lunes, 2 de julio de 2018

Los colores del fútbol [CCXV]

Edgardo Malaver



 
El rey Pelé rodeado de sus padres (foto: Jaime Prado)




         En una torpe entrada en el área de peligro, voy a chutar contra una arquería que no conozco, defendida por un cancerbero que parece una muralla troyana, rodeado como estoy de jugadores que saben lo que hacen y delante de un público feroz que no me dejará escapar si fallo; pero nuestra estimada Laura Jaramillo, que sería algo así como nuestro director técnico si Ritos de Ilación fuera un equipo de fútbol, no me ha dado señales de hacia dónde dirigir el balón.
         Juego, además, para una selección que no está participando en el Rusia 2018. No es como la Blanquirroja peruana, que volvió esta vez después de nueve mundiales de ausencia; ni como la Marea Roja panameña, que debutó este año. Mucho menos como la Celeste uruguaya, que ha visto la película en primera fila 13 veces. No, la mía, la Vinotinto, tiene que seguir mejorando, pero sí tiene con ellas en común que su nombre proviene del color del uniforme.
         Pasa también con las selecciones de España, llamada la Roja; la de Argentina, la Albiceleste; las de Colombia y la de México, apodadas Tricolor. Y fuera de la lengua española, pero limitándonos a los equipos de este Mundial, la de Francia se hace llamar los Azules; la de Bélgica, los Diablos Rojos; la de Brasil, la Verdiamarilla (o Auriverde, que es más bonito); la de Japón, los Samuráis Azules. Los serbios se dicen las Águilas Blancas, y los nigerianos se sienten águilas también, pero verdes. Los grandes ausentes, Italia y Holanda, se apodan, como todo el mundo sabe, Escuadra Azurra y Naranja Mecánica, respectivamente.
         A no ser por los colores, por la curiosidad de estos nombres, por las evidentes ínfulas de fuerza física y nacionalismo intenso que me revelan (en algunos casos sólo sugieren), es muy poco lo que puedo decir de este o cualquier otro deporte (quizá del beisbol pueda decir más). Sin embargo, el Mundial de Fútbol, cada cuatro años, me renueva la sensación color de lluvia que da el mes de junio, que nunca logro sintonizar cuando no hay Mundial. Las nubes grises y una breve temporada de frío blanco me instalan, otra vez, frente al televisor con mi hermano para ver Argentina 78, el Mundial blanco y negro, y España 82, el Mundial amarillo, y México 86, el Mundial verde.
         ¿De qué color es el fútbol? ¿De qué color es el Mundial del 2018? Parece rojo, como Rusia, aunque, en general, el fútbol es azul. ¿Qué nos da esa sensación? ¿La televisión, los uniformes, las banderas? ¿Las palabras? Cuando Pelé, en 1982, contaba por RCTV sus recuerdos de mundiales anteriores, aprendí unas cuantas palabras en inglés, que luego descubrí que servían para nombrar cosas fuera del fútbol: corner, offside, shoot. El superlativo de adjetivo fuerte en español, fortísimo, lo aprendí de Pelé ese año.
         Otras y más significativas manifestaciones lingüísticas (y cromáticas) destacan en el vocabulario del fútbol y, en este momento, del Mundial, los nombres de los jugadores, por ejemplo; ojalá que, si no ha sido eliminado su favorito, Jaramillo, o algún otro de nuestros amigos, autores o lectores (¿Juan Sifontes, quizá?), se lance al verde césped para anotarse un tanto en la arquería polícroma de Ritos.

emalaver@gmail.com



Año VI / N° CCXV / 2 de julio del 2018




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