Luis
Roberts
Mientras
todos se escondían de las balas, Adolfo Suárez conserva su firmeza ante los golpistas españoles de 1981 |
Mi madre, católica, en vez de colgar
sobre mi cama de niño un crucifijo, como era habitual, colgó un cuadro que
enmarcaba un pergamino con el poema de Rudyard Kipling “Serás un hombre, hijo mío”. Lo
sabía de memoria, a fuerza de leerlo esperando que me apagasen la luz, pero el
primer cuarteto se convirtió para siempre en mi leitmotiv, mi mantra, mi
aliento, en los momentos más duros de mi juventud, y los hubo en cantidad:
Si puedes mantener intacta tu firmeza
cuando todos vacilan a tu alrededor
Si cuando todos dudan, fías en tu valor
y al mismo tiempo sabes exaltar su flaqueza...
Y el último remate, el último cuarteto, el
colofón:
...Y si puedes llenar el preciso minuto
en sesenta segundos de un esfuerzo supremo,
tuya es la tierra y todo lo que en ella habita
y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.
Hoy
diríamos, la natural inclusión: “Serás una persona valiosa, hijo mío”. Nada de “hombre”,
arrobas ni “X”.
Mucho
más adelante, descubrí y conocí a uno de los más grandes poetas de la
generación del 50 en España: Jaime Gil de Biedma. Su retrato ya es surrealista,
aunque él huyó del surrealismo en poesía: castellano reciclado en Cataluña, millonario
y máximo ejecutivo de su empresa familiar, comunista y homosexual. Murió en
1990 de sida junto a su pareja y ambos fueron incinerados juntos. ¿De película?
Sí, y hay una. Pero uno de sus poemas está esculpido en una pared de la entrada
de la Facultad de Filosofía de Madrid. Se titula “Nunca volveré a ser joven” y
lo escribió en 1968.
No volveré a ser joven
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
—como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
—envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
No he
olvidado a Kipling, pero, lógicamente, el paso del tiempo, ya mucho, me obliga
a mirar en silencio a los ojos de Jaime Gil de Biedma y sonreírle.
Por
cierto, esto no es un onanismo estético, aunque también, es, o intenta ser, un
mensaje a nuestros jóvenes, a los que sufren, a los que se desesperan por no ver
futuro, a los que huyen espantados, a los que no pueden huir y se rinden, este
es mi humilde consejo: no pierdas la perspectiva final de Gil de Biedma: “...envejecer,
morir, es el único argumento de la obra”, pero hasta ese momento repite como un
mantra el verso de Kipling: “Si puedes mantener intacta tu firmeza cuando todos
vacilan a tu alrededor...”.
luisroberts@gmail.com
Año VI / N° CCXXIX
/ 8 de octubre del 2018
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