Edgardo Malaver Lárez
Isla griega de Gavdos, el punto más al sur de Europa |
Cuando estaba aún en primaria, ya me atormentaba
que los niños escribieran sus nombres al revés, es decir, apellido-nombre. Más tarde observé que también muchos
adultos lo hacían, y esto era mucho más difícil de comprender. Y aún no lo
logro, porque resulta que esta práctica no es compatible con nosotros; es en el
hemisferio oriental del mundo donde lo normal es que la gente exprese su identidad
anteponiendo el apellido al nombre.
Cualquiera que recuerde a Saddam
Hussein (1937-2006) recordará también que en las noticias lo llamaban Saddam y
no Hussein. A Mao Tse-Tung (1893-1976) (como se escribía en español cuando yo
supe de su existencia) se le llama Mao en el mundo entero y a Mobutu Sese Seko
(1930-97) nadie lo llama de otra forma que Mobutu. Y hay otros casos, miles,
sólo que quería impresionarlos con estos tres [malos] ejemplos.
Hay en Occidente, sí, en muchas áreas, personajes
históricos que tienen apellido y, a pesar de eso, se les conoce mejor por su
primer nombre. Uno muy prominente es Napoleón Bonaparte, cuyo apellido se
utiliza con tan poca frecuencia —hay que ser un historiador hiperriguroso para
hacerlo— que uno puede pensar que se llama simplemente Napoleón, como en la
antigüedad. Otro caso, infinitamente más grato, es fray Luis de León, a quien nunca
nadie ha llamado De León. A sor Juana suele llamársele por ese primer nombre,
por el nombre sor Juana Inés o sor Juana Inés de la Cruz, su nombre religioso
completo, pero nunca De la Cruz. Pasa exactamente lo mismo con Garcilaso de la
Vega —con los dos, en realidad— y también con Lope de Vega, y en este caso, Lope,
por el que se le menciona con más frecuencia, ¡es su segundo nombre! A Leonardo,
sin embargo, puede llamársele por el nombre o por su apellido, si es que Da
Vinci es su apellido. Y en el caso de Miguel Ángel, muy pocos recordarán en el momento
más necesario cómo se apellidaba.
Aunque no hace mucha falta repetirlo, en
el mundo occidental, es decir, aquí, los hablantes decimos nuestros nombres en
este orden: nombre-apellido. El nombre puede incluir una composición de dos o
más y el apellido puede ser uno solo o dos, pero cuando son más de dos —que es
un caso tan raro que ya no debe haber muchos ni en la nobleza, donde la haya—,
igualmente se acomodan lo mejor que pueden en dos grupos: el paterno y el
materno.
Lo que no pasa en la cultura occidental
(o es tan poco común que apenas sucede a uno le llama la atención) es que, como
los tres personajes aquellos del segundo párrafo, uno diga su nombre al revés.
Cuando se le pone el nombre de una persona a una calle, a una escuela, a un
parque, no le ponen, por ejemplo, “Universidad Sáenz Manuela” ni “Calle Blanco
Andrés Eloy” ni “Plaza Páez José Antonio”. Eso es impensable. En la portada de
un libro no se pone nunca “Gallegos Rómulo”, y si lo pusieran, hay que dudar
tanto de esa edición que sería mejor ni examinarla siquiera. Y sin duda, cuando
usted está en una fiesta y le preguntan su nombre, no dice: “Rodríguez Juan. Mucho
gusto”. Nunca.
Sí hay, es cierto, contextos y
situaciones en los que tiene sentido poner los nombres al revés: en la escuela,
en instituciones del Estado y en poquísimos otros lugares. Se hace,
esencialmente para organizar la información que se tiene sobre los individuos,
por ejemplo, por medio de una lista. Sin embargo, es el que desea hacer la
lista, el que tiene el deber de presentar la información ordenada y fácilmente
inteligible, quien pone los nombres al revés (apellido-nombre), no las personas
cuyos nombres están en la lista.
