A pesar de sus misteriosas
actitudes, los gatos son fuente de metáforas muy claras |
Las metáforas son el tubo de escape de la lengua, es
decir, cuando no tenemos el diccionario de sinónimos y antónimos a la mano,
nuestra única salida son las comparaciones. La frase “es como...” es la que le
indica al oyente que viene una comparación, una explicación para poder entender
al hablante. Es ese proceso del significante y del significado que se da con
tanta naturalidad en el día a día del hablante.
Sin
embargo, muchas veces ese tubito lo usamos porque nosotros mismos hacemos de
una palabra un tabú. Nosotros, los usuarios de la lengua, somos los
responsables de que ciertas palabras no se quieran decir tal como son, tal como
además aparecen en el DRAE, lo que indica que son palabras correctas.
Este es el
caso de las famosas palabras pene y vagina. Normales, científicas,
biológicas, pero esquivas de nuestro hablar cotidiano.
Esos
pobres seres tan maltratados lingüísticamente han generado millones de palabras
auxiliares, porque el solo hecho de pronunciarlas pareciera que causa estupor,
prurito, escozor, escalofríos en la espina dorsal.
A ella
la llaman florecita, chocha, morrocoya, gata, macolla, fruta, niña, cocoya, pitajaya, polla... A él
lo llaman mochito, percherito, paloma, plátano, pepino, macana, machete, pirulí, salchicha, salchichón... Como
ven, por supuesto, ella es más sutil que él.
Total
que todo se convierte en un arroz con mango, porque se termina diciendo que ‘la
morrocoya peleó con la paloma’, que ‘la niña merendó pirulí’ o que en una noche
de farra ‘la gata comió plátano, salchicha y salchichón’.
En fin, llamemos
a las cosas por su nombre, pero sin dejar de inventar metáforas, porque eso
nutre a nuestra hermosísima lengua española.
laurajaramilloreal@yahoo.com
Año VI / N° CC / 26 de marzo del 2018
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