Miguel Ángel Nieves
Se puede reducir
todo el enigma del trópico a la fragancia de una guayaba podrida.
Gabriel García Márquez
En Venezuela
se le suele llamar guayabo al estado de
tristeza, melancolía y dolor que causa la pérdida de un amor; también es costumbre
llamar a ese estado con el nombre de despecho.
El DRAE lo describe así: “(Del lat. despĕctus,
menosprecio). 1. m. Malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la
consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad”. ¡Vaya usted a saber!
La palabra, en nosotros, se define por sí sola. Lo cierto es que en nuestro país
al despecho se le conoce también como estar
enguayabado o enguayabao, de acuerdo
a su grado de inclinación ante lo popular.
La palabra tiene sus variantes en los predios
de la patria grande, pues también se usa, sobre todo en Colombia, para nombrar un
estado de pesadez, letargo y decaimiento, producido por la ingesta excesiva de tragos,
que nosotros acostumbramos mentar con el nombre de ratón o resaca, pero nunca
guayabo, ni siquiera en el caso de que
el exceso de alcohol haya sido por causa de las cuitas y congojas que nos causó
la perfidia. “Mátame, aguardiente, que el amor no pudo”.
En el Diccionario
de la irreal Academia Española se consigue
el término incluso en forma de verbo: “guayabar.
1. intr. coloq. Ec. mentir (decir lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa)”.
Sofismas lo llamaba Píndaro. Yo guayabo, tú guayabas, nosotros guayabamos. Cuánto
de guayabar tenemos en nuestros siglos. También se nos muestra como sustantivo para
nombrar al árbol que da el fruto de la guayaba, ícono de son y sabor en el Caribe
y en América; ya bien decían Rubén Blades y Willie Colón en Siembra: “Me fui pal monte buscando guayaba
/ por la vereda del ocho y del dos / y aunque encontré una casa dorada / esa guayaba
no la hallaba yo”. Símbolo del ideal y la mujer.
La estudiosa borinqueña María Baquero de
Ramírez nos muestra, en un estudio titulado Español
de América y lenguas indígenas, cómo Gonzalo Fernández de Oviedo en el Sumario que redactara en 1526 en la ciudad
de Madrid, da testimonio de algunas palabras arahuacas, entre las cuales hallamos
guayabo (a), así como sabana y cazabe. Podemos dar fe de que en los tiempos del cronista existía ya
lo que hoy nosotros llamamos ratón, pues
es conocido el añejo hedonismo de Anacreonte y su amor al vino así como las pistas
que Petronio aporta sobre las grandes comilones y bebezones de los romanos en su
Satiricón. Sin embargo, la voz que registrara
el cronista en nada alude al malestar postbarranco. Resulta auspicioso imaginar
a los Taurepanes de Kumaracapay tomando kachire —que es una bebida a base de yuca
amarga y batata, fermentados— ya en los tiempos de Canaán, Cam y Noé.
La siembra del Gabo en terrenos certificados
por los médicos invisibles nos dejó un poco desalentados y melancólicos, con una
sensación como de enratonamiento, de guayabo, de cuitas y congojas, como cuando
nos deja un amor y, miren qué curioso, en este caso, la ida del Gabo hermanó todos
los significados y los hizo uno solo.
Por otro lado, el DRAE señala que despecho quiere decir también destete. Debe
querer decir que ya nos hicimos grandes, que aprendimos las lecciones del viejo
maestro vallenatero, que debemos asumir con mayor conciencia nuestra realidad descomunal. Las voces indígenas
y nuestra literatura seguirán su curso con la impronta indeleble del tiempo. Parece
que hoy en día aquel texto que leyó en Zacatecas ya no es tomado solo como una guachafita.
Probablemente, a pocos días de una nueva edición del DRAE, se empiece a reconocer
en el olor de la guayaba el símbolo que
empalma tierra Caribe, irreverencia y la infinita sensualidad de los enredos amorosos.
lanubeyeldromedario@gmail.com
Año III / Nº XLVII / 9 de marzo del 2015
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