Edgardo Malaver Lárez
Parece
una base robada del Caracas en el 2019.
Foto: Últimas Noticias
Una vez tuve
que irme en ferry para Margarita y no descubrí sino en el momento de sentarme
que no había llevado para leer ni un pedazo de papel con un número de teléfono.
Mirar el mar puede ser placentero, pero la mente humana no está preparada para
tanta filosofía después de veinte minutos. La tercera vez que entré para
sentarme en mi asiento, antes de quedarme dormido, mis ojos se detuvieron en el
letrero de la puerta de baño de mujeres. “La palabra Damas allá adelante”,
escribí imaginariamente —porque tampoco llevaba conmigo ni una punta de lápiz
con que anotar ni mi propio nombre—. “¿Cuántas palabras salen de una palabra
tan simple? Da, ama, amas, mas, as. Y quién
sabe si salen más, y yo, a pesar de enfrentarme apenas a cinco caracteres (o
cuatro, si no cuento dos veces la a), no soy capaz de verlas”.
Ciertamente.
Hay una más: dama, pero esta la vi después de varios minutos. La “norma”
para descubrir numerosas palabras dentro de una palabra dada, en ese momento
inicial de lo que para mí ha sido un juego frecuente después de ese día, era escoger
únicamente las letras sucesivas que formaran otra palabra, aunque su
significado no tuviera nada que ver con la original, sin saltarse ninguna letra.
Si era necesario eliminar una letra para construir una palabra más larga, esa
no valía. O mejor lo digo en presente, porque he estado jugando este juego, la
mayoría de las veces en silencio y a solas en el auditorio de mi mente, desde
aquella época, y miren que no viajo en ferry desde hace más de 25 años.
Sin
embargo, es un juego fantástico para jugar con los niños, por lo menos con los
que ya han comenzado a aprender a leer y escribir, con los que no han entendido
que esto de leer y escribir no es un asunto que limita a la escuela, sino que
lo necesita hasta para caminar por la calle, aun tomado de la mano de su madre.
Vamos a jugar un poquito. Díganme una palabra. ¿Qué?, ¿serotonina?
Caramba, qué rebuscados son ustedes. Pero muy bien, serotonina. Podemos leer,
en primer lugar, se, pero también, con un poco de picardía, ser, roto,
Otón, Toni, Nina y hasta una expresión andaluza: ni na.
Siempre se nos escapa alguna y en una segunda mirada, uno encuentra otras: ero,
los prefijos sero- y eroto-, ton y quién sabe si hay más.
(Intenten defender la palabra rot, digan que es letra cirílica, quién sabe
si se la aceptan.) (No, no sé qué significa, en ese momento escondan el
diccionario.) Pues miren, al principio pensé que serían muy pocas. Uno puede
elegir, si va a jugar en serio y compitiendo de verdad, si le asigna puntos a
esta o aquella consonante, a la longitud de las palabras identificadas (número
de sonidos o de sílabas), a la cantidad palabras, a la categoría gramatical
lograda (o si cuentan las diversas categorías que puede tener una misma palabra),
etc.
Un detalle
que hay que acordar antes de comenzar el juego es si vamos a aceptar conjuntos
de dos o más palabras (o si van a tener menos o más puntuación que palabras
individuales). Imagínense que la palabra fuera bienmesabe, nomeolvides
o andaveidile. A alguna gente le tocan estas tres y arrasan en tres
rondas. También hay que acordar cómo vamos a elegir la palabra. Una forma
democrática y justa sería el azar (¡ja, ja, ja...!), es decir, algo así como
tener un diccionario cerca y que cada vez alguien abra el diccionario con los
ojos cerrados y señale, también con los ojos cerrados, una palabra en esa página.
Ya verán
que se aficionan y terminarán haciendo campeonatos en casa o en las reuniones
de amigos. Hasta donde yo sé, sólo un Caracas-Magallanes tiene la fuerza
suficiente para distraerlo a uno de este juego. Que lo disfruten.
emalaver@gmail.com
Año XII / N° CDLIII / 25 de marzo del 2024