Laura Jaramillo
...era un muerto sin cabeza,
sin pantalón ni camisa,
con las manos en los bolsillos
y una macabra sonrisa...
Recuerdo que durante un taller sobre morfosintaxis un estudiante preguntó, con
un toque de malicia indígena, si la oración Se vende esta casa era
correcta y la profe dijo que sí, era correcta. A lo que el estudiante
inmediatamente refutó: “Pero la casa no
se vende sola”, y como mi profe era muy perspicaz (como todo
profesor de lingüística) le respondió: “Ay, no, ya le metiste semántica a la
cosa”.
Esta pequeña anécdota rondó en mi cabeza por un tiempo, pues me preguntaba cómo
era posible que una rama tan importante de la lingüística pudiera ser un
problema en lugar de una solución. Sin embargo, la idea la dejé pasar y la
creía olvidada, hasta que por estos días de ocio, escuchando radio, sonó una
canción que se llama El espanto, del grupo
larense Carota Ñema y Tajá. Al momento no me percaté del detalle, como me gustó
la rítmica, la estuve tarareando por largo rato, hasta que de pronto me cayó la
locha. Al darme cuenta, me dio mucha risa y, extrañamente y gracias a mi memoria
a largo plazo, recordé aquella sentencia realizada por la profe.
Si vemos bien, la estructura oracional está perfecta, cada palabra en su santo
lugar, o sea, una morfosintaxis genial. Pero cuando le metemos la semántica a
la cosa (como dice la profe), resulta que no es un estribillo tan perfecto,
porque si el muerto no tenía cabeza ni pantalón, ¿como por dónde tenía la
sonrisa y en qué bolsillo tenía las manos metidas? Hasta los pelos paraos tenía
el pobre espanto, y se asegura fehacientemente que lo vieron.
Desde entonces, ahora le meto semántica a todo (quizás siempre lo hice), es
como el proceso de la computadora cuando estamos guardando documentos en una
carpeta, mis análisis parecen esas hojas que pasan de una carpeta a otra,
desglosando los significados.
Mi mamá me pregunta que cuál es la diferencia entre escuchar y oír,
y le respondo que ninguna, y se lo confirmo con un diccionario de sinónimos, el
cual me remite de una palabra a la otra, y viceversa, pero que si le metemos
semántica hay diferencia, casi abismal. Creo que no le quedaron ganas de
preguntarme más nada al respecto.
No dudo, ahora, que la profe tuviera la razón, creo que su comentario fue por
dos cositas. Primero, que la clase era de morfosintaxis, y la pregunta como que
no cabía ahí, aunque es muy difícil que en las clases sobre la lengua (¿o
lenguaje?) no se le venga a uno una montaña de dudas y dificultades. Segundo,
creo que, algunas veces, descubrir los porqués no es tan necesario, no hace
falta meterle tanto coco a las cosas. Bueno es culantro pero no tanto.
Veamos la semántica como una compañera que nos ayuda a no tomar la lengua tan
literal; la canción tiene frases parecidas, pero la entendemos y allí está el
punto, entender (¿o comprender?), además de ser una hermosa representación de
nuestra idiosincrasia.
Hay otra señora por ahí muy amiga de la semántica y que también causa
sensaciones, la pragmática, pero de ella podemos hablar en otra divagación.
laurajaramilloreal@yahoo.com
Año
III / Nº XLVI / 2 de marzo del 2015
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