Edgardo
Malaver
Cosme Cortázar como fray Santiago rodeado de su nueva familia en Jericó |
Hay
una escena en la película Jericó
(1990), de Luis Alberto Lamata, en que un grupo de conquistadores españoles que
acompañan al poderoso Ambrosio Alfínger (1500-33) en una expedición al interior
del territorio venezolano desertan con el oro que le acaban de robar. Fray
Santiago, capellán de la expedición y protagonista de la historia, huye con
ellos asqueado de los crímenes de Alfínger. Al pasar los días, mientras el monje
se aleja buscando qué comer, el jefe de los rebeldes decapita a un indio y entre
todos lo asan y se lo comen. Cuando fray Santiago regresa y protesta
enérgicamente ante la horrorosa escena, el asesino lo amenaza gritándole: “Estese
callado, padre, que no me han enseñado mis padres a matar curas, pero en las Indias
todo se puede aprender”.
No
era la primera vez que sentía yo esta carga de violencia en el uso del
sustantivo cura. Lo que es más, crecí
pensando que, en su sentido de sacerdote, era despectivo. Por nada del mundo me
refería a los sacerdotes de mi parroquia utilizando esta palabra. Tuve esa idea
hasta que en el año 2009 me mudé a Los Chaguaramos, Caracas, y comencé a ir los
domingos a la cercana iglesia de San Pedro Apóstol, y ahí el párroco, Miguel
Acevedo, nunca utilizaba otra forma para referirse a sí mismo. De modo que un
día que tuve el diccionario entre manos —sí, el de papel— y me acordé del
asunto, busqué la palabra cura y
descubrí que había estado equivocado.
Lo
que no supe entonces es que existe la idea (incluso entre gente que escribe
sobre etimología) de que cura proviene de kuraka,
una palabra quechua que, al menos durante el período incaico, equivalía a ‘jefe
de una comunidad’, ‘el de mayor edad’, ‘sabio’. Un sacerdote católico es también
el líder de una comunidad, pero es fácil ver el error (hasta se lo puede llamar
falacia): los curas existen desde siglos y siglos antes de que los españoles,
que los trajeron a este lado del mar, llegaran a los territorios de habla
quechua. Y ya se llamaban curas cuando llegaron. Antonio de Nebrija (1441-1522)
ya utilizaba esta palabra en el sentido actual en sus libros de gramática.
El
español toma su cura del latín, en el
cual equivalía a ‘cuidado’, ‘inquietud’, ‘solicitud’, ‘ocupación’, sentidos que
también hemos tenido en el pasado. En Roma también significó ‘administración
pública’, ‘cargo u obra públicos’, y, como sustantivo concreto, ‘guardián’,
‘intendente’. Así lo usaron, por ejemplo, Suetonio (70-140) en De vita caesarum (universum denique genus operas aliquas publico spectaculo praeventium
etiam cura sua dignatus est [sin
excepción, todos los que dedicaban su industria a los espectáculos públicos le
parecían dignos de su cuidado]),
Salustio (86-35 antes de Cristo) en Historiarum
fragmentis (dii boni! Qui hanc urbem omissa cura adhuc regitis [¡Oh, dioses, cuya providencia, aun cuando parece dormitar, gobierna esta
ciudad!]) y Tácito (56-120) en Historiarum
libri (plus apud socordem animum
laetitia quam cura valuit [al
final pudo más en aquel holgazán la alegría que las preocupaciones]).
De
la misma raíz de cura tenemos hoy
palabras como curar, curación, curandero, curioso, procurar, procura, procurador, incuria, curador, curaduría, y
también, claro, curato y curia. ¿Cómo fue que cura llegó a transformarse en sinónimo
de sacerdote? A los párrocos se les
encomienda la “cura de almas”, es decir, el cuidado espiritual de sus
feligreses. Y así, metonímicamente, también es cura el individuo que ocupa ese
cargo. Idealmente es para eso que se preparan en el seminario, por lo cual para
ellos es un término regular, no peyorativo. Sólo yo no me había percatado; sin
embargo, no veo la posibilidad de que cura
haya derivado de kuraka. Esa
semejanza de forma y de fondo entre la palabra quechua y la española es una
casualidad.
En
Jericó, después de desertar con los
españoles rebeldes, fray Santiago deserta también de ellos. Y al final deja de
ser cura, absorbido por la selva y la forma de vivir de los indios que lo
acogen. Es decir, encontró su lugar en el mundo. De igual manera, siento yo que
las palabras, después de tantas búsquedas y deserciones, después de todos los
tropiezos y todos retornos, van encontrando su lugar en nuestra mente y nuestra
vida.
emalaver@gmail.com
Año VIII / N°
CCXCVIII / 6 de abril del 2020
No hay comentarios.:
Publicar un comentario