lunes, 13 de mayo de 2019

Yo materno [CCLX]

Sara Cecilia Pacheco


 
Madre y niño (1980), de Baltasar Lobo, en Zamora, 
España (foto: IRM)



         Hay realidades que están representadas por más de una palabra en nuestra lengua MATERNA. Hay para ciertas situaciones muchos sinónimos, muchos eufemismos, y para ciertos fenómenos como los colores hay palabras hasta para los matices; pero hay realidades que se quedaron huérfanas. Algunas veces pasan generaciones de hablantes sin que nadie se dé cuenta de que hay vacíos o faltas en el vocabulario. Desde hace pocos años noto cierta inquietud, por ejemplo, para darle nombre a la madre que pierde un hijo, porque un huérfano es quien se ha quedado sin al menos uno de sus padres y hasta hay una distinción: huérfano de madre y huérfano de padre. Sin embargo, si un padre o una madre o ambos pierden un hijo, sea un bebé, un niño o un adulto, falta en la lengua española una palabra para explicarlo o explicarse. Quizá no la haya porque es poco natural y permanece inexplicable.
         Yo crecí escuchando frases como “Padre es el que cría y no el que engendra”, “Padre puede ser cualquiera, madre hay una sola”. Siempre me quedaron resonando como algo que no estaba bien decir aunque todos lo repitieran mucho. Yo creo que hay en ellas unas huellitas de machismo, no lo tengo claro. Desde hace unos años, al menos diez, cuestiono que el Día de la Madre sea una celebración de bombos y platillos, mientras que el del Padre, al menos en las redes sociales, es un día para reclamar, quejarse, mostrar el resentimiento... y volver a sacar esas frasecitas. De allí que yo empezara a reflexionar sobre si el Día de la Madre es el día de la que engendra o de la que cría. Muy poca gente parece poner en entredicho a las madres, nadie las clasifica entre las que crían y las que engendran. Y es entonces cuando criar empieza a sonarme feo como debe sonarle feo a la gente que escribe sobre maternidad, paternidad y crianza.
         Desde hace unos seis años, que me dedico a leer sobre esos temas, conozco un verbo hermoso: maternar, que como suele suceder con las lenguas, nace ante una necesidad de una comunidad y poco a poco se cuela entre los hablantes. Si tiene éxito y de verdad viene a llenar un vacío, nombra una realidad que existe sin nombre, sin partida de nacimiento, entonces saldrá de su comunidad y llegará a más y más hablantes. A partir de entonces, la Academia habrá de reconocerla, eso si no muere prematuramente.
         Maternar viene a llenar ese vacío que hay entre parir, dar a luz, alumbrar, dar vida (miren cuántos nombres para una realidad) y críar.  Maternar, según lo que he leído, es entregarse. Es ir más allá de alimentar, es consolar, abrazar, escuchar y volver a escuchar, contener, estar, y para muchos incluye jugar. Es también llorar con los maternados. Maternar para mí es convertirse en refugio y en mago. Es reír y reír mucho y fuerte. No es solo como criar, que me parece que solo se refiere a hacer de un bebé un adulto. No. Maternar es para toda la vida e incluso después de la vida para los que creemos. Maternar no excluye a quien no amamantó o no parió o no concibió. Se pueden maternar hermanos, sobrinos, nietos o huérfanos desconocidos.
         La palabra maternar ya nació pero aún la Real Academia de la Lengua no le da la partida de nacimiento, no la reconoce, quién sabe si no la conoce, y no por eso vamos a dejarla huérfana. Maternar vino para llenar un vacío, para darle nombre a aquello que han hecho nuestras madres por nosotros, independientemente de cómo llegaron a ser nuestras madres. Sabemos lo que hay que hacer con esa palabra para que siga viva: maternarla.
         Deseo de todo corazón que todas aquellas que maternan hayan pasado un muy feliz Día de la Madre.

sarace.pacheco@gmail.com



Año VII / N° CCLX / 13 de mayo del 2019




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