Edgardo Malaver Lárez
Francisco
Herrera Luque, autor de En la
casa del pez que escupe el agua (1978) |
Si me pusiera en esta tarde de lunes, para
homenajear a mi abuela, que hoy cumpliría 101 años de edad, a enumerar las
expresiones graciosas, hermosas o sabias que decía cada día, se me acabaría la
semana sin que hubiera hecho otra cosa que narrar y narrar sus historias. Ya me
detengo bastante tiempo en ellas cuando hablo con mis hijas, con mis alumnos o
con parientes que, inocentes, a veces pisan la trampa de recordarla conmigo.
Una que recuerdo mucho, que, de hecho,
utilizo todos los días cuando me saluda alguien conocido, es estar más bien que
Gómez. Usted me llama por teléfono y me pregunta: “¿Cómo estás, Edgardo?”,
y yo respondo, como impulsado por un resorte: “¿Yo? Yo estoy más bien que Gómez”.
Comencé a escuchar y a repetir de mi abuela esta expresión hace mil años y fue
hace bastante poco que me di cuenta de que no dice “mejor”, sino “más bien”,
que algo tiene que significar.
La mayoría de las personas a quienes
les confío esta respuesta piensa que lo digo porque Gómez (Juan Vicente, 1857-1935)
“está muerto y yo estoy vivo”, pero casi no tiene nada que ver con eso. Digo casi
porque ciertamente, en la mentalidad popular, en la mente de todos, vivir es estar
“más bien” que estar muerto, pero, si la pensamos un poco, esta expresión nos
revela unas implicaciones políticas e históricas que no aparecen a primera
vista.
Nunca se me ocurrió preguntarle a mi abuela
lo que significaba estar más bien que Gómez, pero sabemos que, al llegar
al gobierno, incluso ya desde los tiempos en que no era más que la sombra de
Cipriano Castro (1858-1924), a Gómez comenzó a irle muy bien. Pasó de ser un hacendado
sin muchas pretensiones de una apartada provincia andina a ser el hombre más
poderoso y acaudalado de Venezuela; Gómez tenía tanto poder que ni siquiera se
sentía obligado (aunque sus muchas constituciones lo decían expresamente) a
residir en la capital de la república para gobernar. La fortuna de Gómez, que
según el historiador Ramón J. Velásquez (1916-2014) ascendía al final de su vida a
115.000.000 de bolívares, estaba diseminada por todo el territorio de
Venezuela. Además, lo que se le antojaba a Gómez, como si hubiera nacido de un
rey de la Edad Media, era ley irrefutable. O sea, no es difícil concluir que
cuando el dictador estaba en la cúspide de su poder, que entre abril de 1910 y el
día de su muerte en diciembre de 1935, fue todo el tiempo, nadie estaba mejor
que él.
En 1935, Juanita Lárez, mi abuela, era ya una muchacha grande. Sus mayores y el entorno de la familia, la gente en general, toda Venezuela, debía utilizar aquella expresión para significar ‘estar muy bien’, como hipérbole del bienestar que disfrutaba la persona cuya situación era insuperablemente mejor que la de todos los demás en todo el país. Ella probablemente la oyó decir desde su nacimiento, y la utilizó en su juventud, en los años en que yo era niño, durante mi adolescencia y más tarde, hasta que los sonidos abandonaron sus labios.
* * *
Llega alguien a casa por la tarde y le
pregunta a mi abuela:
—¿Cómo te has sentido hoy, Juanita
Lárez?
Y ella, margariteñamente, contesta:
—¿Yo? Yo estoy más bien que Gómez —y
agrega después de un segundo, con picardía—: Jodío está aquel a quien yo
le debo... porque este año no le puedo pagar.
emalaver@gmail.com
Año X / N° CCCLXXXIV / 16 de mayo del 2022