[Sigo, sin preámbulo, donde lo dejé la semana pasada]
Una
versión argentina (o más bien el verso final de una variante que se canta en
Argentina) parece poner las cosas “en su santo lugar”, es decir, en manos del
caballero, cuando cierra diciendo: “Con esta señorita me casaré yo”. Ésta
confirma la hipótesis de que la joven no es princesa y mantiene la visión de que,
en la sociedad y la época en que ha nacido el texto, el varón escoge mujer y no
viceversa. ¿Qué tendría que decir este verso para que, sin alterar ritmo, rima
y melodía, esta manifestación de la literatura oral diera señas de unas
condiciones diferentes?
Ya
que hablamos del último verso, hablemos también del primero. Un rasgo bien
curioso de la canción es el hecho de que comienza con la expresión arroz con leche, e inmediatamente, a
mitad de verso, el muchacho cambia al tema que le interesa: su urgencia de
casarse. ¿Qué tendrá que ver lo que luce (y casi sabe) como un postre
tradicional con semejante situación? En realidad, no es tan difícil de
adivinar, pero no queda uno muy satisfecho con la coherencia textual. Al
remitir el término arroz con leche al
campo de la gastronomía, no cuesta nada pensar que el caballero que busca
esposa en la canción, recién salido de la Edad Media como está, también quiere
tener en casa una cocinera. Y esto forma una cohesión clarísima con la mesa que la novia ha de saber poner en su
santo lugar.
Estirando
un poco el alcance de las metáforas, puede pensarse también en una referencia a
la pureza de sangre que, alrededor del siglo XVI, era imperativo conservar en
las uniones matrimoniales. En este caso, el mozo caballero, que es blanco,
metaforizado en la imagen del arroz, debe casarse con una doncella igualmente
blanca, como la leche.
Existen,
a pesar de todo esto, versiones más bien revolucionarias en las cuales la joven,
cual Marcela cervantina, lleva las riendas de su vida y aparece con una imagen
incluso liberal, o así lo hace parecer el coro. En una de estas variantes,
titulada La viudita del conde Laurel,
durante el juego la niña que representa a la viudita canta que quiere casarse,
a lo que el resto de los niños le responde: “Si quieres casarte y no encuentras
con quién, pues escoge a tu gusto que aquí tienes cien”. La respuesta es tan
liberal, que suena más contemporánea de lo que debe ser. Por cierto, el
personaje masculino no tiene cabida en esta versión, que también es quizá la
única que habla de “un beso en tu linda boca”, no está claro de quién.
Al
final de todas estas elucubraciones, descubrimos que, como en la viña del
Señor, en este asunto hay para todos los gustos. Al final, la literatura
“erudita” también sale favorecida, puesto que la diversidad de versiones orales
da lugar a múltiples manifestaciones escritas. Federico García Lorca, tan
formal y popular al mismo tiempo, nos dejó entre sus páginas su propia versión
del drama de la viudita en su poema “Balada de un día de julio”, de 1919:
(...)
—¿Quién eres, blanca niña?
¿De dónde vienes?
—Vengo de los amores
y de las fuentes.
Esquilones de plata
llevan los bueyes.
llevan los bueyes.
—¿Qué llevas en la boca
que se te enciende?
—La estrella de mi amante
que vive y muere.
que vive y muere.
—¿Qué llevas en el pecho,
tan fino y leve?
—La espada de mi amante
que vive y muere.
que vive y muere.
—¿Qué llevas en los ojos,
negro y solemne?
—Mi pensamiento triste
que siempre hiere.
que siempre hiere.
—¿Por qué llevas un manto
negro de muerte?
—¡Ay, yo soy la viudita,
triste y sin bienes,
del conde del Laurel
de los Laureles!
(...)
emalaver@gmail.com
Año VII / N°
CCLXIX / 6 de mayo del 2019
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