lunes, 18 de febrero de 2019

Animales y lengua humana [CCXLVIII]

Edgardo Malaver



El hombre en el centro de la creación. Hombre 
de Vitruvio (1490), de Leonardo da Vinci



         Quién sabe si será aquella patente universal que le dio Dios a Adán cuando le dijo: “Dominarás sobre todos los animales de la tierra” la que sustenta, al menos en español, el hecho de que existan tantas palabras diferentes para hablar del hombre y de los animales. La diferenciación no es total y absoluta, pero su significado sí ha de ser radical.
         Es curioso que sea así en el español (y en otros idiomas latinos) porque no es ésta una lengua que haya aparecido precisamente al principio de los tiempos. Es decir, no es que Alfonso X el Sabio o Gonzalo de Berceo puedan argüir que Dios les habló a ellos directamente. La lengua española ni siquiera pertenece a la misma familia lingüística de la que deriva la lengua en que se escribió la historia de Adán. ¿Habrá en todo esto algo de pretensión?
         Para mí es reciente, por ejemplo, el uso de la palabra pierna para referirse al muslo de la gallina, pero, a pesar de mi terca ignorancia culinaria, he llegado a entender que eso lo diferencia de la pata, que es la parte del cuerpo del ave donde, al menos las de rapiña, tienen las garras, que para el hombre serían dedos, donde tienen las uñas, que en las aves serían pezuñas.
         Los animales tampoco comen igual que los seres humanos. Los hay que devoran, especialmente los más salvajes. De modo que cuando uno está muy hambriento y come con la velocidad y violencia con que come, por ejemplo un león, se dice que se ha devorado la comida. Es una metáfora, pero, trasladándolo a otros terrenos, tendría que considerarse casi una ofensa, puesto que los animales comen con el hocico, algunos con el morro, otros con la trompa, mientras que el hombre come con la boca y casi nunca sin los aristocráticos cubiertos, pero nunca mordiendo a su presa casi viva aún.
         Los animales se aparean, se cruzan —la máxima dignidad que alcanzan es copular, acción ennoblecida por la latinidad de la palabra—, mientras que los humanos, americanamente, hacen el amor —y a veces, para no ser menos románicos que sus mascotas, también copulan—. (A la terminología vulgar, quizá más abundante que la culta, le correspondería una nota aparte otro día)
         Y, para explorar un campo semántico vecino, como resultado de esta actividad, las hembras de las especies animales pasan por un período de preñez, mientras que las de la humana, que se llaman estrictamente mujeres, pasan por el embarazo, y al final las unas paren y las otras dan a luz. (Aquí rescato la belleza del verbo parir siempre en todas las especies, particularmente en la humana.) Y la criatura que nace (siempre nace, no hay diferencias) en un caso se llama cría, cachorro, pichón, y en el otro, niño, neonato o, más francesamente... bebé.
         Los machos animales no parecen tener la ambición de que se los considere hombres, ni siquiera parecen creer que eso sea honroso de ninguna manera, pero hay una enorme población de varones humanos que insisten en comportarse y en pensar en sí mismos como machos, hechos exclusivamente de instintos, no de inteligencia y sensibilidad. Pasa también con muchas humanas.
         A algunos esta diferencia los tiene hasta el cuello (o hasta el pescuezo, si es usted una jirafa). Los hay que forman grupos para declarar la igualdad entre hombres y animales. Yo creo que si la lengua, desde los orígenes, la ha señalado, alguna diferencia tiene que haber. Mire usted cómo los animales gruñen, graznan y farfullen, y el hombre habla, dice y, saussureanamente, articula; pero no sólo eso: ahora los animales tienen derechos —fantástico—, pero ¿puede exigírseles deberes?
         Aunque los animales no tienen nada que ver, sólo puedo expresar estas ideas desde el lado humano, y gracias a Dios sólo los seres humanos podrían pensar que es pretencioso, porque me interesa sólo lo que nos indica la lengua, que es donde encuentro la explicación de lo humano y de lo divino.

emalaver@gmail.com



Año VI / N° CCXLVIII / 18 de febrero del 2019


No hay comentarios.:

Publicar un comentario