Edgardo Malaver Lárez
San Miguel Arcángel, en México. Foto: AARP |
Pongo a mis
alumnos de segundo año a leer un cuento erótico de Lidia Rebrij, “El arcángel
de espada flameante y cabellos tan largos” (1983); luego de la lectura les pido
que escriban sobre él. Y cuando me toca leer los comentarios, encuentro el de una
estudiante que, resumiendo el relato para analizarlo, pone que los protagonistas,
los amantes, “...hasta con la menstruación tenían sexo...”. Entonces me detengo,
y me pregunto: ¿por qué me molesta, por qué me ha molestado siempre esta expresión?
¿Qué puede significar tener sexo? ¿Es tener sexo lo que sucede cuando
hombre y mujer, para decirlo con un circunloquio, se unen carnalmente? ¡Ah...!
¡Es un circunloquio! Una perífrasis, un rodeo lingüístico, un eufemismo.
Sigo
escarbando en la expresión y preguntándome por qué no representa en mi mente lo
que se supone que significa. ¿Qué pasa con esta perífrasis verbal —¡uf, qué
bueno tener un nombre que ponerle!—, que parece esconderme esa unidad
indivisible que, según Saussure, existe entre el significado y el significante?
Y creo que doy con la respuesta: que pretende nombrar algo que nos cuesta llamar
por su nombre, al menos en público o en contextos formales (como un ejercicio de
redacción en la universidad); pero no es sólo eso: el dardo de la palabra no
llega al blanco preciso. En realidad, intentando eliminar la mención frontal de
un asunto delicado, nos inclinamos por una fórmula que, en rigor, da otro
resultado, o sea, dice otra cosa.
Llegado a
este punto, comienzo a escribirle a la estudiante: “Todos tenemos sexo todo el
tiempo, ¿por qué estos personajes no? Es decir, el sexo es algo con lo que
nacemos y no podemos librarnos de él. Uno nace hombre (con el sexo masculino) y
sigue siéndolo hasta que se muere, todos los días. Y pasa con las mujeres y el
sexo femenino también, por supuesto”. Ahora estoy pensando que hay quienes se
lo cambian, pero, incluso con el otro, tienen sexo todos los días.
Después de
leer unos párrafos más, como el erotismo del texto de Rebrij es incesante y el
análisis no puede eludirlo, la estudiante vuelve a usar la dichosa perífrasis,
pero recurre de vez en cuando a otras fórmulas: hacer el amor, encuentros
íntimos, tener relaciones sexu... ¡Tener relaciones sexuales! ¡Eso
es! Tener sexo me hace ruido porque en rigor no es eso lo que se hacen,
ni los personajes del cuento ni, en la realidad, cualesquiera dos personas que
se involucran íntimamente. Lo que se hace es tener relaciones sexuales. Y estas,
por lo que entiendo, no son sanas si se practican todos los días. (En la
naturaleza, quizá con la única excepción de los bonobos, no hay ser que tenga
necesidad de esta actividad con semejante frecuencia. Y excluyo al hombre por la
“deformación” que le imprime la civilización que él mismo ha creado.)
Además de
esto, me doy cuenta de que tener sexo, e incluso tener relaciones
sexuales, son también eufemismos medio científicos, medio técnicos, medio “políticamente
correctos”, y se les nota que lo son en el hecho de que hay que expresarlos con
más de una palabra, que no es lo regular en la lengua cotidiana. En el habla
cotidiana, desinhibida, natural de los hablantes regulares, serían verbos
individuales, no perífrasis; pero estos verbos revelarían con claridad que
existe algún detalle delicado, vergonzoso, escabroso en el acto al que se
refieren. Llevan a cuestas una historia de vulgaridad tan larga que con razón se
nos dificulta exhibirlas en la formalidad. Tirar, coger (que
últimamente anda por ahí con unas ínfulas intransitivas incomprensibles para su
edad), follar, joder, singar suenan mal, ¿verdad? Lo que
nos suena mal es la vulgaridad que, siempre a la primera en la lengua cotidiana,
se asocia al acto sexual.
También
hay, sin embargo, verbos individuales que de igual manera dicen lo que deseamos
y no nos avergüenza en el discurso formal: copular, aparearse (tan
animalesco, ¿verdad?), yacer, amancebarse, fornicar, pero...
¡los utilizamos tan poco! (¿Ustedes no sienten un remoto olor a Roma?)
¿Y entonces?
¿A qué se debe que se utilice tanto tener sexo, que tan lejanamente expresa
lo que pretende expresar? “Tener sexo es un anglicismo”, sigo
escribiendo en el examen. “En inglés tiene sentido y significa lo que quieren
los hablantes del inglés que signifique”. En español, quizá ya no para la mayoría,
pero es forzado atribuirle ese significado. Otra evidencia es que decirlo así,
con el verbo tener, indica que no es una construcción muy antigua.
Otro detalle
es que to have sex también parece un eufemismo en inglés, y, si nos pusiéramos
tiquismiquis, podríamos traducirlo incluso como “comer sexo”. (Imagínese usted esa
dieta todos los días.)
En
definitiva, en español, siendo rigurosos, tener sexo no es lo mismo que tener
relaciones sexuales. Lo uno es un rasgo intrínseco a cada quien pero
públicamente visible, lo otro es un acto privado y, aun antes que privado,
íntimo.
emalaver@gmail.com
Año
XI / N° CDXXXVII / 11 de diciembre del 2023
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Gracias mi estimado y admirado Edgardo por allanarme parte del camino, por si alguno de sus alumnos es alumno mío en un futuro próximo, pues oirán de mí los mismos argumentos. "Tener sexo" me saca de los nervios. La mala traducción, claro.
ResponderBorrar¡Gracias a usted, profesor! Lo serán, lo serán. Y qué bien saber que voy a tener quien me apoye en este asunto. Gracias, gracias.
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