Este virus (se) coronó hace más de 200 años. La coronación de Napoleón (1807), de Jacques-Louis David |
Se
sabe que en América Latina no somos monarquistas, nada de coronas, lo nuestro
son más las democracias demagógicas, las dictaduras. De hecho, creo que por esa
razón, el virus más famoso de este verano sureño no nació aquí.
Erróneamente
llamamos coronavirus al virus que
está a diario en las noticias a causa de su rápida manera de contagiarse. En
realidad se trata de un tipo de coronavirus, el COVID-19, que causa problemas
respiratorios y es altamente contagioso.
Los
coronavirus se llaman así por la forma de corona que tienen sus puntas, es
decir, tienen unas especies de coronitas en las puntas. Estas le permiten
adherirse mejor a la mucosa y llegar a los pulmones, donde se pueden replicar
con éxito.
En
este lado del mundo, coronas son las cervezas o las ínfulas que alguien pueda
tener: Cree que tiene corona. Como
verbo, tiene mucha riqueza. Mientras que en Venezuela coronar es tener relaciones sexuales en la primera cita, en Colombia
y Ecuador, coronar es llegar a tener relaciones sexuales, expresión que en Perú
sería más bien campeonar. A pesar de
esos matices, la acepción similar a estas que recoge el Diccionario de la Real
Academia es “Dicho de una persona: Engañar a su pareja con otra persona”. Asociado
a la carga semántica de sexualidad, se me ocurre que la reproducción sería
coronar a lo grande.
En
América Latina, no se puede asegurar que los sistemas de salud pública estén
preparados para controlar la mortalidad por virus ya conocidos. De modo que si
el COVID-19 llega a nuestras tierras, ¡corona!, y corona a lo grande, que es al
fin y al cabo el propósito de la vida de un virus.
sarace.pacheco@gmail.com
Año VIII / N°
CCXCIII / 2 de marzo del 2020
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