Edgardo Malaver Lárez
La zorra y el cuervo. Ilustración
de Arthur Rackham
para una edición de las fábulas de Esopo en 1912
Como todo
en la vida, la lengua tiene lo que podemos llamar sus ventajas y desventajas.
Nos permite comunicarnos, pero al mismo tiempo es también fuente de discordias
y desencuentros; con ella hablamos de amor, alabamos a Dios y sanamos las
heridas de nuestros seres amados, pero al mismo tiempo nos pone trampas para
que insultemos a nuestros amigos, para maldecir y para humillar a nuestros
padres. La lengua es el clavel de nuestro jardín y la herida purulenta en
nuestro costado. La lengua es lo mejor que tenemos y lo peor que tenemos,
diría Esopo.
En el nivel
pragmático de la lengua, es decir, en lo que atañe a la comunicación efectiva, a
cómo se convierte en hecho en la vida cotidiana, si es que llega a hacerlo,
aparece a veces el obstáculo de que uno puede desear decirle a alguien algo que
no desea que una tercera persona, también presente, escuche o al menos entienda.
Es un obstáculo para la cortesía, sobre todo. Puede nacer en ese momento un
conflicto si llamamos las cosas por su nombre y eso termina afectando la imagen
positiva que tiene el tercero de sí mismo. Y en ese momento viene la
imaginación en nuestro auxilio. Todos hemos oído a alguna madre hablar con una prima
o una amiga frente a su niño que, aunque pequeño, está en capacidad de entender
lo que se dice —¡y los niños siempre estamos atentos a la voz de nuestra madre!—,
y cuando va a mencionar un detalle delicado, dice: “Lo que pasa es que el
que te conté no puede ver la cebolla ni escrita ni pintada”. Es, ya sabemos,
la alusión más clara que conocemos en español. Uno casi nace conociéndola, pero
las madres siguen usándola.
Existen otras
mil formas de hacer eso, a veces en broma, otras para evitar avergonzar al otro
(o para avergonzarlo), e incluso, cuando ya todos saben a qué o a quién se refiere
uno, simplemente para mencionar al otro con humor. Sin embargo, no conozco forma
más graciosa de hablar de alguien sin mencionarlo que los venezolanísimos Esteban
de Jesús y Estelita del Llano. Estos dos nombres son simplemente eufemismos
con apariencia de nombres reales, por lo menos posibles, equivalentes a este
y esta, que pueden sonar bastante descorteses si uno los usa delante de
los aludidos. Deben haber sido ingeniosos al principio —quién sabe cuándo sería—,
pero hace mucho tiempo que ya todos sabemos a quiénes se refieren.
También
durante mucho tiempo he pensado que el “epíteto” Estelita del Llano
tendría que haber nacido de la fama que en algún momento tuvo la artista
venezolana conocida con ese nombre. Es comprensible que haya sido desde entonces
la fachada del pronombre esta cuando el chismoso sentía el peligro de
ser descubierto hablando de una mujer en su cara. Sin embargo, nunca antes supe
si había aparecido antes la artista o la expresión. Y como no tenía noticias de
ningún famoso llamado Esteban de Jesús, siempre pensé que la versión masculina
del “apelativo” simplemente derivaba de su semejanza con una forma frecuente de
poner nombre a los varones en Venezuela.
A pesar de
esto, uno hace bien en no darlo todo por sentado, y hoy que pensé en escribir
sobre ese fenómeno, descubro, primero, que Estelita del Llano es un seudónimo y,
después, que Esteban de Jesús era el nombre real, aunque yo no había
oído nunca ni una sílaba sobre la persona que lo llevaba.
La cantante
y actriz venezolana Estelita del Llano en realidad se llama —porque aún vive—
Berenice Perrone Huggins, y nació en Tumeremo el 28 de septiembre de 1937. Cantó
por primera vez en público en 1960, en un concurso radial, que ganó y después
del cual la emisora hizo una encuesta para ponerle seudónimo a la nueva
artista. Desde entonces grabó 21 discos de boleros que ahora son conocidísimos
en toda América Latina. En 1996 formó un exitoso grupo con las célebres Mirla
Castellanos, Mirtha Pérez, Neida Perdomo, Mirna Ríos y Floria Márquez y con
ellas recibió el Premio Casa del Artista al cantante del año. Hasta la primera
década del siglo XXI estuvo activa en la música y la televisión, siempre fiel al
género que la llevó a la fama, el bolero.
Mientras
tanto, el boxeador puertorriqueño Esteban De Jesús, nacido en Carolina el 2 de
agosto de 1950, andaba buscando y conseguía la oportunidad de enfrentarse al
legendario campeón panameño Roberto Durán, apodado Mano e Piedra, que no
había perdido un combate en toda su carrera. El 17 de noviembre de 1972 De
Jesús se convirtió en el primer hombre que logró derribar y vencer a Durán. Su
nombre tiene que haber cubierto cientos de metros de papel periódico en
aquellos días y en los años siguientes, cuando los dos peleadores volvieron a enfrentarse
en Panamá y en Las Vegas. De Jesús murió de sida en 1989 mientras cumplía una
condena a cadena perpetua por homicidio con el agravante del consumo de heroína.
Durán estuvo entre los pocos que fueron a despedirse de él días antes del final.
Todo esto
me hace concluir que Esteban de Jesús y Estelita del Llano, sobre
todo por sus coincidencias fonéticas, pueden haber surgido en la época de mayor
popularidad de la cantante y el atleta: los años 60, 70 y 80. Quién sabe si se utilizaban
antes (o si brotaron simultánea o consecutivamente), pero con semejantes
historias detrás, palidecen las otras hipótesis. Si me equivoco, ojalá que
aparezca pronto quien me corrija.
emalaver@gmail.com
Año XII / N° CDLX / 13 de mayo del 2024