Edgardo Malaver Lárez
Aquel
círculo, sus lagos y pulpos... Nocturno-luna (1917),
de Armando Reverón
En agosto del 2016, durante las
Olimpíadas de Río de Janeiro, publiqué en Ritos de Ilación un artículo
titulado “Los Juegos Olímpicos como pluralia tantum”.
Ya habrán adivinado que trataba de ese numeroso grupo de sustantivos que, en
español, aunque se refieran a un solo objeto, permanecen en plural contra
viento y marea. Y, extraño como los pulpos que habitan los lagos de la luna, no
se me ocurrió nunca hasta hoy escribir sobre su “antónimo” sintáctico, los
sustantivos singulares que persisten en ser singulares, nombres de cosas que tercamente
insisten en ser una sola en la vida.
Se dieron cuenta ya también de que este
grupo se llama sigularia tantum, es decir, “todos singulares”. También
pueden llamarse singulares inherentes, porque son inherentemente
singulares, perdonen la obviedad. Miren ustedes los puntos cardinales: nos
volveríamos locos si hubiera dos sures —algunos políticos de izquierda perderían
la mitad de sus ideales—, no habría barco que no se extraviara en el mar si hubiera
dos nortes, las películas de vaqueros quizá ni habrían aparecido en la
historia si hubiéramos tenido dos oestes, y el sol no sería tan
confiable cada mañana si hubiera dos estes o más.
En suma, están por los cuatro confines
de la tierra, pertenecen a nuestro mundo cotidiano. La sed, la salud,
la gravedad, que tenemos tan cerca, pertenecen a los singularia
tantum. Durante toda la vida nos movemos en este grupo de sustantivos, si
consideramos que infancia (y niñez), adolescencia —juventud
no—, adultez y vejez son siempre singulares. La gente muy generosa
(miren la palabra caridad), la que siempre deja para mañana lo que puede
hacer hoy (pereza), los que siembran (trigo, leña, perejil),
los que hacen mucho ejercicio (vigor), e incluso los que estudian la bóveda
celeste (cenit, nadir), todos ellos saben de lo que estoy diciendo.
El orden en que los presento puede parecer carente de nobleza, pero
tiene su importancia.
Algunas veces, algunos de estos nombres,
abstractos o concretos, pueden aparecer en plural, pero siempre está claro que
ha habido para ello un cambio de contexto, de concepción del asunto considerado
o simplemente de significado. Puede suceder que, pluralizados, estos
sustantivos se tornen poéticos, tangibles (o intangibles), prosaicos o
inimaginables. Algunos miembros muy mayores de mi familia, por ejemplo, si yo
les hablara de estas peculiaridades de las palabras, me contestarían: “¡Déjate
de calores, muchacho!”. Y me ofrecerían así un ejemplo de lo que les
digo. Gracias.
En definitiva, cada quien tiene una sola
fe, una sola tez, aunque no siempre un solo cariz. Idealmente,
nuestra mente tiene control de estas sutilezas, sea uno emisor o receptor del
mensaje. De la mayor o menor atención o capacidad de captarlas a la primera —presumo
yo— pueden depender la comprensión y los malentendidos... además de una montaña
de factores, claro.
De norte a sur, de este a oeste, del
mercado a la academia, el reino de los singularia tantum convive
entremezclado con el de los pluralia tantum para construir juntos el
edificio del habla cotidiana, cuyos bloques permanecen unidos con argamasa de poesía.
emalaver@gmail.com
Año
X / N° CDII / 7 de noviembre del 2022