lunes, 18 de diciembre de 2017

De ‘pseudo-’ y otros prefijos [CLXXXV]

Ariadna Voulgaris


 
Amélie (Audrey Tatou) intenta comprender
la fascinación de su padre por los gnomos



         En mi artículo del 5 de septiembre del 2016 (Ritos CXXII), me disculpaba con los lectores por escribir la palabra pseudónimo “a la antigua”; afirmaba que existía una razón para ello, pero nunca la revelé. Hoy les confieso que no deseaba hablar de los pseudónimos, sólo era la introducción a mi verdadera intervención, que trataba de esos prefijos griegos que más parecen errores de tipeo que pedacitos de palabras.
         Con lo difícil que resulta aprender a leer y escribir y además tiene uno que apechugar con estos bichitos raros que llevan letras entrometidas donde no es lógico que aparezcan. Pseudo- es uno de ellos. En griego, literalmente, significa ‘falso’. Muy bien, si tenemos pseudónimo, sabemos que ese nombre no es el verdadero; si tenemos pseudopolítico, pensamos en algunos enanos que se visten de gigantes para entrar en los palacios de gobierno. El problema es la ortografía (palabra griega también, pero harto más recatadita): esa pe que se atraviesa antes de comenzar la palabra. Pasa con el prefijo ‘psico-’, que uno sabe que se refiere a todo lo de la mente, pero ¡¿por qué trae esa molesta pe delante?!
         Y el 16 de octubre de este año, Luis Roberts escribió, en la sexta entrega de su “Viaje a la RAE” (Ritos CLXXIV), que algunas palabras, principalmente griegas, que el español ha conservado, que él llama “grupos consonánticos cultos, pero silenciosos”, han mantenido “grupos de consonantes [que] son impropios del español: ftalato, gnomo, ptialina, psicología, psoriasis, dismnesia, ctenóforo, tsunami”. El profesor Roberts no ha hecho más que ahorrarme trabajo. Los ejemplos son, como dicen los españoles, impagables. Apenas si se me ocurre agregar ctónico, que aprendí un semestre que cursé Literatura y Vida en la Escuela de Letras, y mnemotecnia, que se ha estudiado aquí en Ritos.
         La explicación no puede ser más sencilla: los pueblos y las culturas de las que provienen esas raíces y prefijos asignan importancia y significación a tales sonidos; en cada lengua las sílabas se dividen de formas diferentes; en la oscura noche del origen de esas palabras, que bien puede ser el origen de esas lenguas, existía para los hablantes una identidad total entre esos sonidos y la cosa mencionada. Que tales combinaciones de sonidos hayan cruzado las fronteras de aquellos pueblos es señal de éxito, y que otros grupos humanos hayan adoptado tales significantes es señal de fortaleza del signo.
         Por otro lado, los cambios en la ortografía son pasos en la evolución de las lenguas vidas, de modo que no hay duda de que un día nadie recordará esas consonantes impertinentes que hoy todavía se atraviesan en algunas de nuestras palabras cotidianas. No hay que sorprenderse, aunque no es para nada despreciable el esfuerzo por conservarlas como parte de una tradición que hemos iniciado nosotros mismos. Todo lo que aprendemos a decir de niños y lo que aprendemos después es resultado de esa dialéctica entre lo antiguo y lo nuevo. Más vale aceptarlo, porque lo que pasó no se puede cambiar, porque todo eso representa belleza y riqueza para la lengua, y porque la lengua es indetenible.

ariadnavoulgaris@gmail.com



Año V / N° CLXXXV / 18 de diciembre del 2017



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