fines, ni siquiera para el crecimiento de su propio ser interior.
Seijas narra serenamente, describiendo
a su personaje solamente en aquellos detalles que conciernen a su belleza
física y el esmero que constantemente pone en acentuarla y hacerla visible y,
con el paso de los años, en mantenerla a flote cubriendo las fallas, hasta que
sufre la cruel derrota del tiempo y la decadencia natural de los cuerpos.
Consuelo descubre, después de una vida de mirarse al espejo y esperar que su
belleza atrajera a alguien, que todo ha sido un engaño y que ha perdido el
tiempo. No le queda nada más que llorar, y también con esa sensación del
fracaso más nítido se queda el lector, que se pone de su lado, pero no puede
hacer nada por las mujeres del pasado. A pesar de esto, el relato, como toda
obra de arte concebida con el ser humano en el norte, nos trae al presente para
revelarnos su poder persuasivo y su imponderable belleza.
Conocía este texto desde hace unos meses,
pero hace unas tres semanas me tropecé con una nota de El Cojo Ilustrado
resucitado por Twitter, donde ponían un
texto firmado por Magdalena Seijas y aparecido en la revista en 1896. El texto,
brevísimo y exquisito, se titula “El ideal”, y cabría perfectamente en lo que hoy
llamamos prosa poética. José Antonio Ramos Sucre (1890-1930), que con
justa razón goza ahora de la fama de cultivar como un dios esta forma de hacer poesía, tiene que haber bebido, a pesar de ser más joven, de
la misma fuente que Magdalena Seijas. Donde Ramos Sucre dice, en “Preludio”
(1925):
El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta
mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado de brazo con la muerte. Ella es
una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar
de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la
ofendida belleza ni el imposible amor,
ya Seijas había dicho, en “El ideal” (1895):
Yo haré solitaria el viaje de la vida, pues sin ti
todo me lastima, pero en las noches silenciosas, si oigo un arrullo que no es
ni el gemir de la torcaz ni la queja del aura en la espesura, ¡creeré que es tu
voz que remeda un nombre que no puedo descifrar!
Donde Ramos Sucre
dice:
...de tal
modo que este será el epitafio de nuestro idilio y nuestra existencia: pasaron como
sonámbulos sobre la tierra maldita...,
Seijas ha dicho:
el hombre
también perece cual la flor, y sólo quedan en el corazón huellas de recuerdos o
sobre las tumbas epitafios que nadie lee...
A estas alturas no puedo esconder que
estoy sencillamente encantado con la desconocida Magdalena Seijas.
Hace unas horas encontré una revista
mexicana de 1902 en la que aparece una historia firmada por ella. Sé que es la
misma de Barquisimeto porque comienza hablando del “caudaloso Santo Domingo”,
que corre de Mérida a Barinas para unirse al río Apure. “La loca del cacaotal”,
que tiene una prosa por momentos sencilla, por momentos profunda, pero siempre armoniosa,
trata, como los otros dos cuentos, del amor, de la vida y de la vida ingrata de
las mujeres en un mundo injusto. Zuna es una esclava de 19 años que ha decidido
dejar de alimentarse para acabar con el sufrimiento de haber perdido a su hijo
y de haber sido separada de su África natal, donde ostentaba el rango de princesa.
Aunque su ama, Josefa, se empatiza con ella y le da comodidades para que
recupere el deseo de vivir, Zuna enloquece y sólo llega a alcanzar la felicidad
gracias a la muerte.
A este ritmo, posiblemente para
diciembre pueda armar un libro de cuentos dispersos de Magdalena Seijas. Necesito que pronto vuelvan a abrir las bibliotecas
nacionales para ir a buscar las novelas. Si alguien del respetable público
tiene noticias de alguno de los libros de esta joya larense y venezolana, qué
bueno sería escucharlas. Quiero un libro de Magdalena Seijas.
emalaver@gmail.com
Año X / N° CCCLXXXII / 14 de marzo del 2022
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