Muchos estudiantes se quedan con la
impresión, después de los años de primaria y secundaria, de que en situaciones
formales, como en los exámenes, deben escribir su nombre comenzando por el
apellido. Incomprensible. Pueden suceder desastres debido a esta actitud, que
normalmente no ha sido objeto de reflexión. Pensando en mis propios alumnos, voy
a poner un ejemplo extremo pero de ninguna manera imposible. Imagínense,
chicos, que alguno de ustedes se acostumbra a poner su nombre al revés y firma
de esta manera:
Cruz Alfonzo Clemente Román
Fermín Belisario Beltrán Lorenzo
Marta Elvira Reina Concepción
Socorro Magdalena Ventura Rosario
Todos estos nombres,
los masculinos y los femeninos, son también apellidos. Es decir, si yo no sé
que ustedes, en contra de lo regular en nuestra cultura, escriben sus nombres con
los apellidos primero —¿por qué tendría que pensar eso si no estamos en Asia?—,
voy a creer que se llaman Cruz, Fermín, Marta y Socorro, y que se apellidan Clemente,
Beltrán, Reina y Ventura. Perfectamente posible. Culturalmente claro. Pero podría
cualquiera de ustedes venir a señalarme que estoy confundiendo sus nombres con
sus apellidos. Comprando refrescos en la playa, quizá no pasaría nada, pero ¿se
imaginan el resultado de esta confusión si un cirujano tiene que extirparle un
órgano a Marta y le traen a Reina al quirófano? ¿y la del profesor que les va a
poner una mala nota, y la del juez que les va a leer un veredicto condenatorio?
Miren ahora estos nombres:
Martín Gimeno Santiago
Sabina Gadea Francia
Si no estamos de
acuerdo en que los nombres van primero y los apellidos después (que es incomprensible
que no lo estemos) o si usted lo hace al revés sin saber o por alguna razón,
¿cómo decido yo si estas personas están usando un solo nombre y dos apellidos o
dos nombres y un solo apellido? Y en cualquiera de los dos casos, ¿cuál es
cuál? En realidad, no hay razón para que me haga esas preguntas, porque la
cultura me indica que los nombres van primero y los apellidos después. Y,
aunque parezca una tontería, si uno se acostumbra a hacerlo al revés, se está
creando a sí mismo un problema que puede convertirse en grave y, quizá, no
tener solución (después de que nos extirpan un riñón sano, un diente o un ojo,
no hay vuelta atrás, por más que después el médico se entere de que nuestro nombre
estaba al revés).
La solución puede ser sencillísima: leer
las normas de uso de la coma. Cuando es necesario invertir el orden
nombre-apellido, hay que poner una coma entre uno y otro (tal como se hace, por
lo demás, cuando se invierte, por ejemplo, el orden sujeto-predicado o se traslada
alguna parte de la oración a un lugar que no le corresponde en el orden
canónico). Otra solución (sobre todo en casos especialmente confusos como el de
Martín Gimeno Santiago o Sabina Gadea Francia) puede ser la que han adoptado
los franceses. Para que el nombre quede recalcitrantemente claro, incluso en
casos muy claros, los franceses ponen casi siempre los apellidos en mayúsculas
sostenidas.
Entonces, muchachos, no se crean chinos,
iraquíes o congoleses, que no lo son. En los países árabes, en los asiáticos, en
muchos africanos y en los europeos del este, es normal y correcta la inversión
del nombre, pero desde la isla de Gavdos, Grecia, hasta la de Diomedes Menor,
Estados Unidos, y desde Puerto Williams, Chile, hasta Hammerfest, Noruega, no
es así. No actúen sin saber lo que hacen. Investiguen las normas y adopten los
recursos que ellas ofrecen para escribir con la mayor claridad. Y si se trata
de sus propios nombres, que es como decir que se trata de ustedes mismos, y si
puede tener consecuencias negativas escribirlo mal (sí, mal), es urgente
aprender a escribirlo y escribirlo bien.
emalaver@gmail.com
Año
XI / N° CDXVII / 17 de abril del 2023
No hay comentarios.:
Publicar un comentario