lunes, 4 de junio de 2018

Verbos del cuarto grupo [CCXI]

Edgardo Malaver


¿Qué habría respondido Alexis Márquez Rodríguez
en su columna
Con la lengua? (foto: YVKE)



         Queriendo siempre investigar un poco antes de decir nada, he demorado hasta ahora mi deseo de escribir sobre esta “hipótesis”, que se me ocurrió cuando era estudiante. La semana pasada, en dos ocasiones mencioné la idea en clase, y, como mis búsquedas iniciales han sido infructuosas, siento que puede ser estimulante para los estudiantes que reflexione sobre ello en Ritos. ¿No existió nunca un cuarto grupo de verbos en español? La respuesta es que no, está bien, pero la imaginación y el juego también nos llevan al conocimiento. Insisto, entonces, en este “aleteo de la ficción”, como dice Gabriel Jiménez Emán, por el mero placer de la lengua.
         No hace falta estudiar mucho para darse cuenta de que en español los verbos se dividen en tres grupos: los que en infinitivo terminan con -ar, los que terminan con -er y los que terminan con -ir. Eso es todo, no hay otros grupos, pero no pierde uno nada al elucubrar lo que podría haber sido el pasado de ese otro grupo de palabras, aparentemente todos sustantivos, que terminan con -or. ¿No es posible —al menos poético es— que en un tiempo remoto, tan remoto que no hayamos encontrado registros de él, ese grupo hubiera sido, antes de su metamorfosis en el uso, nuestro cuarto grupo de verbos?
         El verbo doler, por ejemplo, que pertenece al segundo grupo, ¿no habrá sido antes el verbo dolor? Es decir, eso que siento, lo que me afecta más íntimamente, no puede ser la misma calidad de “acción” que caminar, por ejemplo, que es algo que hago con mi propio cuerpo pero que aun así dista de mí casi lo mismo que mugir, que es algo que hace otro ser. En mi descabellada hipótesis, los verbos en -or con esta suerte de significado íntimo emigraron al primer o segundo grupo debido a su conjugación, pero parecen haber conservado intacta su transitividad. Otros miembros de esta pandilla podrían ser amor (que en el presente sería amar), error (o errar ahora), loor (o loar), picor (o picar), ardor (o arder), hedor (o heder), motor (o mover), olor (u oler), sabor (o saber), valor (o valer). Todos parecen, ¿verdad?, percepciones, sensaciones, valoraciones de lo que nos sale al camino, lo que nos llega por los sentidos y nos penetra hasta la raíz de lo subjetivo.
         Hay otros ejemplares que no son tan fácilmente clasificables: calor, candor, color, dulzor, favor, humor, pavor, pudor, rencor, resplandor, rigor, rubor, rumor, verdor, vigor. Parecen los rebeldes de este corpus, porque no es sencillo ubicarlos en alguno de los tres grupos actuales de verbos, pero sí conservan el sabor a sensación y a intimidad emocional o psicológica que dan sus parientes antes mencionados.
         Por los momentos, no quiero contaminar más la muestra, no sea que de pronto me llame un Bello, un Rosenblat, un Márquez Rodríguez contemporáneos para reprocharme que sea tan soñador; pero sí me gustaría descubrir un día que al final amor, dolor, sabor, olor son como verbos que han vivido toda la vida escondidos, que ese grupo de verbos existieron y que nuestros antepasados llegaron a sentir con tanta intensidad lo que ahora llamamos amor, sabor, rubor, que nos legaron esos sustantivos nuevos, que ahora utilizamos como cuerda sensible entre estados del espíritu y las “cosas” del mundo tangible. ¿Estoy muy loco?

emalaver@gmail.com



Año VI / N° CCXI / 4 de junio del 2018





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