lunes, 18 de mayo de 2015

¡Mosca! [LVII]

Edgardo Malaver Lárez


            Voy a sonar a Laura Jaramillo: la imaginación lingüística de los venezolanos no parece tener límites. Esa capacidad de encontrar semejanzas —construir metáforas, pues— entre lo que está pensando y algún elemento de la realidad tangible (capacidad que tienen todos los pueblos del mundo) en Venezuela parece agudizarse, multiplicarse, refinarse a niveles que merecen aplausos. O... ¿será la cercanía, una cercanía tan cercana que estoy entre... nosotros, lo que me hace pensar eso?
            Los problemas, como situaciones complicadas a las que se da vueltas indefinidamente, son asimilados a rollos, y como las serpientes suelen enrollarse en sí mismas, un problema termina siendo una culebra. Estas particulares culebras también hay que "matarlas por la cabeza" para acabar con ellas. Las telenovelas, por cierto, son, ni más ni menos, eso, enredos, y, por tanto, se les llama también culebrones. Si alguien parece estar desorientado, se le hiperboliza diciendo que está más perdido que el hijo de Lindbergh. Cuando Benedicto XVI renunció a sus funciones como cabeza de la Iglesia en el 2013, los perrocalenteros de Caracas comenzaron a ofrecer a sus clientes el perro vaticano, es decir, con todo pero sin papa.
            La expresión que me llama la atención esta semana es una que bien podría agregarse al glosario zoológico de Laura Jaramillo: ¡mosca! Recuerdo con claridad el día en que oí por primera vez este uso de esta palabra: un compañero al salir del liceo estaba a punto de cruzar la calle sin mirar a los lados, y un transeúnte le gritó: “¡Mosca, muchacho, que vas a quedar como una estampilla en la carretera!”. Decir “¡mosca!” equivale a decir “pon atención”, pero tanta como ponen las moscas cuando se paran sobre la comida. Todos hemos intentado atrapar o matar moscas desde que el mundo es mundo y todos tenemos ya la conclusión de que son los animales más rápidos del mundo. Se supone que se debe a que sus ojos tienen miles de pequeñísimos lentes que le permiten ver en todas las direcciones a la vez e identificar instantáneamente movimientos y cambios de luz, lo cual no puede hacer un ojo simple como el de otros animales.
            Un día mi profesor de estilística del francés, Homero Vásquez, predijo que esta palabra, una vez que emigrara de la jerga juvenil al habla general, terminaría registrada en el diccionario como “interjección que se utiliza para advertir a alguien sobre un peligro inminente o para amenazar”. Eso no ha sucedido, pero sí encontramos en el diccionario varias expresiones que incluyen este alado insecto lingüístico. La que más podría interesarnos es exactamente la que se usa en Venezuela, aunque el significado que da el diccionario nos deja con un suspiro de duda: estar mosca, que remite a tener la mosca detrás de la oreja: ‘estar escamado, sobre aviso o receloso de algo’.
            ¿Estar escamado? ¿Qué significa eso? El diccionario parece expresarse en términos tan metafóricos como la lengua hablada, contimás el habla popular. Con él, por ende, no cabe duda, hay que estar mosca. ¿Verdad, Laura?

emalaver@gmail.com



Año III / Nº LVII / 18 de mayo del 2015

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