lunes, 13 de julio de 2015

¿Y esta no era muda? [LXV]

Edgardo Malaver


            La primera vez fue en el banco. Cada quince días, al salir de la escuela, antes de irnos a casa, mi madre tenía que cambiar su cheque, y yo iba con ella. Me gustaba el lugar porque era el único que conocía donde había aire acondicionado. Aquella tarde en que vi la primera, sin embargo, no me interesó en nada el frío, al descubrir desde la otra acera que pretendía recibirme el misterio. Era un letrero de cuatro letras blancas sobre fondo verde en la puerta de vidrio del banco, y yo las leí detallada y meticulosamente. Le pregunté a mi madre qué significaba y ella me la tradujo a la lengua hablada. Después de eso, en el banco, en la escuela, en la casa, en la iglesia, en el mercado, ¡en los libros!, miles y miles de veces me encontré otras muchas palabras como aquélla, que se escriben con hache y todo el mundo las pronuncia con jota. Más tarde, cuando empecé a aprender inglés en bachillerato y me di cuenta de que en esa lengua casi todas las palabras que en la escritura comienzan con hache se pronuncian como si en realidad comenzaran con jota, pensé que aquella era una manía que se nos había pegado de los gringos.
            Cualquiera creería que son tres o cuatro y que apenas las usan los andaluces (o más bien los gitanos), y ciertamente de ahí toma Federico García Lorca aquel título, oloroso a pueblo, de Poema del cante jondo (1931). Sin embargo, aunque la letra de “Burundanga” diga: “Bernabé le pegó a Muchilanga, / le dio burundanga, le hincha los pies”, la recordada Celia Cruz pronunciaba ese verbo con jota, y, de hecho, pronunciarlo con hache causaría un problema en la métrica del verso.
            En Margarita —donde probablemente se encuentre el acento más cercano al de Andalucía que haya en Venezuela—, los habitantes de Los Hatos, antiguo nombre de Altagracia, son llamados jateros; las tejedoras de hamacas las hacen desplazando un jusillo, o husillo (hermoso diminutivo de huso) entre los hilos tensados verticalmente en el telar, y si uno come mango, lo que le queda entre los dientes no serán jamás hilachas, sino jilachas. Al pan que no se come en tres días le cae mojo, no moho. Antiguamente, cuando se cocinaba con leña, ésta se traía del monte en un pequeño jaz, nunca en un haz. Mucha gente vivía en casas de bajareque, los viejos recordaban largas retajilas de cuentos de sus abuelos y nunca quedaban jartos de comer pitajayas.
            En otros lugares (y no sólo de Venezuela), la acción de balancear algo, como si meciéramos una hamaca, pero especialmente si se hace con cierta violencia, se llama jamaquear, en lugar de hamaquear. Hay zonas en las que las frutas maduras ya están “hechas”, es decir, comestibles, pero en otras, están jechas. Los que estén ajitos, no ahítos, como dice el diccionario, pueden llegar a jipear, que no hipear. En Barlovento existe una canción en honor a san Juan Bautista que dice: “Juan Apolinar, de Pozo Hondo, / se lava la cara pero es muy jediondo”. Y aunque originalmente era un insulto de los amos contra los esclavos, una persona de piel negra puede llamar a otra mujina (o, más extendido, mojina), que era como llamaban aquellos, blancos y negros, a las bestias de carga.
            A ambos lados del océano se come un pescado largo y delgado que casi tiene más huesos que carne, y a ambos lados hay quienes lo llaman tahalí (Cervantes, por ejemplo) y quienes pronuncian tajalí, como los pescadores de Puerto La Cruz, de Naiguatá y de Adícora. A ambos lados del océano la gente bebe y se ajuma; en San Juan de Puerto Rico y en La Victoria, Venezuela, pueden incluso jenderse de la risa.
            ¿Entonces?, ¿la hache no era muda? Para serlo, habla demasiado. Y los gringos tendrán muchas culpas, pero esta no la tienen. Si de ahora en adelante le vuelven a decir que la hache tiene ese impedimento audio-fonético, primero póngalo en duda y luego, recordando estos 22 ejemplos, procure que no se le reviente la jiel.

emalaver@gmail.com




Año III / Nº LXV / 13 de julio del 2015

No hay comentarios.:

Publicar un comentario