lunes, 19 de octubre de 2015

Números impresionantes (I) [LXXVIII]

Edgardo Malaver



         Ángel Félix Gómez contó una vez en una conferencia sobre la historia de Margarita que durante la Guerra de Independencia algún general mandó a un soldado (un hombre sencillo del pueblo sumado al ejército para combatir por la causa) a vigilar sobre un cerro y avisarle si veía venir alguna tropa enemiga. El soldado volvió después de unas horas, sudado, sin aliento, con el rostro lleno de temor y cuando pudo hablar le dijo a su superior:
         —General, viene un ejército grandísimo por allá.
         —¿Cuántos hombres son? —preguntó el general.
         —Son muchos, mi general, muchísimos.
         —Pero ¿cuántos, hombre? ¿Serán como mil?
         —No, señor, ya le digo que son muchísimos, son como... ¡setenta y siete!
         Si se lo juzga únicamente por su longitud, setenta y siete suena mucho más numeroso que mil. Por su número de sílabas, gana seis a uno. Por la contundencia de sus consonantes, la aliteración que forman las tes lo hace más fuerte, más impetuoso, más aguerrido. La palabra mil, tan breve, es a la vez nasal y líquida —dirían los fonetistas—, casi inofensiva; a lo sumo, la i, su única vocal, pronunciada como muy aguda, quizá pueda herir el oído y llamar un poco la atención. Setenta y siete, por otro lado, con tanta sonoridad y fuerza, con tantas sílabas tan bélicas, parece inconmensurable. En la historia del soldado patriota, la tropa que se acercaba era inmensa, impresionante, eran muchísimos soldados, ¿cómo iban a ser apenas mil?
         Estas consideraciones no parecen ajenas a la ciencia de los números. En matemática, como todos sabemos, existen números que son primos, números que habitan la imaginación, números con mucha entereza, números que gozan (o no) de raciocinio, números llenos de energía positiva (o de pesimismo), números que se quiebran, números nacidos en Roma y en Arabia, números que aman la naturaleza y, al final, todos los números son baquianos de la realidad (¿o de la realeza?). Si hasta existen las matemáticas discretas, las matemáticas puras y las matemáticas de los juegos, no es raro que todo en ellas suene tan metafórico. Y es más o menos natural que sea así, porque en el origen de la matemática los matemáticos, antes que matemáticos, eran poetas.
         Existen también los números impresionantes. Son números que tienen una sonoridad tal que inyectan en los oídos del que oye un vigor y una imagen tan poderosa que la objetividad matemática sería débil y nebulosa. Impresionante es el número ciento quinientos, que todos los niños utilizamos tanto antes de ir a la escuela por primera vez. Impresionante es el número sopotocientos, que parece un número verdadero, pero es mayor que el infinito. Impresionante es un número que tenga muchos sietes y muchos setentas y muchos setecientos.
         Son sin duda, como todos, números imaginarios, pero no ya los que los matemáticos llaman así sino los que se albergan en la imaginación lingüística del hablante que no sabe con qué número expresar una cantidad tan grande de cosas como la que ve en su mente. Simón Bolívar no hubiera podido ganar la Guerra de Independencia calculando las fuerzas del enemigo con números como estos, pero la lengua sí gana cada vez que la intuición matemática del pueblo recurre a la imagen poética para crear números que exceden la posibilidad de contar.


emalaver@gmail.com



Año III / Nº LXXVIII / 19 de octubre del 2015

1 comentario:

  1. Saludos, mi estimado Prof. Malaver. Una cosa sí le puedo asegurar, el general de la historia que sirve de trasfondo para su interesante artículo, mínimo, mínimo, debió haberle dado un buen pescozón, o coscorrón (a lo Don Ramón con el Chavo) al pobre soldado cuanto le espetó la cifra. Algunos me comentaron que posiblemente lo mando a fusilar, por bruto. Sin embargo, no creo que lo haya mandado a fusilar porque lo hubiera convertido en un número negativo (-1) para sus tropas....
    Moraleja: Asegúrate que tus soldados sepan contar, por lo menos, hasta el número mil.

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