lunes, 9 de diciembre de 2019

Un Bello colombiano (I) [CCLXXXI]

Edgardo Malaver



Cincuenta y cinco años después, Humboldt aún recordaba
a aquel muchacho enfermizo que vivía para estudiar




         Seguramente por influencia de mi madre, no pasa un 29 de noviembre sin que yo me acuerde de Andrés Bello. Recuerdo con claridad una escena de mi infancia en que, al llamarme ella para almorzar, le contesté que no podía porque estaba leyendo, y después de eso, muchas veces se comentó en la mesa que yo tenía la actitud de Andrés Bello, para quien, según ella, estudiar era más importante que alimentarse; pero no era verdad, porque a mí siempre me gustó mucho comer, aunque sabemos que don Andrés, de joven, sí era más bien frágil y enfermizo, es decir, que se tomaba a pecho que su mente necesitaba más alimento que su estómago.
         Suena a lugar común, y lo es, pero lo cierto es que, según Miguel Amunátegui, discípulo, amigo y biógrafo de Bello, hasta el barón Alejandro de Humboldt lo deja bastante claro cuando, en 1799, le aconseja a la familia del joven poeta moderar el fervor de su trabajo, si querían conservar su salud. Es presumible que Bello estuviera entre los caraqueños que quisieron acompañar al científico alemán a subir al Ávila el 2 de enero de 1800 y que luego se devolvieron a mitad de camino, cansados por una escalada que para él y para Bonpland había sido un simple calentamiento mañanero.
         El punto es, entonces, que el espíritu docente de mi madre me inscribió en la memoria recordar el nacimiento de Bello. Y este año la fecha casi me atrapa viendo la serie Bolívar de Netflix, en la que aparece un Bello bastante curioso para la imagen que tenemos de él, y no sólo en apariencia sino sobre todo en la lengua. Este Bello, interpretado por el actor Nicolás Prieto, es, en primer lugar, alto, musculoso, todo un galán contemporáneo de televisión, de pelo largo y con una barca de cinco días inconcebible para un maestro del siglo XIX; en segundo lugar, pero más impresionante, ¡este Bello habla en español de Colombia! No tenemos derecho a reprochar a los productores que no hayan buscado un actor que fuera tataranieto de Bello y que imitara el acento y las frases que éste usaba cuando era maestro de Simón Bolívar; eso es una necedad. (Me parece ya un logro que los actores que representan a Bolívar adulto, a su madre y a su hermana mayor hayan sido venezolanos y que la actriz de Manuelita Sáenz haya sido ecuatoriana. Lo demás es demasiado pedir.) A mí me llama la atención este Bello de habla colombiana porque, cultural e históricamente, es eso lo que más llama la atención en Andrés Bello: la lengua.
         El párvulo Bolívar, apenas 20 meses más joven que su maestro, era un muchacho presumido, impulsivo e incontrolable, como casi todo niño rico, huérfano y sin idea de lo que desea hacer en la vida. Bello, sin embargo, era un maestro equilibrado, tranquilo, sabio; un maestro —en la serie dicen profesor, que es un título que a Bello no le calza ni con escuadra, como no le calza a Simón Rodríguez— que en 1810 tiene mucho más clara que su predestinado discípulo la situación política europea, el tacto y la cautela que debe tener un diplomático y, por encima de eso, la importancia de la honestidad. Sin embargo, lo importante aquí son las cosas que dice el personaje.
         Cuando Bello le da clases a Bolívar, que lo hace en la academia militar (primera noticia para mí), lo convence de que un líder, un estratega, un hombre culto y de mundo no es nadie si no conoce su lengua y su literatura (y otras) como instrumento para lograr objetivos, para persuadir, para dirigir a su pueblo. Y el personaje Bolívar, capítulos más tarde, da múltiples demostraciones de haber aprendido bien la lección. Siempre que un grupo de soldados quiere, por ejemplo, desertar del ejército para huir del frío de los Andes, que, por orden del Libertador, están atravesando sin camisa y sin zapatos, aparece él, desgranando palabras e ideas como si fuera Demóstenes, Pericles, Cicerón. Y los soldados, el pueblo, hasta los adversarios dudosos siempre terminaban gritando: “¡Cuente con nosotros, general, cuente con nosotros!”. Eso fue obra de Bello.

Seguimos en el próximo capítulo.

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXXXI / 9 de diciembre del 2019




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