Sólo raras y justificadas veces me ha
gustado escribir sobre experiencias personales, pero en el momento que estamos
viviendo todo es raro y todo, en este sentido, está justificado. Los que me
quieren me animan desde hace años a escribir una novela con contenido autobiográfico
o una autobiografía novelada, pero o por miedo, o por esperar a vivir más y así
tener más que contar, no lo he hecho, pero me da la sensación de que después de
esto, de esta guerra que estamos viviendo, ya todo será otra novela para mí y
para todos, así que igual me animo, si sobrevivo. Este introito no es más que
una justificación de lo que voy a contar.
Cuando yo tenía 18 o 19 años, y ya
desde los 14 era un ávido lector, me arriesgué a leer el Ulises de Joyce y, para mayor inri, en inglés. Mi nivel de inglés y
mi edad no daban para Joyce, así que abandoné a las pocas páginas el proyecto.
Conseguí una traducción argentina, pero tampoco mi nivel de argentino era
suficiente para superar la barrera de Joyce y también tuve que abandonarlo.
Años, pocos, más tarde, se publicó una traducción decente y por fin conseguí
leer esa maravilla.
Esta cuarentena, que a mí en la faceta
del enclaustramiento no me afecta tanto, pues mi vida normal es muy parecida: con
las salvedades de la ida a la universidad y a hacer compras de alimentos, la
dedico a pensar, a escribir, a corregir y, sobre todo, a leer. Hay un libro que
hace años que quiero leer por mi admiración a su autor, Richard Dawkins, The God Delusion, que en Amazon vale
sólo 20 euros, pero pedir hoy algo de fuera es un verdadero espejismo, porque
si no nos mata el covid, nos puede matar la falta de gasolina y por lo tanto el
hambre o el aburrimiento. Así que busqué en Internet (a veces me funciona),
encontré y descargué una traducción española. Son 330 páginas, de las que llevo
leídas 120, así que sé de lo que hablo. Es la traducción más espantosa que me
he encontrado en mi vida, bueno, de las más espantosas, y lo peor es que el
“traductor ad honorem” es venezolano; me di cuenta ya en la segunda o tercera
página, con traducciones de un Oh, yeah!,
como Sí, Luis, o con lindezas
como escoñetao, entre otras huellas
digitales. No digo el nombre por si alguien lo conoce y le hace pasar
vergüenza. El hecho es que por masoquismo o por apego a mi oficio de corrector,
no he dejado el libro a pesar de que, a veces, paso más tiempo juzgando los
horrores de traducción, sintácticos, ortográficos, de puntuación, etc. que oyendo
lo que me dice Dawkins, lo que me obliga a releer varias veces.
Paradójicamente, siento por este
traductor una cierta admiración: un hombre que, obviamente, sin ser traductor,
ha dedicado ¡vaya usted a saber cuántas horas de su vida! a traducir un libro
para subirlo a Internet con el solo objetivo de hacer llegar el mensaje de
Dawkins, el mayor representante actual del ateísmo científico, a todos aquellos
a quienes les interesa pero que no pueden comprar el libro. Es como los fansubs, los que suben a Internet
subtítulos de series y películas “gratis et amore”, sin ningún parámetro de
calidad, por supuesto, algo que es un trabajo por el que se cobra y del que
vivimos miles de traductores.
Afortunadamente tengo muchos libros
físicos y virtuales con los que llenar mis horas de cuarentena, pero este, el
de Dawkins, a pesar de los pesares, lo terminaré. Sí, Luis Roberts.
luisroberts@gmail.com
20 de
abril del 2020 / Año VIII / N° CCXCIX
Me he reído muchísimo con está publicación y es que hace años tuve la misma suerte (o quizá no tanto) de encontrarme con un libro que había sido traducido también por uno de esos fans (me hace mucha gracia este término), tenía tantas ganas de leerlo que muchas veces tuve que saltarme párrafos enteros porque no entendía, ¡y en español! Ahora que lo recuerdo, gracias a esta publicación, tal vez lo vuelva a leer ahora que tenemos un poco más de tiempo y para sacarle el máximo provecho a lo que me costó, sí estaba a la venta 😣😅. Aprovecho para saludar a todos mis profesores y mandarles un gran abrazo, me alegra poder encontrarnos por aquí.
ResponderBorrarLizcar Mundaraín